Sí, lo reconozco, me cuesta mucho escribir sobre Queen, pero siento que me tocaba. Hace muchísimo tiempo que no escucho un disco de Queen, pero muchísimo…Estas semanas se ha hablado mucho de ellos porque Freddie Mercury hubiese cumplido setenta años (¡cómo nos gustan estas cifras tan redondas!). Tengo numerosos discos de Queen, la gran mayoría comprados en 1992, durante el año posterior al fallecimiento de Mercury en noviembre de 1991 (ahora me doy cuenta que se celebrará pronto el veinticinco aniversario de su muerte, habrá efemérides) y disfruté de muchos de sus temas. Incluso traté de entender su trayectoria que, al menos, tiene tres grandes etapas por no decir más, y es que el problema (o la virtud) de Queen fueron sus identidades múltiples: sus trabajos más rockeros y duros de los setenta; el Pop de los ochenta; y el expolio inmisericorde a partir de los noventa, en otra de las pérdidas de capital simbólico de una banda más impactantes que hayamos conocido. Vaya por delante que Queen tampoco tuvieron nunca el favor de la crítica, o de buena parte de ella, pero sí el del público y seguro que estos dos artículos serán muy celebrados porque Queen pertenecen a nuestro imaginario colectivo más grabado a fuego.
Conocíamos a Queen bastante en los ochenta, cuando comenzábamos a entrar en esto de la música. En épocas del predominio del videoclip, Queen se habían vuelto unos expertos en esa materia, ya lo eran desde el inicio de su carrera pero eso no lo sabíamos. Se lo curraban e interiorizaron su valor. Allí estaban esos ‘I Want to Break Free’, ‘Radio Ga Ga’, ‘It’s a Hard Life’, ‘A Kind of Magic’…De todos ellos, el más famoso era el primero, ver a esos cuatro tipos de aquella gisa, y aquel ser extraño llamado Freddie Mercury con su bigote dándolo todo con la aspiradora y con aquella dentadura imposible. Fue un hito de videoclip. Los ochenta fueron de ellos con un Pop que, en parte, podía ser bastante superficial pero contundente y con ramalazos de Rock a través de la guitarra de Brian May. Junto a ellos, John Deacon hacía las veces de hombre discreto en el bajo y Roger Taylor tenía una gran contundencia en la batería. Y, además, su directo era demoledor, como se vería en el Live Aid de 1985 y en directos como el Live Magic (1986), donde el carisma de Mercury se imponía como frontman. Tampoco sabíamos entonces que su trayectoria era mucho mayor así como sus controversias como la actuación en la Sudáfrica del Apartheid a comienzos de la década, algo inexcusable, y si también conocíamos de Queen era por el dúo de Mercury con Montserrat Caballé en ‘Barcelona’, canción a partes iguales épica y empalagosa. Lo cierto es que Queen combinaban muy bien sus temas más dinámicos con las baladas aunque eran los primeros los que se imponían, listas para ser coreadas con esos estribillos tan pegadizos por los miles de fans que iban a sus conciertos en Europa.
El primer disco en casete que me compré de Queen fue The Miracle (1989), con esa potente y más rockera ‘I Want It All’, uno de los mejores temas de la banda en los ochenta. Luego llegaría Innuendo (1991), el último disco de Mercury en vida (sí, sí, luego vino otro pero lo contaremos). El testamento de Innuendo comenzaba con la barroquísima ‘Innuendo’, incluidas guitarras españolas y palmas, pero lo que impactó fue ver el estado demacrado y casi consumido de Mercury en vídeos como ‘I’m Going Slightly Mad’ o ‘Headlong’. Mercury anunció el 22 de noviembre de 1991 que tenía SIDA y falleció el 24 a los cuarenta y cinco años, en una de las muertes de la música popular más impactantes. En breve, un tema de ese disco subió en el imaginario colectivo, ‘The Show Must Go On’, pero yo siempre me quedaré con una de sus canciones más bellas, ‘These Are the Days of Our Lives’, con otro vídeo que muestra el empeoramiento de Mercury, y creo que el mismo salió después de su muerte.
Como suele ocurrir, la credibilidad de Queen subió muchísimos enteros y comenzó a celebrarse su legado, popularizándose canciones que ya eran conocidas como ‘We Will Rock You’ o ‘We Are the Champions’. El homenaje a Freddie Mercury del 20 de abril de 1992 supuso uno de los grandes eventos del Rock & Roll y el Pop, y allí descubrimos algo raro. El concierto lo echaron en directo por TVE y fue muy emocionante, pero en su primera parte aparecieron nombres que no imaginaba que iban a estar allí: ¿Guns N’ Roses?, ¿Metallica?, ¿Extreme?, ¿Def Leppard? Vamos a ver, que estuviesen Elton John, Lisa Standfield, David Bowie, Seal, Annie Lennox, etc., podía entrar en los cánones en los que se movían Queen, pero los otros…Luego también estaban gentes que no conocíamos pero que, pocos años después, iríamos descubriendo como Roger Daltrey, Robert Plant o Tony Iommi. Además, los primeros interpretaban temas propios y otros muy duros y rockeros que desconocíamos. Después sabríamos que la influencia de Queen iba más allá de esos temas populares que inundaban las radiofórmulas y los programas de vídeos que los había. Ese concierto nos permitió conocer ‘Under Pressure’ que hicieron con Bowie en 1982, aunque ya sabíamos de su existencia por el plagio de Vanilla Ice. Pero el gran impacto fue ‘Bohemian Rhapsody’, un tema de un genio, reflejo de su personalidad, excesivo como pocos, que salió en 1975. Había que investigar y descubrir qué habían hecho Queen antes de la década de los ochenta, sus orígenes y sus primeros discos y, para eso, se impuso un recopilatorio de horrible portada de 1981 y llamado Greatest Hits, mientras que el segundo volumen ya había aparecido unas semanas antes del fallecimiento de Mercury, y lo que descubrimos allí todavía nos impacto más. Sí, porque esas canciones de los ochenta estaban bien, pero los setenta de Queen los superaban. Había mucho más en aquellos primeros discos, y lo íbamos a disfrutar, mientras el ‘We Will Rock You’ se convertía de nuevo en un Hit y el ‘We Are the Champions’ comenzaba a cerrar los triunfos deportivos. Por desgracia, se estaba sembrando la semilla de su destrucción.