Lees que Neil Young vuelve a publicar disco, te emocionas porque es lo que tienes, siempre estás a la expectativa con Young. No para, no filtra, no deja de publicar discos con material nuevo, no habían pasado ni dos años del reivindicativo The Monsanto Years (2015) con Promise of the Real. Has jurado no caer en la tercera entrega de sus memorias pero decides arriesgarte de nuevo, y no te acuerdas de cosas como Storytone (2014) y pasas de leer críticas y reseñas. Y le das al click…y empiezas a leer algunas críticas (malas y regulares) y te acuerdas de Storytone…’Me la ha vuelto a jugar’ piensas, ‘y eso que habían dicho que volvía a su sonido más acústico’. Pero empiezas a escuchar el disco y, bueno, no es una obra de arte pero tampoco es Storytone. ¿Piloto automático?, un poco sí. ¿No filtra?, evidentemente no. Pero hay algunas cosas interesantes aunque no pasará a la historia de la discografía de Neil Young. Buena parte de las críticas han sido negativas, aunque sorprende el 6,7 que le ha dado la Pitchfork Media, y ojo que esta gente no se anda por las ramas y ‘tiran a dar’. También Ignacio Juliá le otorgó un 7 en su crítica de El País. Así que, nos pusimos a la defensiva, y analizamos el trigésimo séptimo disco de Neil Young, donde apuesta por sonidos más acústicos, por un disco minimalista con el contrapunto de algunos fogonazos eléctricos, un disco grabado en cuatro días donde estuvo acompañado por el bajista Paul Bushnell y el veterano batería Jim Keltner. Las letras se muestran de nuevo combativas, como no podía ser de otra manera.
El comienzo da esperanzas, ‘Peace Trail’ es un tema clásico de Young que convence, muy ambiental y con contrapunto eléctrico, destacando también una percusión que acompaña. ‘Can’t Stop Workin’ no llega a la altura aunque no defrauda, Young frasea, algo que hará en otras ocasiones, y con una distorsión eléctrica que le da su punto diferente. La explícita ‘Indian Givers’ aborda el conflicto por el oleoducto Dakota Access, que ha provocado numerosas protestas al atravesar territorio Sioux, pero musicalmente…apunta con una armónica distorsionada frente al tono acústico de un tema que gana con las escuchas, pero que tampoco te deja poso. Y lo mismo le ocurre a ‘Show Me’, bienintencionada, siendo un tema que se queda como sin energía, con un tempo jazzístico en la batería, pero que no te atrapa aunque la escuches en no pocas ocasiones. Texas Rangers’ presenta un tono burlesco que se empasta con la una eléctrica más desatada.
En ‘Terrorist Suicide Hang Gliders’ levanta el nivel, es mucho más convincente y suena más clásico, siendo acústico aunque vuelve a jugar con la armónica. En ‘John Oaks’ frasea más que canta, es otro tema que no cae en la mediocridad y en el que predomina de nuevo lo acústico, aunque la eléctrica tiene su protagonismo. ‘My Pledge’ vuelve a ser explícita aunque es más extraña y es que utiliza unos efectos que no le quedan muy allá. Menos mal que luego llega ‘Glass Accident’ que, sin ser una maravilla, es una canción minimalista que, en ocasiones, peca de monótona. Pero el final es para ‘My New Robot’, donde pretenderá tener una parte irónica, pero la inclusión de la voz robotizada…ufff, sin comentarios.
Un disco más de Neil Young que, a pesar de las malas críticas, no es tan catastrófico como se pintaba. Tampoco está entre lo mejor de su carrera sino en un tercer cuartil seguramente. Hay algunas canciones que están bien, los temas señalados, y de nuevo destacar su compromiso. No nos cabe duda que, con un tipo como Donald Trump en la Casa Blanca y con los enfrentamientos que ha tenido con él, Neil Young descargará su virulencia en forma de canciones. Ya lo hizo con George W. Bush.