Un nuevo disco del genio estadounidense, un nuevo sobresalto con final feliz para sus seguidores que satisfechos ven cómo el inquieto músico californiano vuelve a agitar su lámpara hasta extraer nuevos colores que añadir a su casi inabarcable paleta. Acostumbrados a sus vaivenes en esta ocasión sorprende menos si no fuera porque este salto parece partir de una mirada hacia atrás para aproximarse a sonidos ya experimentados a los que insufla nueva vida. Un trabajo para nada menor tras el que se adivina un enorme esfuerzo, como demuestra su recurrente retraso desde que presentara su primer tema allá por junio de 2015 (Dreams) para luego anunciar su lanzamiento en 2016 y retrasarlo definitivamente hasta este pasado octubre.
Que en su mayor parte haya sido escrito y producido a pachas con Greg Kurstin (productor también de lo último de los Foo Fighters además de haber trabajado para gente como Sia, Adele o Pink) es un indicio de por donde quería dirigirse el californiano, y el resultado es una aproximación a los sonidos más actuales y populares desde su particular (e imprevisible) universo. Si en «Morning Phase» (2014) dirigía el retrovisor hacia el «Sea Change» (2002) para dedicarle una brillante coda, con este «Colors» parece echar la vista atrás para retomar la cara más amable y vital de discos como «Midnite Vultures» (1999) o «Güero» (2005).
Pleno de energía y positividad el inicio avasalla con el ritmazo y los variados juegos de voces de Colors, al igual que con la algo más profunda y guitarrera Seventh Heaven y con el fantástico impulso de optimismo eléctrico de I’m So Free. Piano, guitarras y voces hacen de Dear Life algo más cercana para ganar en intensidad emocional con No Distraction, aún llena de ritmo y energía. Una guitarra arrolladora abre Dreams y recupera el impulso más enérgico del disco antes de Wow, inciso hiphopero de peso creado junto a Cole M. Greiff-Neill. Abraza de nuevo la atmósfera disco en Up All Night y en Square One para controlar el impulso en el evocador cierre que supone Fix Me.
Brillante trabajo una vez más de un Beck para el que parecen no pasar los años tanto por su aspecto como por su música. Tan sabio como inquieto y más cercano que en sus últimas producciones, apuesta en esta ocasión por abrazar la radiofórmula como corriente estética y la prestigia a base de talento y experiencia. Un disco que nos pone a bailar sin remedio y sitúa a la par de la modernidad a un músico que tras veintitantos años de carrera se sigue mostrando tan libre como inimitable.