El contexto de la historia de Otis Redding

Era a finales de 1992 o comienzos de 1993 y un anuncio de televisión, no recuerdo de qué iba, tenía como sintonía «(Sittin’ on) The Dock of the Bay». No sabía quién era Otis Redding y la canción me conquistó a través de dicho anuncio, con su melodía perfecta, su tono nostálgico y el punto de las gaviotas y el silbido. Una obra maestra del Soul y de la música popular. En el otoño de 1993 me hice con una recopilación titulada The Dock of the Bay. The Definitive Collection (1992) y ahí descubrí que él había compuesto «Respect», la versión brutal de «(I Can’t Get Not) Satisfaction» y canciones como «Try a Little Tenderness», «I Can’t Turn You Loose» y «Hard to Handle» (que ya habíamos conocido por The Black Crowes), entre otras muchas. Además, algunas canciones salían en la película The Commitments y, lo más importante, en The Blues Brothers estaban Steve Cropper y Donald «Duck» Dunn, pilares del sonido Stax junto a Booker T. Jones y Al Jackson, los cuales grabaron con Redding muchos de sus temas y, en el caso de Cropper, coautor de un buen puñado de canciones. Otis Redding es uno de mis cantantes favoritos de Soul desde siempre y, seguramente, al que más cariño le tenga junto a Aretha Franklin. Por eso, cuando Neo Sounds anunció la publicación de Otis Redding. La biografía. Una vida inacabada de Jonathan Gould me la apunté en rojo.

La vida y la carrera de Otis Redding fue muy corta, apenas cinco años en lo más alto y falleciendo en un falta accidente de aviación en 1967 a la edad de veintiséis años. De Macon (Georgia), la cuna de Little Richard también, Gould presenta una obra monumental en la que la vida y obra de Otis Redding quedan contextualizadas en lo que significaba nacer y crecer en el Sur de Estados Unidos en una época donde la segregación racial era un hecho. El gran acierto de Gould reside precisamente en ese punto, en cómo va generando el marco y el contexto en el que Redding nace y crece, sus humildes orígenes vinculados a un pasado de esclavitud, las leyes raciales Jim Crow, las relaciones entre las comunidades blanca y negra y todos los procesos subterráneos existentes que desempeñarían un papel central en los papeles que desempeñarán numerosos protagonistas del libro, comenzando por Phil Walden, su representante y figura clave. Gould nos retrata también todo el proceso de reivindicación de los derechos civiles, sus luces y sus también sombras, el papel de la música en el mismo y la relación entre el Norte y el Sur de Estados Unidos a través de los centenares de miles de afroamericanos que habían emigrado a las ciudades industriales del Norte cuando se desplomó el cultivo del algodón.

Con ese contexto, Gould cubre de sobra, y su narración gana en enteros, la ausencia de fuentes primarias de Otis Redding, el cual concedió muy pocas entrevistas. Reconociendo su categoría y su valía como el más grande de los cantantes de Soul, Gould tampoco deja de lado las contradicciones de su música y su carrera. Desde discos y singles flojos, acomodaticios, direcciones sin rumbo, sobornos a DJs, alguna infracción de la Ley, cierta tacañería y autorías «negadas» hasta la lucha por conseguir un estilo propio, Gould no elude las sombras y llega a un final dramático justo cuando Redding había encontrado un camino diferente con «(Sittin’ On) The Dock of the Bay» bajo la inspiración del Sgt. Pepper’s de The Beatles.

Y queda también un capítulo especial para Stax, el mítico sello y estudio fundado por Jim Stewart y su hermana Estelle Axton en Memphis, representante del Southern Soul, y por el que pasaron Redding, Booker T. & The M.G’s, Sam & Dave, Carla Thomas, Rufus Thomas, Isaac Hayes, etc. Es una de las partes más importantes del libro, también transversal, con presencia destacada de Jerry Wexler de Atlantic, sello al que estaban adscritos hasta 1968 y en el que se desarrolló la carrera de Redding. Las formas de grabación, alejadas del modelo industrial y fordista de Motown, las contradicciones internas, los errores estratégicos de Stewart, o las relaciones raciales (ahí, esas palabras de Cropper de los años 80) marcadas por una socialización potente, serán también protagonistas.

El disco póstumo de Redding, The Dock of the Bay (1968), fue todo un éxito y quién sabe a lo que podría haber llegado Otis Redding. Una voz impresionante, unas interpretaciones sublimes con las que hacía suyas otras canciones, composiciones suyas imperecederas. La historia de Otis Redding merece siempre ser recordada y este libro de Jonathan Gould  es una gran oportunidad para ello.

«Johnny Cash» de Robert Hilburn

Llega la traducción de la biografía de Johnny Cash escrita por el veterano periodista Robert Hilburn y que lleva por título el nombre de uno de los grandes mitos de la música norteamericana. Publicada por Es Pop, Hilburn ahonda profunda y largamente en la vida de Cash aunque no lo hace de forma indulgente sino que también se centra en las sombras y dobleces del mito. Hilburn, que fue el único periodista presente en el mítico concierto de Cash en la prisión de Folsom y que dio lugar a uno de sus discos más clásicos, no ahorra muchos detalles y nos muestra a un Johnny Cash en todas sus dimensiones, no solamente en las que construyen el mito basado en los valores de la honestidad y el «sueño americano» y en la estructura de auge-caída-redención tan apreciada y celebrada por la sociedad norteamericana. Recordemos que las nuevas generaciones llegaron al «Hombre de Negro» a través de los célebres American Recordings con Rick Rubin, que ocupa el último tramo del libro, el vídeo de la versión de «Hurt» y la película Walk the Line (En la cuerda floja) (2005) de James Mangold con Joaquin Phoenix en el papel de Cash y Reese Whitherspoon en el de June Carter, centrada en su historia de amor y presentando a June como salvadora de Cash, junto a una mayor inmersión en los valores más cristianos. Sin embargo, la vida y trayectoria de Cash da para mucho, muchísimo más. Hilburn se basa en numerosas fuentes secundarias pero también en entrevistas con el propio Cash, familiares y otros acompañantes en la vida de Cash, lo que da lugar a un mosaico de testimonios.

Por el lado positivo, y con Hilburn reconociendo su admiración por Cash, aparecen los orígenes muy humildes de su vida en Dyess (Arkansas) y cómo Cash sobresale en el mundo de la música lo que le lleva a Memphis y al mítico Sun Records de Sam Phillips en el momento de expansión del Rock & Roll con Elvis Presley. Cash se ganará un hueco importante junto a Grant Marshall y Luther Perkins como acompañantes y con canciones como «Walk the Line», «Hey Porter», «Cry, Cry, Cry!», etc. De allí pasa a Columbia pero su carrera, y su vida personal, se verá determinada por su adicción a las anfetaminas y otras sustancias. En los sesenta, Cash se convierte en un mito diversificando su estilo y grabando en las prisiones de Folsom y San Quintín, llegando su momento de redención y de una espiritualidad más profunda. En esos momentos, nos presenta a un Cash con esa figura prototípica de «outlaw» y su vinculación con los más desfavorecidos y las víctimas del sistema, para los que y sobre los que cantó, desde los presos hasta los obreros y jornaleros del campo, pasando por los ferroviarios, los nativos americanos, etc. La fama creció con su programa de televisión en la ABC durante varios años pero, a partir de los setenta, asistimos a un profundo declive en ventas y de inspiración, discos insípidos que el propio Hilburn valora muy negativamente, mientras que Cash se sostiene con sus giras, tocando por todos los sitios. Sin embargo, Cash se verá superado por nuevas figuras emergentes en el mundo del Country, como Willie Nelson o su amigo Waylon Jennings, con los que grabaría junto a Kris Kristoffersson en The Highwaymen, pero que tampoco serviría para relanzar su carrera. Además, Cash volvería a recaer en sus adicciones en otras ocasiones. La redención definitiva llegará de la mano de un Rick Rubin que le grabará para su sello desde American Recordings (1994), tras haber sorprendido por su colaboración en el Zooropa (1993) de U2 con «The Wanderer» que ya comentó en su día Javier Castro al hablar de grandes colaboraciones. Serán discos tremendos, con un Cash en el último tramo de su vida demostrando la calidad y el talento que atesoraba, dando lo mejor de sí en temas con el mítico «Hurt», «The Man Who Comes Around», «Delia’s Gone», etc., muchas de ellas versiones acústicas de temas alejados del estilo de Cash. El final de su vida, marcado por la desaparición unos meses antes de June, envolverá en un nuevo halo a Cash.

Pero Hilburn no esconde muchas cosas. De esta forma, salen a relucir muchas de sus contradicciones, sus adicciones, se desmontan algunos de los mitos que rodearon a su vida, por ejemplo esos momentos de superación que esas adicciones en las que luego volvería a caer, así como se muestran sus nos pocos errores en la dirección de su carrera y en su propia vida personal. De esta forma, su primer matrimonio con Vivian Liberto es un tormento para ella, con momentos indescriptibles como cuando le propone matrimonio a Billie Jean Horton tras el fallecimiento en accidente de tráfico de su marido, y grandísimo amigo de Cash, Johnny Horton, con la que tuvo una aventura. No sabemos cómo aguantó Vivian Liberto tanto, la verdad. También la figura de June Carter queda un tanto desdibujada, pierde un poco ese aura mítica que le otorgó la película ya señalada sobre su relación, y se señala que también cayó en las adicciones, así como otros hijos e hijas de Cash, y es calificada de «manirrota», como el propio Cash. Al igual que muchos de nuestros héroes musicales, de Dylan a Young, Cash también se nos presenta en no pocas ocasiones como un ser egoísta, errático e irresponsable, de nota cuando provoca un incendio en un espacio protegido, en parte derivado de sus adicciones. No hay disculpas por parte de Hilburn a estos comportamientos, así como tampoco a su ya señalado hundimiento compositivo y comercial en los setenta y ochenta donde decir que funcionaba con el piloto automático sería demasiado, lo que provocó su salida de Columbia.

Luces y sombras, auge-caída-redención y más auge-caída-redención para una de las figuras capitales de la música norteamericana, que fue capaz de ser el icono del Country, y destacando en el Folk, la música Góspel y el Rock & Roll. Johnny Cash marcó y tuvo una influencia capital en gente como Dylan, Petty, Springsteen y todos los grandes nombres de la música norteamericana. Hilburn lo recoge de forma acertada en un libro apasionante que se lee como una novela.

Canciones para salvarte la vida y el relato generacional de Carlos Pérez de Ziriza

En uno de los capítulos finales de No olvides las canciones que te salvaron la vida. Una crónica generacional (Efe Eme) del periodista Carlos Pérez de Ziriza, el autor aborda el tema «Ready pa morir» de Yung Beef, uno de los máximos exponentes del Trap nacional, y uno no puede dejar de identificarse con sus reflexiones sobre el crecimiento de este estilo y la extrañeza que nos provoca a la gente que ya hemos entrado en una edad. Y es que Pérez de Ziriza ha construido, como bien dice el subtítulo de su libro, «Una crónica generacional». Obviamente, los dos autores de este Blog no podemos dejar de sentirnos identificados con la mayor parte de su libro ya que compartimos año de nacimiento y buena parte de las referencias que aparecen reflejadas. Nos podrán llamar nostálgicos, «viejunos» y cosas peores relacionadas con el revisionismo actual, incluidas acusaciones de anglofilia y todo lo vinculado con el «indie», aunque Pérez de Ziriza acierta en su desmitificación y en cómo era una tendencia en los noventa que no era para nada mayoritaria, pero esa es otra historia.

No olvides las canciones que te salvaron la vida está muy centrado en nuestras generaciones, aquellas que vivimos los últimos coletazos del Rock ‘N’ Roll en lo más alto. También aquellas que tuvieron en la esperanza de un futuro mejor un horizonte muy definido, aunque luego el castillo se vino abajo. Ahí también acierta Pérez de Ziriza, en esa contextualización desde finales de los ochenta hasta la actualidad, aunque las experiencias vitales puedan ser diferentes, pero es cierto que ciertos valores calaron en nuestras generaciones, sin olvidar esa década de los noventa que será fruto también de análisis y revisionismos en la dirección que se encuentra ahora los ochenta, tiempo al tiempo, y cuya segunda mitad da muchísimo juego.

Pero, volviendo a la música, Pérez de Ziriza insiste en el valor de la música, en la importancia de esa Banda Sonora que nos vamos construyendo y que nos define. No quiero imaginarme la cantidad de canciones que habrá dejado de lado en este proceso de creación de una obra en treinta capítulos, a canción por año, desde 1989 hasta 2018. Y claro, esos treinta años dan para todo: de la adolescencia a la juventud y a la edad adulta, de los estudios al mercado de trabajo, los enamoramientos y los desengaños, el matrimonio y la llegada de los hijos, la situación laboral, las noches de fiesta que parecían eternas, la amistad…en fin, que todo cabe ahí. Yo me iba haciendo mi propia lista de canciones en esos años y me costaba, me costaba, aunque lógicamente todas ellas forman parte de las que te salvaron la vida.

En cuanto a la lista, ya es una cuestión personal y de los gustos de cada uno pero, como decíamos, responde a muchos de los grandes nombres que sonaban a lo largo de estas tres décadas. Comienza con el «Debaser» de Pixies y termina con «¿Quién eres tú?» de La Habitación Roja, y van cayendo R.E.M., Teenage Fanclub, Los Planetas, Chucho, Primal Scream, Franz Ferdinand, Nick Cave & The Bad Seeds, Wilco, Richard Hawley, Arcade Fire, The National, León Benavente, entre otros. Puede sorprender ver el «Saturday Night» de Whigfield, justificado por su omnipresencia en aquel 1994, o la brutal «Crazy in Love» de Beyoncé, una canción tremenda, pero no hay muchas concesiones más fuera de un cierto canon. Me quedo con los capítulos dedicados a esos grupos y artistas que mejor representan una suerte de madurez, creo que aquí también hay un gran acierto del autor, con formaciones como The National, Wilco, La Habitación Roja, Richard Hawley, Arcade Fire o los propios Teenage Fanclub, seguramente uno de los mejores de todo el libro (junto con el de mis queridos Franz Ferdinand). Y es que, es la nostalgia la que nos mira aunque con una gran dignidad.

Muchas canciones que nos salvaron la vida, muchas más que tienen que hacerlo, y uno no puede dejar de poner esa sonrisa que se te queda cuando escuchas aquella canción de los noventa o de la primera década del siglo XXI, más de los noventa, y piensas ¡qué lejos! pero mereció la pena. Y nada mejor que escuchar una y otra vez a los fantásticos Teenage Fanclub, que insisto representan seguramente mejor que nadie el espíritu del libro. Haced la prueba, buscad esas canciones.