Desde su primer trabajo en 2008, el dublinés Conor O’brien había dejado claro que era poseedor de un precoz y descomunal talento. A la sorprendente madurez de la que siempre ha hecho gala en sus letras, crípticas pero directas, hay que añadir la intensidad de sus interpretaciones y la calidez de unas melodías exigentes y a veces esquivas pero generosas con quien les concede su atención.
En esta ocasión O’brien presenta su trabajo más íntimo; si sus dos anteriores trabajos trataban de sus demonios y obsesiones, este tercero se centra directamente en su vida. Para grabarlo se encerró en solitario en su granja dublinesa con la única compañía de sus instrumentos y, una vez escuchado el resultado, no extraña en absoluto esa necesidad de intimidad para alcanzar un sonido tan elaborado como austero y, sobre todo, por lo personal de las letras, casi biográficas en algunos casos, auténticas protagonistas de Darling Arithmetic. Esta sencillez de medios le lleva a profundizar en las raíces folk de su música y a la vez acrecienta el tono confesional de las canciones.
Porque eso es a lo que suena gran parte del disco; a confesión de quien no ha tenido fácil expresar sus sentimientos con naturalidad en Everything I Am is Yours, a valiente ejercicio de sinceridad sin concesiones en Courage o Dawning on Me, a puro relato de vida y amor en Hot Scary Summer o de la búsqueda interior de paz y de confianza de The Soul Serene. La lenta canción que da nombre al disco suena a incómodo recuerdo, Little Bigot a alegato contra la intolerancia y No One to Blame a declaración de amor. So Naive cierra el disco hablando también de amor y de principios.
Todo el trabajo está arreglado con sencillez por el propio O’brien, con protagonismo para la guitarra y el piano, y recrea a la perfección la intimidad en la que fue grabado, la misma que se necesita para escuchar este conjunto de canciones en las que el inconformista cantautor irlandés ha puesto algo más que su simple e indudable talento.