La joven historia del rock está llena de grandes músicos y bandas cuyos discos han merecido un lugar de privilegio, aunque lo cierto es que cada vez parecen ser menos los candidatos a seguir engrosando esa lista de protagonistas principales. Esta apreciación sin duda está influida por los gustos personales y por mi propia evolución como aficionado a la música desde la adolescencia hasta hoy, pero fríamente analizada uno puede encontrar razones, y sobre todo discos, de peso que la sostienen.
A pesar de que se sigue generando buena música -da la impresión de que en menor medida que hace (no tantos) años- es evidente que el rock y el pop han vivido mejores tiempos y otras épocas llenas de excitantes y originales propuestas, capaces de movilizar, tanto a multitudes como a minorías, con la música como único reclamo.
Al echar la vista atrás uno se da cuenta de la velocidad a la que pasa el tiempo y cómo los discos que nos dejaron huella cada vez son menos y quedan más lejos. Con la edad uno se hace más exigente, más difícil de convencer; es posible que hasta los veinte todo nos impacte más abiertamente dejándonos una huella más profunda y duradera, por eso podemos considerarnos afortunados quienes culminábamos nuestra adolescencia hace veinticinco años, porque 1991 pudo ser el último gran año del rock.
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Quizás no fuera el mejor año de las mayores bandas de rock, las más multitudinarias e influyentes, pero sí que andaban merodeando sus últimos trabajos para la posteridad. Bandas como U2, REM, Guns & Roses o Metallica se encontraban en la cima de su creatividad y su popularidad empequeñecía los más grandes recintos del mundo. Mientras U2 daban su último y más efectivo viraje hacia la modernidad con ‘Achtung Baby’, REM dejaban atrás su origen alternativo para abrazar el éxito masivo con ‘Out of Time’. En cuanto al rock duro dos fueron sus protagonistas principales: por una parte Guns & Roses presentaban su última gran obra con el doble lanzamiento del ‘Use Your Illusion’ y por otra Metallica alcanzaba la cima de su popularidad con la edición de ‘Metallica (Black Album)’.
Al mismo tiempo algunas bandas jóvenes de Seattle, que parecían destinadas a una minoría inadaptada y cargada de desencanto, irrumpían sorpresiva y ruidosamente en el mercado discográfico. Lideradas por ‘Nevermind’ de Nirvana, cuyo primer sencillo Smells Like Teen Spirit asaltaba las listas inesperadamente, el grunge se abría paso en radios y televisiones. En la estela de Nirvana se situaban Soundgarden, más veteranos pero igualmente minoritarios hasta este año con el lanzamiento de ‘Badmotorfinger’, que avanzaba lo que sería su posterior ascenso al estrellato con ‘Superunknown’ tres años después. Al mismo tiempo su vocalista Chris Cornell concebía, de las cenizas de Mother Love Bone, el primer y único disco de Temple Of The Dog, cuya desintegración a su vez daría origen al debut de la otra gran banda del grunge, y a la postre la más longeva. Pearl Jam debutaban en el negocio en agosto del mismo año con ‘Ten’ y el lanzamiento de Alive era preludio de una de las más exitosas carreras del rock moderno.
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Asociados por proximidad al grunge, aunque sus orígenes y coordenadas sonoras no iban en la misma dirección, también alcanzaban el éxito los californianos Red Hot Chili Peppers. A pesar de que ‘Blood, Sugar, Sex, Magic’ era su quinto disco no sería hasta el lanzamiento de Give It Away cuando se encaramarían a la cabeza del escalafón. Por otra parte con ‘Gish’ debutaban los Smashing Pumpkins, colocándolos a la cabeza del rock alternativo, aunque la banda de Billy Corgan tendría que esperar al ‘Siamese Dream’ para recoger los frutos comerciales del reconocimiento crítico que les había proporcionado su debut. Es mismo año los Pixies ponían el broche a su edad de oro editando el fantástico ‘Trompe Le Monde’ y J Mascis tomaba, en solitario y con acierto, las riendas de Dinosaur Jr. para editar ‘Green Mind’, su primer trabajo para una multinacional.
Mientras tanto en las islas británicas también se agitaba la escena con importantes discos lanzados con desigual fortuna. Mientras Blur debutaban con el menos trascendente ‘Leisure’, Massive Attack sentaba las bases del trip-hop con un ‘Blue Lines’ que inauguraba a lo grande el nuevo género que se extendería desde Bristol. A su vez Primal Scream lanzaban su obra magna con ‘Screamadelica’ y ampliaban enormemente los horizontes de su carrera obteniendo un aplauso unánime, al igual que los irlandeses My Bloody Valentine firmaban una de las cimas del shoegaze con el azaroso ‘Loveless’. Por su parte los escoceses Teenage Fanclub comenzaban a hacerse querer después del lanzamiento de ‘Bandwagonesque’, su tercer y para muchos mejor trabajo.
Discos importantes todos ellos concentrados en una año que se antoja difícil de repetir; a buen seguro que esporádicamente les han sucedido otros tan trascendentes o más que los aquí apuntados, pero la cosecha de ese año asombra por su cantidad y calidad. Ahora que el rock está más amenazado que nunca y en el trance de encontrar nuevas vías de supervivencia, es necesario y reconfortante echar la vista atrás para, con nostalgia pero también con esperanza, recuperar la plenitud de un montón de bandas que escribían una hermosa página para la historia de la música popular en el que puede que haya sido el último gran año del rock.