Ya hace algunos años, concretamente desde que en 2011 lanzaron el brillante ‘The King is Dead’, que The Decemberists renunciaron al formato ópera-rock y comenzaron a estructurar sus discos de un modo más convencional. En ‘What a Terrible World, What a Beautiful World’ (2015) reincidieron con éxito en la misma fórmula y volvieron a demostrar el gusto y la maestría con que saben servirse de sus raíces musicales.
Este nuevo disco conserva en general la estructura, sin abandonar del todo su vocación narrativa, y apuesta por introducir elementos básicos de una electrónica que por momentos dan como resultado una especie de folk sintético que no termina de remodelar su sonido (de hecho se hace poco de notar excepto puntualmente) pero que tampoco desfigura unas canciones en su mayoría destacables. Para este nuevo proyecto se han hecho acompañar en la producción por John Congleton (John Grant, Spoon, The War on Drugs) que les dota de un mayor barniz pop e introduce elementos novedosos en algunas canciones de un listado en el que por encima de todo sigue predominando la querencia folk de Colin Meloy y los suyos. De hecho el disco lo abre una suerte de prolongación de sus dos últimos discos, la preciosa Once in my Life que pronto crece en intensidad sobre la percusión y los primeros sintetizadores para diferenciarse con respecto a sus otros discos en una mezcla de folk y electrónica que se prolonga con suavidad en Cutting Stone así como en Severed (sencillo de lanzamiento), que aúna guitarras y teclados con un concepto más enérgico.
Starwatcher se muestra más básica y contundente sostenida a golpe de percusiones y guitarras en una austeridad resultona, como en la preciosa Tripping Along, emotivo y cálido ejercicio de apenas guitarra y voz, que rompe con energía y ritmo Your Ghost, diferente sobre sus coros y teclados al igual que la divertida Everything is Awful, más potente a partir de sus guitarras. Sucker’s Prayer es un medio tiempo que recupera un sonido más orgánico y clásico, al que sigue el pop-rock deudor del glam de la festiva We All Die Young en la que destacan el solo de saxo y las voces infantiles. Rusalka, Rusalka/Wild Rushes es la única concesión dramática del disco y sus ocho minutos están divididos en dos partes, la primera más desnuda y oscura a la que órgano y percusión aportan intensidad, y la segunda más popular y ligera, que incluye violines y arpa, y se va poblando de voces para crecer en fuerza y emoción hasta el cierre más rockero. El punto final lo pone la optimista I’ll Be Your Girl, hermoso y cálido folk a dos voces de una sencillez casi minimal.
Como otros muchos discos surgidos de EEUU en los últimos dos años este ‘I’ll Be Your Girl’ nació como reacción al triunfo electoral de Trump pero opta por aceptarlo sin temendismos e incluso con humor en algunos pasajes, a su vez reduce la carga dramática y discursiva de sus letras manteniendo un toque de imaginación. Ya hemos apuntado los ligeros ingredientes de electrónica ochenta-noventera que añaden como novedad, y que matizan este trabajo con respecto a otros, pero sobre ellos terminan por imponerse la personalidad consolidada de la banda y su capacidad para redondear el folk hasta componer un trabajo de lo más disfrutable.