Tres años después de completar la trilogía editada entre 2009 y 2010, Mark Oliver Everett se reencuentra con una energía que no abundaba en sus últimos trabajos. Sirviéndose de los variados mimbres que ofrece la música norteamericana conforma un sonido que parece nuevo sin necesidad de inventar nada. Una vez más no puede evitar sonar inconfundible.
En mi opinión estamos ante el disco más variado de una de las bandas más estimulantes del rock actual. Parecen volver a divertirse, juegan con sus instrumentos para extraerles el sonido de cuento que les ha brindado un hueco en tantas bandas sonoras (On the ropes, You´re my friend). Además en estas nuevas composiciones se siente menos la huella de la melancolía dejando paso a una ironía que resulta de la ausencia de pretensiones (Kinda fuzzy, Open my present).
Sin necesidad de recurrir a referencias posteriores al rock y el blues de los sesenta, como en sus dos primeros sencillos (Peach blossom y New alphabet), las guitarras suenan enérgicas y limpias y la ronquera de Everett afina lo suficiente para transmitir como nunca; rapea, falsea, recita y grita hasta el desgarro (The turnaround) como siempre ha hecho, en definitiva extrae lo imposible de su limitada voz.
Parece que por fin Eels ha conformado una banda consistente. La mayoría de sus miembros repiten con respecto a sus últimos discos e incluso firman alguno de los temas junto a un E que imprime su inconfundible sello en cada una de las composiciones. Es difícil destacar alguno de los temas, todos alcanzan un nivel alto y, pese a la variedad de registros, el disco resulta uniforme. Un gran disco, sin duda, con un sonido que Eels bordan y en el que E parece sentirse definitivamente cómodo, lo que no significa que en próximos trabajos no regrese a los juegos que tantas alegrías nos han proporcionado a sus seguidores durante su ya extensa y casi impoluta carrera.