Este es un recuerdo de cómo descubrí el Soul. Tenía deiciséis años y no tenía ni idea de música, más allá de las radios comerciales. Alguien, no recuerdo la persona, habló de The Blues Brothers, personajes que desconocía totalmente. Sonó una canción tremenda, «Everybody needs somebody to love», y allí que me fui al videoclub (era el año 1990, había muchos) a buscar la película donde salían estos personajes: Granujas a todo ritmo (esa traducción). Y viendo esa película me quedé enganchado de una música eterna e imperecedera: el Soul. La película era un desparrame de persecuciones y gags protagonizados por Josh Belushi y Dan Akroyd, a la sazón Joliet Jake y Elwood Blues. Algunos de estos gags eran impresionantes, como el de los nazis de Illinois, o su vuelta a su antiguo orfanato.
Su imagen, ya icónica, ha sido imitada hasta la saciedad. Pero, más allá de la película, me encantó aquella música. No sólo The Blues Brothers, sino todos los grandes que aparecían: Aretha Franklin, Ray Charles, James Brown, John Lee Hooker. ¿Cómo poder olvidar esos números musicales y esas canciones, la esencia misma de la película?
The Blues Brothers fue un divertimento de Belushi y Akroyd para el programa de televisión «Saturday Night Live». Crearon a sus personajes y reclutaron una banda de ensueño, donde se incluían músicos de un nivel superlativo, gente que había grabado en los grandes sellos del Soul, como Stax o Motown. Era 1978 y el fenómeno se tornó en sociológico. Giras, discos, la película…Pero en 1982 John Belushi fallecía por sobredosis y se acababa la historia, de momento. Años después, parte de la banda se reunió y ya en 1998 hubo una secuela de la película titulada «Blues Brothers 2000». La película calcaba la original, volvían a aparecer Aretha Franklin y James Brown, pero su calidad era ínfima, a pesar de una importante banda sonora, pero no era lo mismo, y hasta aparecía un niño, supuesto hijo de Joliet Jake (me imagino a John Belushi revolviéndose en su tumba).
No sé cuántas veces he visto The Blues Brothers, y menos las que he escuchado sus discos, pero lo más importante es que me descubrió el Soul. Además de formar parte de mi particular banda sonora, y en primera línea, me llevó a uno de mis géneros musicales preferidos por excelencia. El Soul, que bebía del blues y del gospel, se desarrolló gracias a sellos como Motown en Detroit o Stax. Era la década de los sesenta, la lucha por los derechos civiles en EEUU y una música se abría paso entre el mainstream blanco. The Blues Brothers me llevaron a Aretha Franklin, James Brown, Marvin Gaye, Sam Cooke, Otis Redding, Wilson Pickett, The Jackson 5, The Supremes, The Four Tops, Stevie Wonder, y un largo etc.
Una música que te envuelve y levanta, canciones de poco más de tres minutos, con sus potentes secciones rítmicas y de viento, y sus maravillosos arreglos. Sí, ya sé, el Soul ha sido pasto de la comercialidad, de anuncios de televisión, bandas sonoras, momentos bochornosos en películas como La boda de mi mejor amigo y la profanación de «I say a little prayer for you» de Aretha Franklin, por ejemplo. Y de su evolución posterior tendremos tiempo de escribir, desde el R&B y su pérdida de relevancia hasta el revival protagonizado por Amy Winehouse, Sharon Jones & The Dap Kings, Eli «Paperboy» Reed, Black Joe Lewis, Mayer Hawthorne o la propia Adele.
Sí, el Soul no va a dominar el mundo, pero el Soul puede ayudarnos a cambiarlo. Como la maravillosa película The Commitments de 1991, un ejemplo del impacto de esta música. Y cientos de canciones que suenan y que no dejan de recordarnos que hay que levantar la cabeza muy dignamente, aunque te vengan a quitar el marido a tu restaurante como a la gran Aretha Franklin en The Blues Brothers. Y es que, «si le sirve de consuelo, estamos en una misión de Dios». Para despedirnos del Soul hasta muy pronto, nada mejor que la propia Aretha Franklin y una canción no tan conocida pero muy emocionante: «Call me»