Coincidiendo con la aparición en las librerías (no en las españolas de momento) de sus memorias de los salvajes noventa en Seattle «Sing Backwards And Weep», e íntimamente relacionado con estas, nos llega un nuevo disco de Mark Lanegan, esta vez sin la banda de sus últimas grabaciones pero con la compañía de muchos y prestigiosos amigos. Apenas medio año después de «Somebody’s Knocking» retoma su vía más personal y se deshace en buena parte de las guitarras para narrar con economía instrumental algunos de los pasajes que aparecen en el libro. En el caso de Lanegan hace falta poco para acompañar su poderosa presencia vocal, y esa parece haber sido una de las consignas con las que ha trabajado junto a su habitual Alain Johannes en la producción, además del puñado de aportaciones de campanillas que van salpicando las canciones.
Así que vistiendo estas historias, a menudo truculentas y oscuras otras directamente desesperadas, unas veces recitadas y otras cantadas con la justa emotividad, abunda la electrónica y escasean las cuerdas, aunque de todo cabe. Como a bordo de un tren abre el disco I Wouldn’t Want To Say, con teclados y percusión como protagonistas, para continuar en acústico y con cierta calidez en Apples From A Tree. La siguiente es la lánguida This Game Of Love, cantada junto a su mujer Shelley Brien, para a continuación interpretar una de las gemas del disco junto a Wesley Eisold (Cold Cave), una Ketamine lenta pero realzada por el piano de un Ed Harcourt que interviene en varias canciones. Más movimiento desprende Bleed All Over mezclando ritmos programados y guitarra acústica, y la opresiva Churchbells Ghosts emociona lo justo a base de bajo y teclados antes de cerrar la primera mitad con la pura electrónica de Internal Hourglass Discussion.
Continúa con dos de las destacadas, una Stockholm Blues esclarecida a base de guitarras y cuerdas y una dura Skeleton Key que crece con calma pero que alcanza cuerpo e intensidad. Los coros y una mandolina distinguen Daylight In The Nocturnal House antes de otro pilar del disco como la intensa y grave Ballad Of The Dying Rover, con John Paul Jones manejando el mellotron. Mark Morton de Lamb Of God le acompaña con la guitarra acústica en Hanging On (For DRC) y vuelve a cantar con su mujer en la austera Burying Ground, apenas junto a una guitarra y un sintetizador. Para terminar canta con su amigo Gregg Dully At zero Below, a la que el violín de Warren Ellis y el piano de Harcourt aportan cuerpo entre elementos programados, y junto a Simon Bonney cierra con una Eden Lost And Found en la que asoma algo parecido a la esperanza (al menos en la letra) entre teclados y arreglos de cuerda.
Con esa voz y esa planta (y la actitud sobre el escenario que recordará quien lo haya visto en directo) no se le puede pedir que contagie la alegría a su paso, pero con los años el que fuera vocalista de los Screaming Trees ha sido capaz de levantar una trayectoria más que coherente y sólida, dispersa en numerosos proyectos y sustentada en lo que mejor puede ofrecer: canciones ásperas y oscuras, que poco a poco han ido aumentando su componente electrónico, y siempre excelentemente arropado. En esta ocasión no varía demasiado la fórmula pero funciona porque tiene cosas que contar y lo hace con los medios justos y bien dispuestos. Quien le sigue sabe a lo que atenerse y sin duda que con esta entrega volverá a quedar satisfecho.