Era complicado anticipar el resultado de la nueva apuesta de Arcade Fire, especialmente desde que anunciaron que James Murphy sería el encargado de la producción. No cabía duda de que iba a suponer una nueva dirección pero no estaba claro hasta qué punto: parecía un reto complicado y atractivo el de intentar casar dos personalidades artísticas tan marcadas. Todo indicaba que en Reflektor iban a tomar los riesgos que no habían necesitado tomar en sus tres anteriores trabajos y que estos pasaban por la electrónica.
Pues una vez escuchado el esperado disco de los canadienses cabe decir que su experimento ha dado como resultado su disco más flojo hasta la fecha, pero que la causa no parece ser la novedad de los arreglos de Murphy sino la simple falta de inspiración; a la mayoría de estas canciones les hubiera costado encontrar acomodo en cualquiera de sus trabajos anteriores ni siquiera recortando su excesiva duración (nueve de las trece duran más de cinco minutos). La revolución se ha quedado en renovación, dejando por el camino parte de los instrumentos tradicionales que caracterizaban el sonido de la banda y cediendo las riendas a la electrónica, especialmente en la primera parte del disco. No es un disco para corear con los brazos en alto ni saltando en un gran recinto sino que más bien nos invita a bailar recogidos y ensimismados en nuestra correspondiente porción de pista, a ser posible sin molestar demasiado.
El disco se abre entre los sintetizadores del bailable tema que le da nombre, con alternancia de idiomas (inglés y francés) y destacable fraseo de David Bowie incluido. El potente bajo de We Exist anuncia más de lo que ofrece en una canción que se alarga demasiado y trae los primeros síntomas de frialdad. Los sonidos exóticos aparecen en Flashbulb Eyes, que parece cantada desde una cueva haitiana y cuyo pegadizo ritmo nos conduce hasta las percusiones electro-caribeñas de Here comes the night time que hacen un primer esfuerzo por despertar las emociones. Las guitarras dan un paso al frente en Normal person y en You already know, en las que volvemos a reconocer algo de lo que nos conquistó de esta banda. La primera parte se cierra con Joan of Arc y la recurrente sensación de que a ciertas canciones les sobran intérpretes; de una ruidosa banda de siete miembros hemos pasado al liderazgo de un sintetizador.
Lo mejor de Reflektor está en el segundo cedé, ya en Awful sound (Oh Euridice) dominan menos las máquinas y la voz de Win Butler parece más cercana, los coros vuelven a alargarla pero también la embellecen. La siguiente canción, It´s never over (Hey Orpheus), es de las mejores y combina una línea funk con la electrónica reaparecida. En Porno los canadienses prueban a contener la energía que tan bien saben expandir y sin duda aciertan, como en el ascendente sonido disco de Afterlife. El disco se cierra con la bonita instrumentación de Supersymmetry.
Ser siempre brillante es imposible y hay que reconocer que hasta hoy Arcade Fire no habían publicado más que excelentes trabajos. Si este lo es menos se puede deber a muchas cosas, pero también a la necesaria y valorable inquietud que impide que el artista independiente deje de buscar, con el riesgo que eso conlleva de obtener resultados menos atractivos y la consiguiente pérdida de seguidores, pero esos son algunos de los impuestos que conlleva el éxito masivo.
En este caso parecen haberse medido los riesgos para un material que en parte no daba el nivel, si bien en la segunda mitad (la menos «renovada» por la mano de Murphy) recupera el pulso más reconocible y atenúa la sensación inicial de sorpresa. Pero la realidad es que por más que a sus seguidores no nos hubiera importado que sacrificaran sus inquietudes experimentales, si se hubieran limitado a hacer una simple continuación de sus tres primeros discos posiblemente habrían recibido otras tantas críticas; así que no cabe más que aceptar esta cuarta entrega como un viaje necesario para el que, eso sí, parecen haber cargado demasiado equipaje.