Andrés Calamaro ha regresado con material nuevo después de cinco años tras el considerado menor Bohemio (2013). Calamaro es una de las principales voces del Rock & Roll en español y no vamos a descubrirlo ahora y aquí, todo lo contrario. En Los Restos del Concierto somos muy calamaristas, si has hecho Alta suciedad (1997), Honestidad brutal (1999), los discos con Los Rodríguez y muchas más cosas, pues poco queda por decir. Es cierto que su carrera en las dos últimas décadas ha estado marcada por una cierta irregularidad, la búsqueda de nuevos sonidos y la presencia de referencias más tradicionales también le otorgó un importante capital simbólico, pero en algunos momentos parecía un tanto acomodado. Tampoco ayudan algunas de sus declaraciones pero eso es otra cuestión. Calamaro ha regresado con Cargar la suerte, referencia taurina en el título, y nos encontramos con su mejor disco de la última década y media seguramente. Es un trabajo en el que vuelve a las esencias más rockeras, grabado en Los Ángeles con prestigiosos músicos de sesión norteamericanos, junto a su habitual Germán Wiedemer a los teclados, y con presencia de secciones de viento, de cuerda y del pedal steel. El disco nos recuerda, obviamente sin alcanzar el nivel y sin aquellos hits, a Alta suciedad por su forma de realización, grabado de la misma forma en New York. Es un trabajo que gana mucho con las escuchas, en el que Calamaro ha cuidado más las letras y que está marcado por la melancolía de muchos de sus temas, medios tiempos crecientes.
Abre el disco «Verdades afiladas», una canción clásica del Rock & Roll como medio tiempo nostálgico y con una presencia destacada de las guitarras. «Transito lento» es una de mis favoritas, tiene mucho swing con esos vientos fantásticos y también destaca el órgano. En «Cuarteles de invierno» hay mucha elegancia, la letra es muy buena, y las cuerdas le encajan perfectamente. No se sale de esa línea con «Diego Armando canciones», poco que añadir al título, un tema muy agradable con el pedal steel destacado. Sigue con el mismo en «Las rimas», otra de las canciones más relevantes, un sonido más épico y grandioso, más rockero y con su voz brutal. La primera parte se cierra con esa misma línea en «Siete vidas», más rockera y guitarrera.
«Mi ranchera» es triste y melancólica, ya el piano del comienzo lo dice todo, y la combinación de cuerdas y vientos es acertada. En «Falso C.V.» regresa a sonidos más acelerados, el órgano también le da un toque diferente y en «My Mafia» vuelve a la melancolía, predominando la acústica y de nuevo el pedal steel. «Adán rechaza», otra letra destacada, nos recuerda a los discos con Los Rodríguez en algunos momentos, también las guitarras vuelven a ser protagonistas. «Egoístas» es muy interesante, medio tiempo de nuevo con el apoyo del pedal steel y otra letra de las más interesantes. El cierre no podía ser otra manera que para la nostálgica «Voy a volver», toda una declaración de intenciones.
Andrés Calamaro ha creado un disco interesante, ha vuelto un poco a sus orígenes más rockeros y, aunque es un disco de combustión lenta, necesita de escuchas, te convence.