6 de septiembre de 2008, Azkena de Vitoria, allí estábamos para ir a ver a The Jayhawks con la formación mítica del Tomorrow the Green Grass. Mientras hacíamos tiempo entre concierto y concierto, viendo a John Cale, a Duff McKaegan’s Loaded o a los muy oscuros The Gutter Twins, el dúo formado por Greg Dulli (The Afghan Whigs) y un inmutable e impasible Mark Lanegan, nos paseábamos por los puestos de discos (sí, por aquel entonces todavía quedaban algunos valientes, con los bilbaínos Power Records) a la cabeza. En uno de ellos, uno de los dependientes observó que podría ‘cazar’ clientes y nos estuvo tratando de convencer de que teníamos que comprarnos el disco de unos tipos llamados Fleet Foxes. A nosotros ni nos sonaban, no sabíamos quiénes eran y destacaba que una banda de Rock, no sabíamos tampoco qué música hacían, pusiera como portada el cuadro del pintor flamenco renacentista Pieter Brueghel ‘Proverbios Flamencos’, sin duda toda una declaración de intenciones. No caímos…en ese momento. Esa portada llamativa aparecería en todo un suplemento como Babelia de El País, dedicándole una página al disco. Fleet Foxes se convertirían en unos pocos meses en los favoritos de la crítica con su disco de debut homónimo, con 9 incluido desde la prestigiosa y ‘marcatendencias’ Pitchfork Media, lo que equivale a la legitimación como ‘hype’ del momento. Pero, ¿quiénes eran Fleet Foxes y qué ofrecían?, publicando además desde un sello como Sup Pop, el epítome del ‘indie’.
Fleet Foxes provenían del Estado de Washington, concretamente de un lugar que seguro que os suena, Seattle. Su música se podía insertar en el ‘Americana’ o en su evolución, si es que eso puede interpretarse, y destacaban por varios aspectos. Primero, el juego con las armonías vocales que será una de sus señas de identidad, con esa voz de Robin Pecknold, compositor y líder de la formación, que los emparentaba en otro nivel con Crosby, Still, Nash & Young. En segundo lugar, su vinculación con un Folk pausado, con presencia de lo acústico pero también con un sonido muy limpio, depurado, y en el que se acercaban también a un imaginario colectivo vinculado a la naturaleza, a un pasado idealizado, y en el que su propia estética, esas barbas, iban a estar también en primer plano. Los ecos de Dylan y Young también replican en sus dos obras, su exitoso debut es una maravilla que te atrapa y te mece en temas redondos. Por cierto, aunque no participó en la grabación se incorporó a la banda antes del lanzamiento Joshua Tillman a la batería, Father John Misty para los amigos, que dejaría la formación en 2012 para iniciar una exitosa carrera en solitario y que publica disco en abril. En la producción del disco estaba Phil Ek, que también trabajaría con Band Of Horses, banda hermana y de misma procedencia, además de con The Shins o Built to Spill. Sin duda, son temas que te transportan a otro tiempo, con ese inicio desnudo de ‘Sun It Rises’ y esa guitara acústica, como la impresionante ‘White Winter Hymnal’, la personalísima ‘He Doesn’t Know Why? con esos coros, el punto más Blues con esa batería que imita al ferrocarril en ‘Ragged Wood’, la más luminosa ‘Quiet Houses’, la épica ‘Your Protector’, esa mandolina que suena en ‘Blue Ridge Mountains’, o el final con la desnuda y espiritual ‘Oliver James’.
Conquistaron a la crítica a la par que veíamos la ascensión de Band Of Horses, más accesibles, o de Iron & Wine y Bon Iver, antes de su paso a otros sonidos con su último disco, o la confirmación de The Decemberists. Las barbas se pusieron de moda, se pasó a la moda hipster, y eso tuvo su efecto sobre esta música que se identificó en parte con una estética. Pero no es menos cierto que era un movimiento basado en la recuperación de sonidos pasados, que seguramente nunca se habían ido del todo. Fleet Foxes tardarían tres años en sacar un segundo disco, Helplessness Blues (2011), el siempre complicado siguiente paso tras un debut triunfante. Pero los de Seattle se marcaron un trabajo impecable, ahondando más en sus raíces Folk y de nuevo con la producción de Ek. El inicio ya prometía, una desnuda y melódica ‘Montezuma’, de nuevo con las armonías vocales, y luego el toque de los vientos y las percusiones en ‘Bedouin Dress’. Emocionante y maravillosa resultaba ‘Sim Sala Bim’ que iba creciendo de nuevo en esa mezcla del minimalismo y la complejidad instrumental, con esas mandolinas características y el fascinante empuje final con reminiscencias de una vida pasada. Toque espiritual y solemne en ‘Battery Kinzie’, que da paso a la ecléctica »The Plains/Bitter Dance’. Y ‘Helplessness Blues’…uff, es una canción espectacular, de esas que te dejan huella, con esas guitarras acústicas, con la voz de Pecknold y ese giro precioso de la mitad de la canción. Tras dos temas menores, se lanzan con ‘The Shrine/An Argument’, casi nueve minutos de un gran tema donde vuelven a discurrir por diferentes terrenos, de lo minimalista y lejano de los primeros minutos a esas guitarras que suenan más explícitas y luego un momento más experimental que les lleva por territorios jazzísticos. ‘Blue Spotted Tail’ es una composición prácticamente desnuda sustentada en la voz de Pecknold y una guitarra minimalista. Y el cierre es para una grandiosa ‘Grown Ocean’ donde toman una dirección de nuevo más épica, en plan unos Arcade Fire del Folk.
Les ha costado seis años, ahí es nada, pero en unos meses llegará el tercer disco de Fleet Foxes y es una incógnita aunque las expectativas y la expectación son altas. Puede que ya no sea el momento de este estilo de música, algunos como Iver o Iron & Wine han tomado caminos más electrónicos y experimentales, especialmente el primero, otros como Band Of Horses da la sensación que han perdido fuelle. Pero igual Fleet Foxes nos presentan un disco que nos atrape como sus dos primeros. Esperemos que sí.