A veces parece que toda aquella expresión artística que no se presente bajo el paraguas de la modernidad o la innovación, que no transite terrenos únicos e inexplorados, tiene un valor menor que las que sí lo hacen. Y sin embargo en la historia de la música popular hay fórmulas de una efectividad probada y más que duradera que aún ofrecen mucho jugo para exprimir, microgéneros que debidamente tamizados por una personalidad atractiva pueden dar mucho de sí por más veces que hayan sido experimentados.
Todo este chorreo viene al caso de un reciente descubrimiento como es la música de Chencho Fernández, veterano de la escena sevillana que, con un único disco previo en solitario (el también fantástico «Dadá estuvo aquí» de 2015) y una larga trayectoria en grupos de menor resonancia nacional como Sick Buzos, se ha hecho sigilosamente con un hueco privilegiado entre los lanzamientos más atractivos de lo que llevamos de año y tiene muchas papeletas para mantenerlo en los próximos meses. Con cuidados arreglos de cuerda y metal y unas guitarras atinadísimas, sabe moverse con soltura por variados terrenos clásicos que pasan entre otros por el glam o la psicodelia y, arropado por el productor sevillano Jordi Gil y una amplia nómina de músicos, destacar con un brillo tan familiar como particular.
Así, sus notas dejan entrever una provechosa inmersión en sonidos setenteros y ochenteros, de cuando se cocía buena parte de lo que hoy sobrevive como rock melódico; y una sabia, variada y personal expresión que nos acerca a todo aquello. Es lo que ocurre con La fosa de las marianas, eléctrica y certera daga de guitarras ‘stonianas’ aderezada con variedad de teclados, al igual que en Te quiero sin querer prevalecen los órganos (Hammond y Rhodes) en una reminiscencia romántica de Serge Gainsbourg; en esta misma línea de romanticismo y belleza destaca la sencilla La canción de Nadia. Unos preciosos acordes de guitarra abren la ligera y amable Un hit, a la que la sección de cuerda eleva aún más, y nuevas guitarras y coros, al servicio de un saxo a modo de riff, animan el ritmo de En boga. Adopta maneras de crooner moderno para interpretar sobre el despliegue instrumental de Mi pequeña muerte en ti, antes de continuar como en una taberna, tanguero y canalla, marcando el ritmo de Salvador en la Plaza del Pan. Mención aparte merecen las letras, algunas maravillosas como la de Como se odian los amantes, sencilla a las guitarras, antes de alegrar la cadencia de Calle Imagen con un ritmo más ligero, para volver a relajarla en el medio tiempo decadente y cinéfilo poblado de guitarras y coros en Suicidio en Hollywood. El colofón lo pone la enorme Noche americana, plena de emoción instrumental y despedida pletórica a los metales.
Su filosofía sonora, si de clasificar se tratara, habría que catalogarla en el estante de Rafael Berrio o de un reciente Coque Malla, con una evidente elegancia interpretativa y un magnífico talento lírico que hacen de su escucha un auténtico goce. De una ambición por encima de su primer trabajo en solitario, estas «Baladas de plata» no dejan lugar a las dudas y nos han alegrado el mes al descubrirnos a un autor en plenitud creativa que demuestra saber lo que quiere, dónde conseguirlo y cómo compartirlo.