Hace unas semanas, Arctic Monkeys publicaban su quinto disco de estudio, «AM». Este trabajo ha logrado unas valoraciones de la crítica muy positivas, en la línea de las que habitualmente recoge este grupo, y aquí no fuimos una excepción. El disco es muy bueno, pero me llevó a reflexionar sobre Arctic Monkeys y su público. Alex Turner, su líder y cabeza pensante, nació en 1986, es decir, en la actualidad tiene 27 años. Son jóvenes, pero con un camino muy rápido a sus espaldas. Sin embargo, y como hemos demostrado en estudios como «Del Cassette al Spotify», Arctic Monkeys ni es uno de los grupos favoritos de los jóvenes, ni tampoco conocido. Por lo tanto, ¿a quién representan Arctic Monkeys?, ¿quién representa a quién?, ¿sigue siendo útil el concepto de generación para explicar el vínculo de los individuos y los colectivos con la música?
En 2006, unos jovencísimos chavales de Sheffield, ciudad obrera e industrial del norte de Inglaterra, se convertían en la revelación del momento. Eran años en los que cada día salía un grupo británico nuevo, dispuesto a asaltar las listas: Franz Ferdinand, Kaiser Chiefs, Bloc Party, Kasabian…Ya sabemos quiénes quedaron de todos ellos. Los cuatro chavales de Sheffield habían triunfado en la red, a través de MySpace, y cuando se publicó su primer disco a comienzos de 2006, «Whatever People Says I Am, That’s I What I’m Not», la expectación era tan grande, que arrasaron. Visto hoy, Arctic Monkeys parecían salidos como secundarios de cualquier película de Ken Loach. Cantaban a su generación, con temas que hablaban de salir de marcha, de lo que ocurría en los clubs, etc. Canciones muy buenas, canciones que eran diferentes, con un punto garage, con un punto punk, que los podría entroncar con The Jam y The Clash. Y sí, había algo más, no iban a ser un hype, al contrario, pronto nos dimos cuenta que Alex Turner, con sus 19 años recién cumplidos, había venido a ser el más listo de la clase, y para muestra el siguiente botón:
Turner cantaba a su generación, pero su generación no era tal. Abarcaba a más grupos de edad, aunque tú no fueses a moverte a esa pista de baile. Las fronteras temporales de las generaciones se habían roto en todas las direcciones por la uniformización de los gustos musicales, el dominio del mainstream (que siempre había sido así, no nos engañemos) y la aparición de las Tecnologías de la Información y el Conocimiento como medios para el consumo musical.
Pero vayámonos una década y media antes. Era 1991 y un grupo casi desconocido revienta la música popular. La historia os suena. Nirvana publican «Nevermind» e inician una nueva oleada de grupos caracterizados por su angustia y existencialismo. Cantaban a una generación que era la nuestra, que se enfrentaba a la entrada en la edad adulta con más dudas que certezas y con un futuro que todavía sería más complejo que lo que Cobain, Vedder, Cornell y demás podían pintar. Éramos la mal llamada «Generación X», que no veía lo que se le iba a venir encima. Sin embargo, en 1991 nos resultaba raro escuchar a alguien de más de ¿30 años? hablar de Nirvana y Pearl Jam. Los había, no cabe duda, pero no eran de los nuestros.
La música siempre ha cumplido una función generacional, ha sido un elemento diferenciador intergeneracional e intrageneracional. No sólo lo hacía de nuestros mayores, sino de otros compañeros de viaje. Era un medio, pero también un fin. Marcaba, delimitaba, era un lenguaje no accesible a unos u a otros, en definitiva «lo nuestro» frente a «lo vuestro» y «lo de ellos». No había lugar para el eclectismo, para la mezcla, había que ser fiel a un estilo, al que podía marcar nuestro periodo. De Elvis Presley a Bob Dylan, pasando por The Beatles y The Rolling Stones, el rock and roll marca esa frontera desde la década de 1950, aunque ya había experiencias anteriores. El rock and roll y todo lo que ha derivado ha sido una de las músicas más generacionales y que implicaban una mayor confrontación. Sin embargo, hace mucho que el rock no juega en esa división, fue primero instrumentalizado y luego fragmentado. El punk y el heavy metal y todas sus ramas no fueron tan globales, y luego llegó toda la ola de la década de 1980, culminando con la que pudo ser la mejor banda del planeta: Guns N’ Roses. Pero para entonces ya la subversión del rock and roll estaba domesticada e institucionalizada. Además, el rock and roll había perdido desde hacía unos años el monopolio de la contestación/confrontación, de ruptura o cuestionamiento del sistema, y otros estilos se habían ido incorporando al dilema generacional, destacando por encima de todos el Hip Hop y el Rap, que tenía otros componentes identitarios añadidos.
Si el grunge fue el último rugido generacional del rock and roll está por ver, pero es evidente que desde entonces no ha ocurrido nada igual. La legitimidad de aquella música estaba fuera de toda duda, y suponía una ruptura evidente con el pasado más reciente. Sin embargo, duró poco, a continuación comenzó la fragmentación de la música rock y ningún otro género podría jugar esa función. El Britpop, a pesar de contar con elementos interesantes, no podía cumplir la baza generacional. El country-rock, que derivaría en el Americana, y el folk-rock tampoco. El neopunk era tan frágil que no llegó ni a intentarlo.
Lo que ocurrió después, en el sentido generacional, es más difícil de entender, o puede que no. El consumo de música se hizo más ecléctico, y eso no tiene porque ser negativo. Pero, el hecho diferencial quedaba eliminado. Si el que estaba comprando a tu lado en la extinta tienda de discos el nuevo de The White Stripes tenía veinte años más que tú, algo estaba pasando. Y no, no era malo que esa persona comprase ese disco.
También se produjeron dos fenómenos ambivalentes, pero complementarios. Por un lado, Internet y las Tecnologías de la Información y el Conocimiento revolucionaron el mundo, y la música no iba a ser una excepción. Llegamos a todo. Pero, por otro lado, nacían con éxito emisoras basadas en la nostalgia como fin. Sí, son las mismas que pinchan reiteradamente los éxitos de cuando teníamos veinte años, para insertarnos en un bucle sin fin. Ya lo sé, yo también escucho «Ten», «Nevermind», «Automatic for the People», «Acthtung Baby», etc. Sin embargo, esas generaciones nostálgicas se anclaron en esa música que supuestamente les hacía diferentes, y que no era tal. De hecho, es curioso cómo esas emisoras basadas en el recuerdo y en el pasado son las que han triunfado entre los jóvenes de aquella «Generación X», aunque muchos y muchas de ellos y ellas no hicieron mucho caso a Nirvana, a Pearl Jam y compañía. No me atrevo a realizar una ponderación, pero por cada fan de Nirvana y Pearl Jam había ¿cinco?, ¿diez?, que no lo eran, que directamente no los conocian, o que incluso los detestaban, todo muy legítimo.
Ocurre que también esos movimientos son los que consiguen una mayor visibilidad social, aunque su representatividad sea menor. Como todo, medios de comunicación y prescriptores juegan un papel determinante. No nos engañemos, el supuesto choque generacional no afectaba a todo el mundo. Recuerdo como, en la década de 1980 y primeros años de 1990, la principal emisora de radio de nuestro país, esa de la que no queremos acordarnos, prograbama todo tipo de música, en este caso para mal. Aquello era una mezclolanza tal que luego pasa lo que pasa.
Tras el suicido de Cobain, el rock and roll se rindió y se fragmentó en diferentes frentes que nunca fueron muy mayoritarios cuantitativamente, ni mucho menos generacionalmente. Salían corrientes, o renacían, muy interesantes, algunas de ellas las abrazamos profundamente, pero cada vez estábamos más solos en el desierto. Y eso, paradójicamente, también generaba un componente generacional. Nos podía gustar mucho Ryan Adams o Wilco, pero a la mayoría de la gente les sonaba tanto como algún jugador de fútbol de la liga islandesa.
Y lo mismo pasó con The White Stripes, The Strokes, Franz Ferdinand, Arcade Fire, y puedo seguir escribiendo nombres hasta el infinito. Tampoco les culpo, tampoco era todo tan diferente como había sido años atrás, pero cada vez más gente se sentía más cercana musicalmente a generaciones anteriores que a la suya. «Retromanía» le llamarán algunos. Si la música es un indicador de una época, de una generación, y creo sinceramente que lo es, tenemos que hacérnoslo mirar. Y ya no hablo de gustos sino de lo que transmite y representa la música popular en casi una década. No tengo nada en contra del pop, hay mucho pop que me gusta y es brillante, pero uno no puede dejar de preguntarse cosas cuando comprueba cuáles son los iconos musicales de la postmodernidad.
Arctic Monkeys nos dicen en 2013 que «Why’d you only call me when you’re high?» y nos lo dicen a todos, pero se dirigen a unos pocos. En las nuevas generaciones, curiosamente, se produce una revisitación nostálgica a través de determinados programas de televisión basados en covers. La cuadratura del círculo, vamos. Sí, que yo también escucho «Abbey Road», «Heart of Gold» y un largo etc. Pero los he elegido yo, he investigado, he buscado, llegué a Neil Young gracias a Pearl Jam, llegué a The Rolling Stones gracias a The Black Crowes, y podría seguir.
Termino, antes de que se me acuse de proselitismo o de adoptar una posición moral. Obviamente, cada cual que escuche lo que quiera. Las generaciones siguen funcionando pero mucho menos. Todavía mis alumnos/as universitarios se sorprenden de que pueda conocer y citar ciertos grupos. Lo que llama la atención es que los grupos que cito no sólo pertenecen a mi generación, sino a la de ellos, y la mayoría no los conocen. Las generaciones actuales, alejadas del rock and roll en su mayoría, se han abrazado en términos generales a la radio-tv nostálgica y a la cultura de la música electrónica y dance. Bien pensado, es obvio. En tiempos como éstos, una música hedonista, individualista y que te aleja de la realidad responde a los tiempos. Seguro que mis queridos alumnos/as no esperan encontrame en una sesión de un DJ de música electrónica.