De Kevin Morby ya hablamos hace un par de años en Los Restos del Concierto cuando reseñamos su reconocido City Music (2017), en el que se confirmaba como uno de los grandes exponentes de los cantautores Indie-Folk o la categoría que queramos darle. Con su disco de 2016, Singing Saw, el exintegrante de Woods se ganó un puesto de relevancia para la crítica y en 2019 ha regresado con su disco más ambicioso, un trabajo que tiene mucho de conceptual porque su temática remite a Dios, la religión y la espiritualidad. Morby ha contado con la producción de Sam Cohen, ya se hizo cargo de Singing Saw, y ha apostado por un sonido muy atmosférico, generador de un ambiente que trata de elevarse sobre «lo terrenal» en consonancia con el título del disco y que se diferencia en ese sentido del muy urbanita City Music. Un cierto gusto por el eclecticismo, toques jazzísticos con la presencia de un saxofón que irrumpe por momentos, coros que quieren incidir en el lado espiritual y la sombra en algunos cortes de Dylan, siempre Dylan, nos muestra un trabajo interesante pero irregular, quizá lastrado por el exceso de temas, con una segunda parte reiterativa que por momentos puede llegar a hastiar. De la portada del disco, hablamos en otro momento.
«Oh My God» es un comienzo esperanzador, experimental, con un sonido basado en el piano y con un coro gospeliano que remarca la trascendentalidad que le quiere dar a la canción, aunque luego ya entra el saxofón y rompe un poco esa magia que quiere generar. En «No Halo» sigue esa línea aunque la canción suena un tanto angustiosa y adopta un tono épico creciente. Y en «Nothing Sacred/All Things Wild» se acerca de nuevo al tono espiritual a partir del coro pero su voz adopta otra tonalidad en una canción que tampoco acaba de convencer. No ocurre lo mismo con «OMG Rock and Roll» donde da lo que promete, sonidos más rockeros en la mayor parte de la canción aunque al final no puede evitar regresar a la introspección. Esta, unida al minimalismo instrumental en su comienzo, le funciona en una de las mejores canciones del disco, «Seven Devils», que luego arranca hacia la épica ya los sonidos más rockeros gracias al solo de guitarra. Sigue destacando con la dylaniana «Hail Mary», con una presencia del órgano relevante, aunque al final regresa, como en otras canciones, al cambio de rumbo de la canción. El final de la primera parte anuncia el descenso de la segunda, «Piss River» es de nuevo muy experimental, cambia las texturas de los sonidos, y nos remite por momentos a Conor Oberst, aunque el tema no acaba de funcionar.
Con una insustancial, de nuevo vuelve a ser minimalista y atmosférico, «Savannah», abre la segunda parte del disco, y aquí los toques de genialidad serán reducidos. Tras el interludio «Storm (Beneath the Weather)», que tampoco aporta mucho, llega la más estridente «Congratulations», donde tira de un piano excesivo y con presencia de las guitarras con más gancho. En «I Want to Be Clean» sigue en su deriva aunque tiene algo esta canción, una melodía más conseguida, pero tampoco termina de engancharte. «Sing a Glad Song» continua con los sonidos más atmosféricos y minimalistas. Por su parte, «Ballad of Faye» es más experimental, la combinación entre el saxofón y el piano le da un sonido más jazzístico que tampoco nos acaba de llenar. «Oh Behold» cierra el disco con un sonido más espiritual, con esos coros de nuevo, aunque no deja de lado el minimalismo de su propuesta, siendo una canción que levanta un poco la media de la segunda parte.
Kevin Morby ha lanzado seguramente su disco más ambicioso y se ha quedado a medias. Hay algunas canciones muy destacadas, pero el disco se hace largo, muy largo, el tramo final especialmente. Demuestra sus hechuras en algunos momentos más rockeros y melódicos, pero el toque del saxofón no parece aportar nada destacable.