Que después de un disco con la repercusión de «Siamese Dream» (1993), de tan innovadora y certera personalidad, The Smashing Pumpkins se embarcaran en un proyecto de las dimensiones de este «Mellon Collie and the Infinite Sadness» (presentado en doble cedé o triple vinilo) que pronto cumplirá veinticinco años, puede dar la medida de la ambición de un Billy Corgan que, cuando la desmesura de su ego y los altibajos emocionales se lo permitieron, fue capaz de escribir algunos de los pasajes más memorables del rock de los noventa.
Relacionados en sus inicios con el grunge, que por aquel entonces aglutinaba la expresión de la frustración juvenil, poseían sin embargo unas señas definidas por influencias mucho más variadas que la mayoría de bandas de su generación. Con retazos del incombustible heavy y del naciente shoegazing, engarzaron a la perfección la potencia y la distorsión con las melodías relevantes, siempre con un sonido muy elaborado y especialmente esmerado en el trato de las guitarras.
Por aquel entonces aún en sus filas los integrantes originales, es decir con James Iha a la guitarra, D’Arcy Wretzky al bajo y Jimmy Chamberlain a la batería acompañando a Corgan, estaban en vísperas de que las primeras desavenencias, adicciones y tragedias desembocaran en el desmantelamiento de dicha formación (que se ha reunido casi al completo en 2018, junto al guitarrista Jeff Schroeder y con Jack Bates a cargo del bajo dada la manifiesta animadversión de Corgan y Wretzky, para la grabación de su último disco). Contaron en esta ocasión con la ayuda de los productores Flood, que venía de desarrollar sonidos industriales junto a U2 o Nine Inch Nails, y un Alan Moulder cuyo reciente trabajo para My Bloody Valentine les dejaría un profundo poso.
Tras una preciosa apertura al piano se inicia el primer cedé, bautizado «Dawn To Dusk», con una de las grandes composiciones del disco, una Tonight, Tonight que lanza y ensancha la orquesta junto a los tambores y las ineludibles guitarras, para a continuación dar el primer acelerón con las duras e incisivas guitarras de Jellybelly. En la oscura Zero domina la insistencia de su agresivo riff central, para relajar algo el compás con la melodía de Here Is No Why, antes de presentar la memorable línea de bajo de Bullet with Butterfly Wings que, junto al rabioso estribillo y la solidez del ritmo y las guitarras, compuso el primer y posiblemente más importante sencillo de su carrera. Con To Forgive recuperan una gravedad y crudeza que los equipara por momentos al grunge, para volver a rasguear con convicción la guitarra y endurecer el sonido en An Ode To No One. Más guitarras en el brillante ritmo central y la lograda distorsión de Love antes de hacer el primer inciso delicado, arropado por la sección rítmica, con Cupid De Locke. Se prolonga la emoción suavemente en la bella Galapogos y antes de que la contundente Muzzle llegue empujando con una energía contagiosa, para cerrar esta primera parte con Porcelina Of The Vast Oceans que, tras una larga intro de tres minutos, alterna el desarrollo suave con las rupturas guitarreras, y una sosa Take Me Down cantada por Iha.
El segundo cedé, con el nombre de «Twilight To Starlight», se abre con la potente resonancia del riff frío y contundente de Where Boys Fear To Tread, dura como la tremenda Bodies, para dar paso al piano amable de Thirty-Three. Cierto aire de oscuridad folk preside In The Arms Of Sleep antes de que arranque un temazo como 1979, trayecto en los aledaños del pop, para romper a continuación llena de energía la agresiva y ruidosa Tales Of Scorched Earth. Agradables secuencias de guitarra se intercalan con otras más intensas en Thru The Eyes Of Ruby antes de prescindir de la percusión en la conseguida calma acústica de Stumbleine y romper de nuevo en X.Y.U., magnífico despliegue de potencia sin freno de resultado rabioso e instintivo. We Only Come Out At Night es una pequeña excepción programada y popera, al igual que la sencilla Beautiful, animada en los coros finales, o el lento desarrollo sobre piano y tambor de Lily (My One And Only). Como despedida quedan la suerte de balada densa By Starlight y la preciosa Farewell And Goodnight, que van cantando todos los miembros hasta esfumarse con las últimas notas de piano.
En total más de dos horas de música cuyo conjunto apenas flojea, mayoritariamente enérgica e instintiva aunque también destacable por su aporte melódico, que los consagró con su tercer disco como una las bandas del momento. Su desmedida apuesta se tradujo en once millones de unidades vendidas y una lluvia de reconocimientos (aparecieron hasta en un capítulo de Los Simpson) que presagiaban una consolidación en la cima, pero las desavenencias internas y las adicciones de algunos de sus miembros (Chamberlain y Wretzky concretamente) los fueron descomponiendo y complicando un futuro que desde entonces transcurrió con una dudosa planificación. Al frente solo quedó Billy Corgan que en adelante mostraría con cuentagotas los destellos que tanto abundaron en los primeros discos. Para la iconografía rock quedaría su cabeza rapada y la camiseta negra con la palabra ZERO que popularizó en la gira posterior, además de un puñado de magníficas canciones que reinaron hace veinticinco años y a las que el paso del tiempo ha sentado de maravilla.