El pasado 27 de marzo presentaba Bob Dylan, con nocturnidad y por sorpresa, su primera canción original en más de ocho años y lo hacía con un tema de diecisiete minutos de relato casi ininterrumpido. Lo que hubiera sido cuestionable en cualquier otro músico, para él supuso su primer nº1 en el billboard norteamericano precisamente con el tema más extenso de su carrera.
En los nueve años que van desde la publicación de «Tempest» hasta este «Rough and Rowdy Ways» (título extraído de una canción de Jimmie Rodgers de 1929) el bardo de Minnesota ha publicado su trilogía dedicada a clásicos populares estadounidenses («Shadows In the Night», «Fallen Angels» y «Triplicate») además de continuar girando por todo el mundo con una «Never Ending Tour» que supera los treinta años de directos, lo cual no parece poco para un músico que acaba de cumplir los setentaynueve.
De la inesperada forma antes narrada presentó Dylan su trigésimonoveno álbum de estudio, con una obvia declaración de intenciones como el tema mencionado Murder Most Foul, en el que hace un detallado recorrido por sus años de carrera partiendo del asesinato de JFK y salpicando de innumerables referencias culturales (hasta setentaycinco canciones son citadas en su parte final) y reflexiones particulares, con el que parece establecer las bases de un disco dominado por la lírica sobre el acompañamiento de una banda que apenas varía con respecto a la habitual de sus giras. Así Charlie Sexton a la guitarra, Tony Garnier al bajo o Matt Chamberlain en la batería, se mantienen en un equipo que cuenta para la ocasión con otras ilustres aportaciones como las de los teclados de Benmont Tench, el piano de Fiona Apple o la guitarra de Blake Mills.
Sin apenas espacios para el respiro instrumental en un conjunto que dominan los textos, sí que hay lugar a numerosas referencias cultas y nostálgicas en varios de sus cortes. Letras abrigadas por arreglos de pretendido sabor añejo, acompañadas por clásicos sonidos del folk y del blues, que arropan unos textos entre los que se cuentan algunos realmente ambiciosos.
A la desmesurada Murder Most Foul, primer lanzamiento al que ya nos hemos referido y que en realidad ocupa el último lugar en el listado, hay que añadir otras nueve piezas, como la que sería el segundo sencillo I Contain Multitudes (verso extraído de un poema de Walt Whitman). En ella, acompañado solo por una guitarra y sin apenas melodía, continúa mencionando a numerosos personajes de todas las épocas y disciplinas entre reflexiones personales sobre su vida y carrera. Con False Prophet adapta un blues clásico de 1954, en el que sería el tercer adelanto previo al lanzamiento del álbum, con crudeza y firmeza en una sucesión de estrofas de carácter íntimo que la emparentan con obras como las postreras del gran Leonard Cohen. En My Own Version Of You crea una ficción lúgubre, en la que también cita numerosas personalidades, en la que rige un sencillo bajo entre la austeridad sonora general y que avanza con lentitud a merced de la historia. Los coros y la melodía hacen más amable la cuarta pieza, una I’ve Made Up My ind To Give Myselg To You en la que hace sus mayores concesiones a la emoción.
También inspirada en un poema (en esta ocasión de Stephen Crane) en Black Rider aborda la muerte bajo una sombría atmósfera de cuerdas antes de homenajear al bluesman Jimmy Reed desde la animación de Good Bye Jimmy Reed, un blues más ligero que introduce la temática religiosa, y de la balada con regusto a derrota Mother Of Muses, en compañía de la guitarra y una percusión casi inapreciable. Y la densa Crossing the Rubicon, arropado de más instrumentos para obtener un inconfundible sabor de blues añejo, da paso a una profunda y cálida Key West (Philosopher Pirate) en la que al abrigo de poco más que un órgano y un acordeón va dejando caer reflexiones de peso, sin duda de lo más destacado del disco.
Diez canciones que discurren sin sobresaltos rítmicos ni emocionales, en las que el Nobel de Literatura de 2016 se decanta por narrar con su habitual grandeza una importante serie de hitos sociales y culturales, además de otras reflexiones e invenciones que no hacen sino refrendar su leyenda. Puede que musicalmente no esté entre sus obras más excitantes ni variadas, seguramente estas quedaron hace tiempo entre las numerosas joyas de sus seis décadas de carrera y trentaynueve discos de estudio, pero el poso de sabiduría y humildad (el hecho de mencionar a tantas personalidades supone un reconocimiento personal hacia ellas) que deja este último trabajo reconforta y deleita como si se tratara de una sesión íntima y relajada junto a un veterano de la música, la palabra y, en suma, de la vida.