Segundo disco de la joven cantautora californiana Phoebe Bridgers que con su debut de 2017 «Stranger in the Alps» tantas expectativas creó. Si en la portada de aquel se cubría por una sábana a modo de fantasma, ahora se enfunda un pijama de esqueleto para insistir en la estampa tétrica con la que presenta unas canciones de similar intensidad emocional.
Repiten también en la producción Tony Berg y Ethan Gruska, y se apoya en importantes intérpretes (Blake Mills, Sara Watkins, Nick Zinner) y secciones de cuerda y vientos para acompañar su voz frágil y sedosa, una de sus principales bazas. El resultado son unos arreglos que suenan profundos, envueltos y lejanos y que consiguen afianzar su propuesta de folk evocador.
Ocupada en diferentes proyectos como el trío Boygenius, junto a Julien Baker y Lucy Dacus, o su dúo con Conor Oberst (Better Oblivion Community Center), han pasado tres años hasta materializarse esta esperada reaparición que no presenta demasiadas variaciones sino que incide con acierto en unos rasgos que conservan intacta su capacidad emocionante.
Tras la intro de DVD Menu se inicia el largo con la melancólica guitarra de Garden Song, suerte de folk onírico que contiene los primeros y discretos efectos electrónicos, antes de arroparse con banda en Kyoto, a la que ritmos y vientos dotan de mayor empaque y energía. El piano y los teclados centran el acompañamiento de una Punisher que contiene ligeros efectos de voz y que precede a Halloween, con elementos sintéticos y una parte final en la que hace aparición Conor Oberst. Luego la guitarra y las cuerdas abren con hondura Chinese Satellite, que gana contundencia en su segunda mitad antes de dar paso a la lenta y sencilla emoción de Moon Song. Guitarras convencionales y preciosos arreglos adornan Savior Complex antes de una ICU más sonora y potente, con más programación y cuerpo eléctrico al final. Para terminar se arropa con sus compañeras de Boygenius en Graceland Too, folk aderezado de banjo y violín, y en I Know The End, que se inicia tímidamente para echar el cierre desatada y brillante entre vientos, cuerdas y coros que recuerdan a algunas producciones de Sufjan Stevens.
Enmarcada junto a una reciente generación de artistas afectados que se reivindican desde la melancolía y el desencanto, Bridgers es sin duda uno de sus exponentes más talentosos que, además, ha sabido rodearse inteligentemente en sus dos primeras referencias en solitario y que, en concreto en esta continuación, ha sabido prolongar con acierto la atmósfera que hizo destacar a la primera.