Death Cab For Cutie han sido una de las bandas más importantes del pop-rock alternativo norteamericano en las pasadas dos décadas, siempre poseedores de un sonido claramente identificable y de una actitud independiente que habían sabido conservar a la vez que aumentaban el número de sus seguidores. Ya en 2004, cuando firmaron por el sello Atlantic Records tras su obra mayor «Transatlanticism», apostaron por aumentar su proyección y multiplicaron sus medios de producción y promoción sin que se resintieran inicialmente sus resultados artísticos. Discos como «Plans» o «Narrow Stairs» conservaban el sello de la banda y seguían incluyendo piezas enormes junto a otras menores pero igualmente brillantes.
Sería a partir de entonces cuando comenzaron paulatinamente a perder fuelle, todavía a un cierto nivel en «Codes & Keys» y algo menos apreciable en «Kintsugi», pero sin duda que muestran su cara más pobre hasta ahora en esta nueva entrega. No parece casual que la partida de Chris Walla, que ya en su anterior trabajo había abandonado las labores de producción (en las que repite Rich Costey), coincida con la evidencia de este declive. En respuesta a un hueco tan importante la banda se ha reconvertido en quinteto con las incorporaciones de Dave Depper y Zac Rae, y ha dirigido sus miras más que nunca a los ochenta, cuando bandas como The Cure o New Order mandaban, añadiendo pinceladas de electrónica y una manida intensidad que tan solo remonta por momentos.
El inicio no es halagüeño, con una primera muestra de postpunk anodino en I Dreamt We Spoke Again, al igual que en Your Hurricane y en una línea algo más ligera en Northern Lights. Apreciables las guitarras de Summer Years, más en su estilo, a la que sigue la rítmica electrónica del single Gold Rush, radiable y colorido. When We Drive recuerda a los Snow Patrol más meritorios, al igual que Autumn Love, algo más variados y acústicos, pero sin desprender demasiado sabor. You Moved Away y Near/Far son dos muestras de pop electrónico, la primera más calmada y programada que la segunda, antes de que 60 & Punk cierre al piano con melancolía y cierta dignidad.
En su disco más lineal y falto de inspiración, que necesariamente contiene los justos momentos destacados como cabía esperar de la obra de un músico de la talla de Ben Gibbard, la banda formada en Washington hace veinte años nos deja un gusto amargo y lo que es peor, vista la deriva de sus últimos discos, la triste sensación de que el nivel de sus mejores momentos cada vez queda más lejano e irreeditable (ojalá nos equivoquemos).