Sorprendente y fugaz liderato en ventas en el Reino Unido para este segundo trabajo del joven londinense de raíces ugandesas Michael Kiwanuka, en competencia con su confesa admiradora Adele, que le sirve de promoción añadida a la que le han proporcionado las excelentes críticas cosechadas desde su lanzamiento el pasado quince de julio.
Ya la combinación de soul y folk de su debut (‘Home Again’ 2012) despertó grandes elogios, nominación al Mercury Prize incluida, que en esta ocasión se han reactivado ante otra enorme demostración de talento. No ha temblado el pulso a la crítica para encontrar en Kiwanuka rasgos de lo más selecto de la música negra: desde Otis Redding hasta Sam Cooke pasando por Bill Withers o la misma Nina Simone, y todo ello después de un lanzamiento que parece aproximar su sonido más al soul en detrimento de las influencias folk que podían encontrarse en su anterior trabajo. Cabe pensar que en esta evolución haya influido la labor de Danger Mouse, exquisito músico y productor requerido actualmente por las mayores estrellas (U2, RHCP, Adele), y su especial habilidad para actualizar el sonido clásico de raíz afroamericana.
La apertura instrumental de Cold Little Heart, que la lleva a superar los diez minutos, nos introduce en el disco con un canto desesperado al que arropan unos coros a lo Morricone que pronto nos resultarán familiares. El blues de inicio de Black Man In A White World, su sencillo de lanzamiento, comienza sonando a espiritual para culminar en precioso soul coral. El punto álgido emocional lo pone la erizante Falling antes de que resuene Marvin Gaye en la gravedad rítmica de Place I Belong.
Además de los coros antes mencionados también caracterizan el sonido de este ‘Love & Hate’ las preciosas orquestaciones, como en la canción que da nombre al disco, ejemplo de soul atemporal. Si queda algún ingrediente folk está diluido en la más animada One More Night, tras la que retorna a la intimidad confesional en I’ll Never Love y en el desnudo inicio de Rule The World, otra demostración de talento que va elevando el tono con maestría. Father’s Child es un precioso desvío al piano y al pop, comunal y delicado antes de que la triste guitarra de The Final Frame nos envuelva en el blues para desatarse con elegancia en la despedida.
La voz doliente de Kiwanuka es el vehículo perfecto para estas canciones extensas de mensajes escuetos, esta completa y maravillosa muestra de clasicismo soul, no exenta de riesgo ni de personalidad, que no tiene desperdicio y sí trazas de nueva obra mayor del género.
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