Calamaro va en busca de Dylan o veinte años de ‘Alta Suciedad’

Año 1996, Los Rodríguez eran una de las bandas más importantes de España y de América Latina. Habían asaltado la banca con ese Rock & Roll con toques latinos que llegó a lo más alto con el soberbio Sin documentos (1993), su segundo disco tras el debut con Buena suerte (1991) que pasó sin pena ni gloria, manteniendo su racha con su tercer disco Palabras más, palabras menos (1995). Los Rodríguez contaban con un frontman como Andrés Calamaro, los ex Tequila Ariel Rot y Julián Infante a las guitarras, Germán Viella a la batería y Daniel Zamora al bajo. En 1996 estaban en lo más alto, como decíamos, giraban y llenaban con Joaquín Sabina pero…Pero la banda estaba rota por importantes desavenencias internas que dio lugar a su ruptura ese mismo año y la publicación de un excelente recopilatorio como fue Hasta luego. Era su momento pero siguieron cada uno por su lado, dejando la duda de lo que podría haber sido.

Andrés Calamaro había tenido su carrera en Argentina, tanto en otras formaciones como Los Abuelos de la Nada y en solitario, y fue el primero que se lanzó de nuevo en solitario en esta etapa posRodríguez. Claro, como aquellos tiempos no eran los actuales, sabíamos de esa carrera porque la discográfica de Los Rodríguez había publicado unas recopilaciones llamadas Grabaciones encontradas que pasaron también desapercibidas. La ruptura de la banda fue inesperada y las comparaciones con lo que habían realizado no se harían esperar. Y Calamaro decidió hacer un disco homogéneo y contenido, un trabajo melancólico y nostálgico, una búsqueda de Dylan reconocida ya desde esa portada. Se fue a Estados Unidos a grabar con músicos de la talla de Marc Ribot, Steve Jordan, Hugh McCracken, Charley Drayton, Chuck Rainey, entre otros. Y lo que le salió fue la primera piedra antes de la leyenda de Calamaro, un disco como Alta suciedad que ahora cumple veinte años y que se vio ensombrecido, injustamente, por la bestialidad de Honestidad brutal (1999).

El disco comenzaba con la potentísima y destacadísima ‘Alta suciedad’, una canción con guitarras poderosas y unos vientos atronadores, una letra fantástica que no te dejaba indiferente, pero esa potencia sería la excepción en un disco más contenido. Y es que el giro en el segundo tema era para ‘Todo lo demás’, pura melancolía calamariana, otra gran letra y unos toques Pop de gran clase. La apuesta seguía en lo más alto con una de mis canciones favoritas, de nuevo una letra para enmarcar en ‘Donde manda marinero’, con una cadencia a lo lejos del Reggae, una de esas canciones que todavía te ponen los pelos de punta. Y ‘Loco’, ¿qué decir de ‘Loco’?, en su día pudo sorprender que Calamaro apostase por este tema como primer single, parece liviana, pero es una locura de canción, esos vientos de nuevo, esos coros, esa ruptura con lo que había hecho con Los Rodríguez. ‘Loco’ fue una gran carta de presentación y otra de esas canciones que no te dejan de lado.

La melancólica ‘Flaca’ se convirtió en un hit, una canción triste que pudo quemarse en su momento pero que con los años retomé. ‘¿Quién asó la manteca?’ le sirve de contrapunto, es un tema más Blues, con una fuerte presencia de los coros y del órgano. Y ‘Media verónica’ te deja impactado, duro y amargo, con la voz de Calamaro quebrándose por momentos. En ‘El tercio de los sueños’ apuesta por la temática taurina y se acerca a terrenos del Country aunque no deja de lado el lado latino, aunque para mí es la canción menos conseguida del disco, cuestión de gustos. ‘Comida china’ es un tema minimalista sin abandonar la melancolía y ‘Elvis está vivo’ es un tema divertido donde rinde homenaje a Dylan y al propio Elvis. ‘Me arde’ es una de las canciones más rockeras, podría haber encajado en Los Rodríguez, que da paso a la soberbia ‘Crímenes perfectos’, una canción que también te pone los pelos de punta, una letra impactante de desamor y más. El cierre del disco queda para la colaboración con Antonio Escohotado en ‘Nunca es igual’, una canción Reggae con recitado de Escohotado y con letra acorde con el contexto, y para ‘El novio del olvido’, cierre corto y de nuevo minimalista y con la base acústica.

Calamaro publicó un grandísimo disco en aquel 1997, un Alta suciedad que se notaba muy trabajado y pensado, un disco de gran homogeneidad y con canciones sobresalientes. Luego llegaría Honestidad brutal, El Salmón y cómo el personaje engulló al artista. Pero Calamaro todavía tendría algunas cartas en la manga, aunque esa es otra historia, y siempre nos quedarán aquellos dos discos de 1997 y 1999 que seguimos escuchando con intensidad.

 

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