Hay veces en que el tamaño deja de importar. A veces puede ser más difícil dejar de crecer que ceder a la tentación de continuar siendo «la banda más grande del planeta», algo a lo que U2 han estado acostumbrados durante las últimas décadas y que tiene un enorme mérito, pero que no implica seguir siendo la más estimulante ni la más imitada.
Cada nuevo lanzamiento discográfico de los irlandeses posterior a The Joshua Tree ha traspasado las barreras de lo meramente musical para convertirse en un acontecimiento mediático, pero la potente capacidad de atracción de Bono y compañía (incluído su manager hasta 2013 Paul Mcguiness) corría el riesgo de patinar en esta decimotercera entrega por la decreciente repercusión de los últimos trabajos de la banda. Para combatirla recurrieron a la discutible e innecesaria maniobra de lanzamiento con la que sorprendieron el pasado 9 de septiembre de la mano de Apple y su plataforma iTunes cuyos resultados parecen no haber sido tan provechosos como calculaban, sobre todo en réditos de imagen.
En este Songs Of Innocence para el que han contado con hasta siete productores, con el ínclito Danger Mouse a la cabeza, e inaugurado etapa con el manager de Madonna (Guy Oseary) al frente, parecen remover mínimamente los cimientos sobre los que se habían acomodado en sus dos últimos trabajos, especialmente en el decepcionante No Line On The Horizon, pero los resultados no difieren demasiado de aquéllos. A estas alturas de su carrera tampoco sería justo pedir una nueva reinvención a quienes a principios de los noventa lo apostaron todo para crear algunos de los álbumes más arriesgados de la década, marcando el camino a algunas de las bandas más importantes de la actualidad como Coldplay o Arcade Fire (que precisamente en sus últimos trabajos parecen haber maniobrado con éxito como los irlandeses lo hicieron en su momento) pero en un caso como el de U2 quizás reduciendo la desmesura de sus producciones, tanto en sus grabaciones y campañas de comunicación como en sus directos, y haciendo un ejercicio de recuperación de las raíces de su rock, algo que vienen anunciando desde que grabaron All That You Can´t Leave Behind en el 2000 y que únicamente se ha traducido en un menor número de canciones memorables, hubiera supuesto la auténtica innovación. Pero esto solo son especulaciones de un aficionado en conflicto por conservar la fe en una banda que le ha aportado algunas de las mejores experiencias musicales de su vida.
Para presentar y abrir el álbum han seguido el mismo patrón que en sus dos últimos trabajos, recurren al guitarreo y la épica en los coros de The Miracle (Of Joey Ramone) que enganchan sin sorprender. Le sigue el medio tiempo de Every Breaking Wave cuyos teclados parecen haberles llegado rebotados de Coldplay. Se anima el ritmo en California (There Is No End To Love), guiño a los Beach Boys incluído, sobre el bajo de Clayton y la base electrónica. Con Song For Someone logran una balada en la senda de All That You Can´t Leave Behind con la ayuda de su viejo colaborador Flood. La emotiva Iris (Hold Me Close) destaca por el bajo ochentero y la mejor guitarra de The Edge, a la altura de The Unforgettable Fire. La base rítmica lidera el inicio de Volcano, pieza pop de logrado estribillo. Raised By Wolves es un rock demasiado fácil y Cedarwood Road se inicia a lo Led Zeppelin antes de dar paso a la omnipresente mano de Danger Mouse hasta el final del disco. Sleep Like A Baby Tonight añade un matiz al conjunto con sus arreglos dignos del minusvalorado POP. El cierre se abre al soul con la animosa This Is Where You Can Reach Me Now (dedicada a Joe Strummer) antes de terminar con The Troubles en la que destacan la voz de Lykke Li y el falsete de Bono junto al brillante groove contenido.
Ninguna de estas canciones va a hacer vibrar a sus seguidores tanto como los numerosos himnos que seguirán haciendo temblar los cimientos de sus repletos conciertos (más aún cuando pretenden una gira en recintos cubiertos) pero sí que les apartan del fondo tocado con No Line On The Horizon. Los irlandeses han permanecido cinco largos años en relativo silencio para componer unas canciones que contienen mucho de oficio y algo de una emoción que temíamos perdida, pero el grado de exigencia hacie ellos y el ruido mediático que despiertan con cada nuevo proyecto son tan grandes que resulta imposible abstraerse al consecuente aluvión de opiniones y críticas. Hay razones para pensar que una retirada a tiempo hubiera sido una solución o que han pecado de inmodestos en la forma de presentar este trabajo pero, aunque lejos de sus mejores tiempos, en Songs Of Innocence demuestran que aún son capaces de aportar buenas canciones y que conservan parte de la magia que les instaló hace casi treinta años en la complicada cima del rock.