Hemos devorado La fábrica de canciones. Cómo se hacen los hits (Reservoir Books) de John Seabrook, un libro que repasa la forma en la que se generan los grande éxitos del mundo del Pop en las últimas dos décadas. Un proceso interesante que vincula este libro con los soberbios y ya comentados Cómo dejamos de pagar por la música (Contra) de Stephen Witt y, en menor medida, Música de mierda (Blackie Books) de Carl Wilson, aunque no alcanza la profundidad de ambos. Seabrook se adentra en el terreno pantanoso de la composición de esos hits que se nos cuelan en la cabeza y que, especialmente en la última década y media se han convertido en los dominantes en las listas del Pop y de la música popular. Seabrook parte de la experiencia personal, ya que también se postula como ‘erudito’, al adentrarse en el mundo musical de su hijos pre y adolescentes. La motivación por entender qué hay detrás de esas canciones le llevará a investigar cómo las mismas llegan al público colectivo y aunque en algunos momentos, pero de forma muy sutil, sí que se observa una mirada por encima, en realidad realiza una labor empática. En este sentido, el libro sería un hermano menor del de Wilson, como lo sería del Witt en relación al proceso de la evolución de la industria musical, libro al que por cierto cita al final de su trabajo. Y es que sin ese contexto que se traza no sería tampoco posible comprender cómo unos equipos de productores y compositores han colonizado la música popular a través de una serie de ciclos.
Seabrook traza una historia a través de los grandes equipos de compositores/productores de la historia, desde el Tin Pan Alley hasta la Motown, pasando por Phil Spector. Su punto de partida en este proceso moderno será el protagonismo de los productores y compositores suecos, siguiendo la tradición de ABBA, con el malogrado Denniz Pop y Max Martin a la cabeza de Cheiron, de donde saldrán hits de Ace of Base, Backstreet Boys, Britney Spears, entre otros muchos. Martin será el que alcance el mayor reconocimiento, mientras que el Pop europeo y el R&B se van fusionando y compositores y productores buscan un nuevo hit a través de artistas que, en no pocas ocasiones, son prefabricados o modelados. En este punto, también entran en juego los concursos de covers que se convierten en la nueva cantera de intérpretes del Pop como Kelly Clarkson:
La lista de personajes que pasan por el libro es inmensa, de artistas que se ven superados por las expectativas de la industria a productores y disqueros como el veteranísimo Clive Davies, el controvertido Dr. Luke, los productores noruegos Stargate, o la maravillosa historia de la compositora Ester Dean y sus intentos por sobresalir en un mundo tan complejo. También vas aprendiendo a conocer cómo se articulan esas canciones, a través del ‘hook’ (el gancho) y la melodía, y entiendes esa cantidad de gente que aparecen como compositores de muchos temas. Encuentras, además, que incluso bandas como Bon Jovi han recurrido a gente como Max Martin en temas como, era fácil de adivinar, ‘It’s my Life’ (donde aparece como productor), o Coldplay a Stargate, aunque eso era más previsible:
Kate Perry, Taylor Swift y Rihanna, o la triste historia de Ke$ha con Dr. Luke, también tienen su recorrido en un libro donde aborda, aunque de forma casi como forzada, el fenómeno surcoreano del K-Pop como paradigma de la fabricación de artistas y hits, que llega hasta el punto de ir transformando los inicios de algunas carreras como las de Swift, centrada en el Country, y la de Perry, vinculada a Rock cristiano, hasta convertirlas en irreconocibles. Y es los principales perjudicados de todo el proceso son los cantantes y artistas, y el ejemplo de Ke$ha es un hecho. Hay también una crítica a un mundo predominante masculino como el de los productores, al hecho de que la presencia de la mujer se reduzca al ámbito de las melodistas, o a cómo la industria se ha hundido y cómo los servicios de streaming lo que hacen es perjudicar a unos interpretes que se van quedando con menos trozo de la tarta a la vez que la presión por alcanzar el siguiente número 1 no ceja, algo en lo que sin duda Max Martin es el campeón con 22 números 1 del Billboard donde están, entre otros, ‘…Baby One More Time’ (Britney Spears), ‘I Kissed a Girl’ (Kate Perry), ‘Shake It Off’ (Taylor Swift) o ‘Can’t Stop The Feeling!’ (Justin Timberlake), donde aparece tanto como productor como compositor, así como también en el ‘Send My Love (To Your New Lover)’ del 25 (2015) de Adele.
Y sí, no lo vamos a negar, esta gente tienen la habilidad y la capacidad de crear temas muy adictivos, ejemplos hay muchos como el ‘Tik Tok’ de Ke$ha, algunos fantásticos. Pero Seabrook transmite esa sensación de producción industrial, menciona incluso discos que se gestan a través de campamentos de compositores y productores con las funciones muy delimitadas. Curiosamente, buena parte de estos compositores y productores provenían del Rock duro, como el propio Martin. Y sí, es evidente que eso ha pasado en la historia de la música siempre, como decíamos al principio, pero hay como un halo que en este proceso se ha perdido. No vamos a dejar de bailar con temas como ‘Can’t Stop the Feeling!’, pero el mundo que describe Seabrook es ‘raro’.