En el año 2009, Arctic Monkeys iban camino de ser la banda británica más grande. Habían aparecido como exhalación gracias a MySpace (¿lo recordáis?) y eran casi unos veinteañeros con descaro, guitarras aceleradas y ecos garajeros que los alejaban del Rock bailable de la New Wave, Franz Ferdinand por ejemplo, o de las reminiscencias del BritPop, Kaiser Chiefs. Sin embargo, Arctic Monkeys tenía algo más, y Alex Turner demostraba que era de los más listos de la clase. Tras haber colocado dos grandes primeros discos, Whatever People Say I Am, That’s What I’m Not (2006) y Favourite Worst Nightmare (2007), ojo que lo hacen en menos de un año y medio, tocaba el siguiente paso. Y eso es también complicado porque puedes encasillarte, pero no pasa nada porque en esos momentos ya tienes una base de fans amplia, o puedes tomar riesgos. O muchos riesgos. Y eso es lo que hicieron Turner, Jamie Cook, Nick O’Malley y Matt Helders. Primero, saltaron a Estados Unidos para grabar el disco en gran parte en California, incluido el mítico Joshua Tree. Y, en segundo lugar, eligieron como producto, junto con el anterior James Ford, a Josh Homme. Esta segunda decisión era más compleja, los veinteñeros de Sheffield con el icónico Josh Homme, líder de Kyuss y de Queens of the Stone Age. Era la típica situación en la que las cosas podían no salir bien. Pero Turner, Homme y compañía pasaron con nota la reválida y Arctic Monkeys demostraron que no iban a ser flor de un día y que ese giro fue un acierto. Porque Arctic Monkeys se salieron de su zona de confort para hacer un disco muy norteamericano, canciones ampulosas y sinuosas, sonidos más rockeros y con el fondo del «Stoner Rock» y del «Desert Rock» del que Homme es uno de sus exponentes principales. Toques psicodélicos en un disco donde las guitarras se vuelven más expansivas en vez de tan directas y enérgicas. Turner y compañía no se lo pusieron fácil a su base de seguidores y seguidoras, y sus ventas fueron menores que los discos anteriores aunque también el contexto era peor, pero Humbug fue muy bien acogido por crítica. En Los Restos del Concierto rescatamos un disco que sigue funcionando fantásticamente diez años después. Puede que en la portada los Arctic Monkeys parezcan esos postadolescentes que arrasaron en su debut, pero varias cosas estaban empezando a cambiar. Y para bien.
Ya el comienzo sorprende por ese sonido más maduro, es más atmosférico y pausado, con un punto elegante ese «My Propeller», esa guitarra de Cook, que indica que hay novedades importantes en la propuesta de Arctic Monkeys. Si el primer tema te convence, el segundo te reafirma, «Crying Lightning» tiene una entrada potente que recuerda a sus dos primeros discos pero luego vuelve a esos sonidos más atmosféricos, con unas guitarras sinuosas y Turner fraseando. El nivel se mantiene muy arriba con la adictiva «Dangerous Animals», todavía más oscura y abrasiva y claramente abrazando el sonido «Stoner», aquí Helders hace un trabajo soberbio a la batería. Y Helders y O’Malley vuelven a sobresalir en la melancólica «Secret Door», que vuelve a mezclar sonidos anteriores y que se adelanta un poco al último disco de los de Sheffield. La primera mitad del disco se cierra con una canción como «Pottion Approaching» en los que son los más Arctic Monkeys de los comienzos, aunque matizados por la producción de Homme, pero el sonido sigue siendo oscuro aunque meten el acelerador.
La segunda parte comienza con una canción como «Fire and the Thud», más melódica y en la que ahondan en el tono del disco, con un Turner que vuelve a cambiar la forma de cantar, y en ella colabora Alison Mosshart (The Kills, The Dead Weather). «Cornerstone» está entre las cimas del disco, una canción en la que Turner frasea y que vuelve a los sonidos más esperables de Arctic Monkeys aunque llevados a un terreno más melódico. «Dance Little Liar» se vuelve al tono expansivo y desértico, la sección rítmica está de nuevo excelente. En «Pretty Visitors» van cambiando el tono de la canción, el comienzo es con un órgano muy oscuro que luego da paso a guitarras urgentes, Cook también hace un gran trabajo, como si hubiese un mañana, para luego volver al sonido más sinuoso, y Helders vuelve a destacar en la batería. El final es para «The Jeweller’s Hands» y con la misma culminan la inmersión en ese sonido más oscuro.
Humbug fue un punto de inflexión pero para coger impulso. Retomarían su sonido más característico con Suck It and See (2011) y alcanzarían seguramente su mayor éxito con AM (2013) que era una sucesión de hits con «Arabella», «R U Mine» o «Do I Wanna Know?». Arctic Monkeys seguían evolucionando y ya comentamos su último giro, el controvertido y fallido Tranquility Base Hotel & Casino (2018) con una apuesta por el Pop más ochentero. Pero Arctic Monkeys son una de las grandes bandas de estas casi dos décadas y habrá que estar atentos a su próximo paso. Ya han demostrado que, eso de acomodarse, no va con ellos. Con Humbug lo demostraron con creces.