A estas alturas no hay duda de que los Foo Fighters son una desmesurada banda de rock, cada nuevo disco suyo es un acontecimiento y la hábil hiperactividad de su líder Dave Grohl hace que se mantengan en el candelero más allá de sus lanzamientos discográficos. También parece bastante extendida la opinión de que a su extraordinaria capacidad para componer himnos de estadio añaden una aparente problemática para redondear sus discos. Los incontestables hits de cada una de sus nueve referencias (varios en cada disco y que empiezan a acumularse en una carrera que ya se aproxima a los veinticinco años) suelen ir acompañados por algunas canciones menores que en general les han impedido cerrar una obra realmente referencial. Quizás con ‘Wasting Light’ (2011) estuvieron cerca de hacerlo pero en el resto siempre ha habido partes que los han lastrado.
Al mismo tiempo la formación se ha mantenido viva con las incorporaciones intermitentes de Pat Smear (la última en 2011 parece definitiva) o la reciente entrada en nómina del teclista Rami Jafee, que llevaba girando con ellos desde 2005. A ello hay que añadir la sabia política de colaboraciones que han ido desperdigando por sus discos, muchas de ellas apenas perceptibles, y que en este último añade ilustres nombres como Justin Timberlake, Alison Mosshart o la más sorprendente de Shawn Stockman de Boyz 2 Men. En ‘Concrete and Gold’ sobre todas ellas destaca la percusión grabada por Paul Mccartney para uno de sus temas. También a destacar las intervenciones del productor reclutado para este trabajo, un Greg Kurstin que acumula algunos de los mayores superéxitos del pop reciente (Adele, Sia) y que ha adaptado con acierto el sonido de una banda tan potente en su incursión más popera.
Más o menos en eso consiste esta entrega, en una nueva e irregular secuencia de canciones que incluye algunos eufóricos trallazos junto a otras piezas menos inspiradas pero que inevitablemente deja un buen sabor por lo excesivo de sus aciertos. Run es uno de ellos, que alterna tempos e intensidades en un conjunto que rezuma solidez. A continuación el blues-rock facilón de Make It Right, con aportación anecdótica de Justin Timberlake en los coros, sirve de puente hacia otro de los pelotazos del disco: The Sky Is A Neighborhood, contenida y coreable (con Alison Moshart a los coros) que incluye unos bellos arreglos orquestales, sin duda de lo más emocionante del disco. La Dee Da es otro trallazo destacable en el que puede adivinarse contenido político y Dirty Water gana mucho en el estribillo y una potente segunda parte en la que brillan los teclados. Ni la épica Arrows ni la balada Happy Ever After (Zero Hour) sobresalen especialmente, no así una Sunday Rain (con Paul Mccartney a las baquetas y Taylor Hawkins cantando) que es de lo mejor del disco con una guitarra y una voz que rompen para terminar. The Line es una familiar descarga de energía que igualmente golpea y Concrete and Gold resulta algo narcótica y densa para concluir.
En ‘Concrete and Gold’ por momentos recuperan la épica que impulsó su carrera y en otros les cuesta mantener el nivel pero, como suele ocurrir en sus discos, incluye unos cuantos temas salvadores que les vuelven a garantizar el éxito. Si han iniciado la cuesta abajo es difícil de apreciar, lo que sí puede decirse es que pese a no destacar en el conjunto de su carrera, este disco engorda su colección de himnos y no les resta un ápice de empuje.