Volvía Springsteen y su E Street Band y su concierto del 2 de junio en Anoeta (San Sebastián) nos confirmó en varias de nuestras apreciaciones sobre el bueno de Bruce. Lo primero, y de nuevo, la heterogeneidad del público presente en Donosti, como en todos sus conciertos. Un público intergeneracional, que va desde niños y familias enteras hasta personas ya muy entradas en años. La segunda, y tal y como escuchábamos a la gente y las centenares de camisetas de Springsteen que veíamos, cada una de una gira diferente, que la mayoría acumulaba muchas citas con Springsteen en los más diversos lugares.
Todo ello nos lleva a la tercera conclusión: el sentimiento de comunidad que rodeaba a todo aquello. Ya comentamos en anteriores posts que los conciertos de Bruce Springsteen y la E Street Band alcanzaban un valor cuasi religioso, sagrado, en el que todos participábamos de una liturgia. Sin embargo, el sentimiento de comunidad, de formar parte de algo, es lo que trasciende al fenómeno. Posiblemente, seguro, la presencia de una banda como la E Street Band, en esta ocasión ampliadísima en ocho miembros más, acrecienta el valor comunitario de Springsteen. En tiempos de individualismo feroz, agarrarse a estos aspectos es vital. Y Springsteen, y su equipo, lo saben y lo explotan, en el mejor sentido de la palabra, al máximo, como luego veremos. «Somos una comunidad» parece querer decir Bruce en cada gesto, en cada momento. Me gustaría pensar, y me da la impresión que es así, que se lo cree porque, la verdad, a estas alturas de la película no tiene necesidad.
Pero vayamos al concierto. La AEMET había pronosticado lluvia y tormentas en Donosti a la hora del concierto. Nosotros pasamos el día en esta maravillosa ciudad y observábamos como, a medida que pasaba el día, ese previsión se iba a convertir en una certeza imposible de disimular. Como decíamos, rodeados de más de 40.000 personas, nos dirigimos a Anoeta a tomar posiciones. El cielo estaba encapotado y todo presagiaba lo que luego se vendría encima. Springsteen se hizo esperar media hora, como es habitual, pero la impaciencia de la gente se olvidó al segundo de hacer acto de presencia. Había ganas de ver a la ampliada E Street Band con una sección de viento, cinco músicos entre ellos el saxofonista Jack Clemons, ocupando la plaza de su tío Clarence. Hasta en eso Springsteen hace gala de comunidad, como también cuando Max Weinberg no pudo tocar en varios conciertos de una gira anterior y lo sustituyó su hijo. A ellos se unían un percusionista y tres coristas. Faltaba Patti Scialfa, que estaba en casa con los niños, como dijo Springsteen en el concierto.
Cuando el numerosísimo combo salió, había comenzando a llover violentamente. Para intentar mitigar esa lluvia, tocaron una gran versión de «Who’ll stop de rain» de la Creedence Clearwater Revival. Buen comienzo bajo la lluvia, a los que siguió «We take care of our own» y «Wrecking ball» de su último disco, esta segunda impresionante, siguiendo con su línea derivada hacia el folk y a los himnos contestatarios. «The ties that blind» de «The river» dio lugar a volver a «Wrecking ball» con otra canción para la revolución: «Death to my hometown». Seguía lloviendo y las canciones no frenaban, se enlazaban unas con otras. Recupera «My city of ruins», la canción que escribó tras el 11S y que publicó en «The Rising», presentando a la banda, muy rápidamente eso sí. Salvo unas pocas excepciones, el resto de la primera parte del concierto se basaría en canciones de los 70. Así, «Spirit in the night» del «Greetings from Asbury Park» puso emoción, a la que siguió «Nihgt» de «Born to run». Volvieron al «Greentings…» con una festiva «Does this bus stop at 82nd street?», esta para muy conocedores de la obra de Bruce. «Jack of all trades», la emotiva canción de «Wrecking ball» dedicada a los parados trajo a colación la situación del país, destacando un intenso solo de trompeta.
Aunque había dejado de llover hacía un rato, las nubes aún amenzaban. Pero la intensidad del concierto subía. «Adam raised a Cain» y «Prove it all night» de «Darkness of the edge of town» fueron seguidas de «She´s the one» de «Born to run». En esos momentos, cada vez que Jack Clemons daba un paso al frente para emular a Clarece Clemons, la gente se acordaba del mítico saxofonista. La fiesta seguía con «Working on the highway» («Born in the USA»), «Shackled and drawn» («Wrecking ball») y «Waintin’ on a sunny day» («The Rising»). Esta última es una canción que crece y crece y que lleva al público en volandas con su estribillo y su pop escorado al soul. Incluso Bruce subió a un niño de cinco años a cantar al escenario (otro día hablamos de esta cuestión).
Paradójicamente, en ese momento volvió la lluvia que aún sería más virulenta que al principio. Pero daba igual. «Save my love» («The promise») precedió a una emotiva «The river». «Backstreets» («Born to run») sonó colosal, con la sección rítmica, Weinberg y Garry Tallent, imponente. Con «Badlands» se desató de nuevo la locura bajo una poderosa tormenta. Y finalizó esta primera parte con la grandiosa «Land of hope and dreams», incluida finalmente en «Wrecking ball».
La banda se despidió pero no se fueron, algo que no había visto en mi vida. Siguieron sin pausa con la descafeinada «Rocky ground» del último disco, cuando Springsteen nos pidió que rezásemos para salir de la situación. Aunque ganó algo en directo, no me convence. Pero fue sólo un respiro. Atacó con «Born in the USA», siguió con «Born to run» y enlazó con «Hungry heart». «Sí, hay tenéis» parecía querer decir. Luego llegó un clásico del rock, «Seven nights to rock», que nos iba dejando sin fuerzas de tanto bailar sobre el suelo mojado de Anoeta. Pero había que seguir con «Dancing in the dark», subiendo otros niños del público a bailar al escenario.
Con tres horas de concierto y una banda rota, con un Springsteen que se había vuelto a vaciar, llegó el final. El «Tenth Avenue freeze-out» del «Born to run» fue un colófón inolvidable. Y entonces llegó el momento emotivo de la noche, el más porque hubo muchos, cuando en el verso que hace referencia a Clarence Clemons «And the Big Man joined the band», el grupo dejó de tocar y se proyectaron unas emocionantes imágenes del saxofonista, un icono de la banda y clave en la música de Springsteen. Durante un minuto, el público aplaudió constantemente, en un homenaje sentido que se repite en cada concierto.
Y se acabó. Con el sentido de comunidad que hemos señalado, Springsteen esperó a que saliesen todos los miembros de la banda, dieciséis, para felicitarlos, abrazarlos y besarlos. Habíamos asistido a otra «misa» de Bruce Springsteen y a un triunfo colosal, bajo la lluvia, tocando sin parar un solo minuto. Springsteen es, junto a The Rolling Stones y U2, el último representante del rock de estadio que puede congregar estas multitudes. Sin embargo, The Rolling Stones aparecen como una máquina engrasada de marketing, con escenarios colosales y fuegos artificiales. U2 van más allá y han perdido cierta dimensión humana, con el más difícil todavía. Ambos grupos apabullan no sólo con la música, que ya sería mucho más que suficiente, sino con una forma que se antoja en no pocos casos excesiva e innecesaria.
Springsteen y la E Street Band no. Representan la autenticidad, sea una pose o no, apostamos por lo segundo. Forma y contenido se dan la mano en un espectáculo comunitario, que Springsteen no ha olvidado e incluso ha potenciado. En lo musical, ofrecieron un concierto irrefutable, grandioso, destacando sus canciones de los 70 y las más reivindicativas del último disco. En lo demás, en lo que rodea al concierto, era un ritual comunitario. El mundo se resquebraja pero Bruce Springsteen y la E Street Band van a poner la banda sonora a la revolución a base de rock & roll y espíritu comunitario.
Las fotos de Javi y este vídeo muestran la que estaba cayendo