Nick Cave y los Bad Seeds regresan tras cinco años con un nuevo trabajo al servicio de las inmejorables dotes interpretativas de su líder y, como con cada uno de sus discos, vuelvo a lamentar que mi pobre nivel de inglés me impida saborear su obra plenamente y entender con mayor facilidad las recitaciones de sus excelentes ejercicios lírico-musicales.
Son nueve canciones de apariencia simple a las que las sucesivas escuchas extraen una complejidad a partir de los matices de la expresiva voz de Cave así como de la solo aparente monotonía instrumental que le sirve de base y que dramatiza los temas a la perfección.
Como en sus dos últimos discos el piano de Cave sigue perdiendo protagonismo. En este último además se atenúa su faceta más rockera acercándolo a un sonido de autor para el que se sirve de una banda que, en su discreción, no necesita hacer ruido para transmitir energía ni emociones.
Las canciones siguen siendo inconfundibles: guitarras que suenan personalísimas como en Water´s Edge o We Real Cool, el Rhodes con el que Cave suple al piano para dotar de intensidad a temas como Mermaids o Wide Lovely Eyes y para protagonizar el solemne cierre con Push The sky Away, el punto álgido emocional de Jubilee Street o el increíble crescendo de la excelente Higgs Boson Blues. Otro gran disco que añadir a la gran carrera de Nick Cave & The Bad Seeds que vuelve a contribuir a lo que cada vez parece más inevitable: su definitivo acomodo en la categoría de clásico moderno.