Ha pasado demasiado tiempo desde la edición de ‘Una ópera egipcia’ (2010) y más aún desde que la banda granadina se embarcara en el empeño de integrar en su sonido los palos tradicionales del flamenco. Se han hecho de rogar los que fueran cabezas del indie nacional, y eso que no han dejado de publicar en diferentes proyectos paralelos, y lo cierto es que la espera ha sido especialmente larga para aquellos seguidores a quienes su último trabajo no dejó enteramente satisfechos; siete años después regresan con unas directrices muy similares que les sirven para avanzar en la integración que antes aludíamos y también para demostrar que aún conservan las suficientes lucidez e impulso creativos como para componer piezas de pop-rock al nivel de las que les encumbraron hace ya más de veinte años.
Se presentan de vuelta con un disco de más de una hora, formado por catorce temas entre los que se incluye alguno redundante o menor, pero que también cuenta con aciertos que parecían cosa de un tiempo pasado. A la enorme habilidad con la que siguen adaptando el flamenco a su sonido (y viceversa) añaden en esta ocasión pinceladas de su sonido más característico que hacía tiempo no entregaban y se echaban de menos.
El emocionante sencillo de lanzamiento fue Islamabad, por momentos algo lineal y de indudable sabor andaluz, que relega las guitarras para crecer en intensidad sobre los teclados e introduce una primera ración reivindicativa en la brillante letra. Le siguen Una cruz a cuestas, grave y delicada adaptación de un tema popular a la que la voz de Soleá Morente aporta color y diferencia, y Soleá, otro popular andaluz que presentan con densidad y que suena a ejercicios pasados de la banda. Seguirilla de los 107 faunos mantiene la misma línea aunque añade algún matiz rock, y en Hierro y níquel se hacen más patentes las guitarras en un conjunto más ligero. Preciosa y rotunda resulta Porque me lo digas tú, probablemente la mejor del disco, que introduce nuevos elementos sobre la misma idea y acierta de pleno. A continuación Libertad para el solitario, de significativa letra, mantiene la tónica con una mayor presencia eléctrica y electrónica.
La gitana es muy flamenca y recupera la tónica inicial con alguna diferencia en el estribillo, para acelerar un poco en Ijtihad, de estructura tradicional en la que funcionan los elementos rockeros al igual que en Espíritu olímpico, en la que colabora discretamente La bienquerida. Más optimista, bella y sencilla, Zona autónoma permanente parece brotar de raíces indie para alcanzar un mayor colorido, para a continuación ponerse románticos con Amanecer, que emociona con tino. Apenas acompañado de una guitarra canta J. en Hay una estrella, muy bonita, para cerrar con los aires reivindicativos de Guitarra roja, de sonido similar al del comienzo, en la que densidad e intensidad crecen fluida y lentamente sobre teclados y electrónica.
Brillantes pasajes los que contiene este último trabajo de Los Planetas, que hubiera crecido con menos minutaje, pero que prolonga en su mayor parte con acierto la exploración sonora que hace años emprendieron y recupera felizmente algunos de los sonidos sobre los que cimentaron su carrera.
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