Lejanos sus tres primeros trabajos producidos por Ethan Jones, tres joyas del folk más clásico hecho en nuestros días (en concreto grabadas entre 2004 y 2008), e intercalada su también destacada grabación en compañía de The Pariah Dogs, no sería hasta 2014 cuando al cantante norteamericano le asaltaron las urgencias renovadoras y comenzó a replantearse su sonido poniéndolo en manos de ilustres nombres del nuevo y más exitoso rock americano para grabar sus dos siguientes e irregulares trabajos. Ni Dan Auerbach ni Jim James en la producción lograron ajustar sus innovaciones a la intensa personalidad de Lamontagne y resultaron dos discos algo artificiales en los que se diluía la esencia del compositor norteamericano.
Digamos que en este «Part of the Light» ha rectificado en parte esa última dirección y, recuperadas las riendas de la producción, ha avivado un poco la autenticidad de sus inicios para combinarla con algún residuo de sus últimos discos. Siendo un trabajo que bebe de los palos más tradicionales del folk, no renuncia a los elementos electrónicos ni de psicodelia que ya había venido utilizando últimamente y completa una entrega donde territorio y tecnología equiparan su presencia.
De inicio resulta más optimista de lo habitual con To the Sea, tan atmosférico como rítmico en la que se muestra más acústico que en Paper Man, con un sonido endurecido que alterna lo evocador y lo eléctrico. Una bonita melodía narra con suavidad la menos positiva Part of the Light para ganar en densidad a continuación con It’s Always Been You, canción de amor que se hace algo larga, y seguir con la romántica Let’s Make It Last, también pausada a la que piano y voz aportan relieve. Llegan los riffs en As Black As Blood Is Blue para subir las revoluciones sin abandonar la profundidad sonora antes de recuperar la emoción en acústico con la bella Such A Simple Thing. El blues ambiental y psicodélico de No Answer Arrives pone el definitivo punto eléctrico antes de que la suavidad folk de Goodbye Blue Sky vaya ganando en contundencia hasta el cierre.
Con una insistencia en la profundidad sonora quizás excesiva que puede restarle viveza, el nuevo trabajo de Ray Lamontagne nos recuerda alguna de sus mejores cualidades y por momentos recupera su gusto por la melodía. La voz sigue siendo el recurso que diferencia sus canciones y la emoción su principal objetivo, en consecuencia, no cabe la sorpresa en este disco que depara más aciertos que los dos anteriores aunque no se deshace de la nostalgia por sus fantásticos primeros trabajos.