La M.O.D.A., «Ninguna ola»

Casi por sorpresa llegó el cuarto disco de La Maravillosa Orquesta del Alcohol (La M.O.D.A.), tras haber publicado su cantante David Ruiz una serie de canciones en solitario. A lo largo de estos años, he debatido sobre La M.O.D.A. en relación a su calidad e impacto. Por mi parte, los burgaleses fueron un soplo de aire fresco en los años centrales de la segunda década del siglo XXI. Con un sonido Folk Rock que recordaba a The Pogues, también al Punk de The Clash, y con letras coreables, se ganaron al público con sus primeros discos y sus directos inmensos, ni recuerdo las veces que los vimos. Con conciertos que eran una fiesta absoluta, esa música de celebración te levantaba. Además, ellos apostaban por la autogestión, y ahí siguen. En su contra, algunas letras que podrían haberse trabajado más y, para sus detractores, una estética que no funcionaba. Sin embargo, su tercer disco, Salvavidas (de las balas perdidas) (2017) me encendió algunas alarmas. Distaba mucho de ¿Quién nos va a salvar? (2013) y La primavera del invierno (2015), lo cual no quiere decir que no haya que evolucionar, ni mucho menos. Pero, ese disco se tornaba más intimista y oscuro, además de contar con unas letras un tanto menos logradas. El cuarto disco, Ninguna ola, llegaba de la mano de la producción de todo un Raül Refree, icónico por sus trabajos con Silvia Pérez Cruz, Rosalía, El Niño de Elche, Kiko Veneno o Josele Santiago, entre otros y otras. A mí, Refree me parece un productor muy solvente pero también me deja frío, pero esa es mi impresión personal. El caso es que había precaución ante el disco del combo burgalés y las primeras escuchas confirmaron mis temores. Sonido intimista, fuera casi todo el sonido de la banda, algunas bases y un trabajo muy ambiental e introspectivo. Sin embargo, con las escuchas el disco crece hasta ganar fuerza. No es un disco fácil y tiene altibajos pero supera a su predecesor y también en las letras, aunque se mantienen algunos tics. Ruiz mantiene su fraseo y su voz ronca que tan bien encaja en el tono de las canciones de este disco.

El comienzo es muy bueno, «93 compases» es una canción muy potente, una letra más críptica pero más cuidada, y con un final que nos remite brevemente y de forma contenida a sus dos primeros discos. «La vuelta» tiene ese punto más experimental, la producción de Refree se deja notar y tiene un punto sombrío, pero es muy buena canción. Menos convincente resulta «Un bombo, una caja», minimalismo y tono dramático y épico, junto con una afectación que no cuadra. «Conduciendo y llorando» es una de esas canciones que ganan con las escuchas, no llega a la altura de las dos primeras pero hay algo dentro de ese eclecticismo, el fraseo de Ruiz está muy logrado y se nota el avance en las letras. En «Regresso à Vida» parecen apostar por el «menos es más», muy minimalista, y tampoco acaba de arrancar pero va creciendo.

La segunda parte comienza con la menor «Barcos hundiéndose», de nuevo experimental, meten el acordeón y la letra parece más forzada. En «Banderas sin color» es donde emerge el sonido de los primeros discos de La M.O.D.A., una canción más rabia que, a estas alturas, también se agradece. Pero regresan al intimismo minimalista con «Semifinales», otra canción que parece que podría haber tenido un mayor desarrollo. «Memorial» nos deja también un tanto fríos, hay Folk pero la letra tampoco acaba de funcionar, aunque luego crece de nuevo la canción al entrar más la banda. Y el final es para una de las mejores canciones del disco, «Colectivo nostalgia», con un sonido de ellos más contenido pero con la producción más alineada.

Desconocemos el camino que tomarán La M.O.D.A. Lo cierto es que hay que reconocerles que no se estancaron ni se repitieron. También que han sido valientes y han tomado decisiones muy audaces. Iremos viendo pero se han ganado de nuevo nuestra confianza.

 

 

 

Siempre es bueno volver a Willy DeVille

En la primera mitad de los años noventa del siglo XX, Willy DeVille se convirtió en un artista habitual en España. Obviamente, no de modo masivo pero primero con su versión en clave mariachi del «Hey! Joe» en el disco Backstreets of Desire (1992) que coprodujo Dr. John. Aquello fue un puntazo porque no era habitual una versión de esas características a la par que DeVille aparecía como un pirata o un dandy de New Orleans. Luego llegaría su momento, el ya comentado aquí Willy DeVille Live (1993) que contaba con «Demasiado Corazón», sintonía del programa de Televisión Española Corazón Corazón, la versión del clásico Soul de Ben E. King «Stand By Me» y, obviamente, «Hey! Joe». DeVille era un personaje y descubrimos parte de su trayectoria a finales de los setenta y los ochenta, con Mink DeVille y en solitario, con sus mezclas de Rock, Blues, Soul que luego serían extensibles al Cajún, el Tex Mex o los sonidos más latinos. Producido por Jack Nitzsche o Mark Knopfler, fichado por grandes majors (Atlantic, A&M, Capitol), firmando ya como Willy DeVille a finales de los ochenta, el caso es que siempre quedará como uno de esos «malditos» de la música cuya carrera, talentosa, no llegó a cimas más altas. Tampoco ayudaba el ritmo de vida de Willy que no estaba en los parámetros de la salud. En 1995 llegaría Loup Garou con una preciosa «Still (I Love You Still)» (aquí la interpretó también en castellano, lo que nos recuerda que también grabó «Cuéntame un cuento» en 1995 con Celtas Cortos… en fin, no decimos nada más) y, en 1996, Atlantic publicó una recopilación con lo mejor de sus años en el sello. Sería Love & Emotion: The Atlantic Years, que es el disco que nos ocupa, años como Mink DeVille que representan de lo más destacado de su trabajo, además de contar con interpretaciones de otros discos. El caso es que, tras esos años, la pista de DeVille se va haciendo más difusa aunque sigue publicando discos, cada vez más espaciados, hasta su último trabajo, Pistola (2008). Aguantando casi hasta el final, fallecería en 2009 debido a un cáncer de páncreas. Willy DeVille es un grande de la música popular, supo aunar diferentes sonidos y tradiciones, y creó grandes composiciones que no han perdido su vigencia. Abrió el camino para muchos otros y volvemos a sus canciones con este Love & Emotion en las que hay espacio para sus discos en Atlantic que fueron con Mink DeVille Coup de Grâce (1981) y Where Angels Fear to Tread (1983). Muchas de las canciones incluidas en esta recopilación también fueron las del Willy DeVille Live, lo que muestra cómo parte de su cancionero más conocido surge de esos dos discos.

Comienza con una versión instrumental en directo de «Harlem Nocturne», muy intensa con el saxofón como elemento destacado. Luego llega la maravilla que es «Love and Emotion» con ese tono Soul y esos vientos tan fantásticos, incorporando ya algunos toques latinos. «Demasiado corazón», una canción de Salsa que te lleva con la percusión y los vientos. Y «Each Word’s a Beat of My Heart» que es más crepuscular y más Rock. En «Around the Corner» vuelve a tirar de sonidos latinos, con guitarra española incluida. «River of Tears» no deja ese sonido latino pero le incorpora una perspectiva como más épica, ese sonido del acordeón, y cómo canta Willy DeVille. En «Lilly’s Daddy’s Cadillac» nos encontramos con una de sus cimas, una canción con unos vientos poderosos. También destaca su intensa versión del clásico «Stand By Me» de Ben E. King. Y sigue en esa línea con «Maybe Tomorrow», Rock y Soul combinados con ese saxofón que recuerda por unos momentos a Clarence Clemons y la E Street Band.

La segunda parte del disco se inicia con la muy de los cincuenta «Teardrops Must Fall», sonido clásico que muestra el respeto de DeVille por sus maestros, no en vano también colaboró con Doc Pomus. «She Was Made in Heaven» es más Rock pero no deja de lado su cadencia Soul y R&B, también aparece de nuevo la sombra de Springsteen. «End of the Line» recupera el toque latino pero con cuerdas incorporadas. Y en «So in Love Are We» es una canción Soul intensa y emocionante. «You Better Move On» es una versión de una canción de Arthur Alexander a la que incorpora un punto latino que le queda muy bien. El tramo final queda canciones grabadas en directo en el mítico CBGB’S de Nueva York en 1976, sonido crudo y directo que capta el ambiente primero con «Let Me Dream if I Want You (Amphetamine Blues)», un Rock & Roll poderoso, al que sigue el Reggae acompasado y pausado que es «Change It Comes». «Cadillac Moon» muestra algunas de las constantes del futuro sonido de DeVille y termina el disco con una versión del año de la publicación del disco, 1996, de «The Moonlight Let Me Down», Hammond y coros Soul para darle todavía más intensidad si cabe.

Willy DeVille fue un grande, un intérprete y compositor de primerísimo nivel que, lamentablemente, no tuvo el éxito que merecía. Sus canciones siguen sonando fascinantes décadas después y siempre es bueno volver a un artista mayúsculo. Impagable e irrepetible.

 

El segundo de Vetusta Morla

Qué decir de ‘Un día en el mundo’, una irrupción como pocas se recuerdan en nuestro rock, un debut avasallador fruto de un extenso rodaje previo y una apuesta que les llevó a crear un sello propio bajo el que presentarse, Pequeño salto mortal. En 2008 comenzaba la aventura del sexteto de Tres Cantos; con una firmeza sorprendente para una banda primeriza, sus numerosos conciertos fueron extendiendo la impresión poco habitual de que llegaban para apropiarse de un lugar de privilegio en la escena nacional. Como bien contó Sergio, en 2009 eran la banda del momento y asistir a sus conciertos era una experiencia que no dejaba demasiadas opciones aparte de rendirse a su escueto pero infalible repertorio.

Tres años después llegaría la reválida. Tras  un primer éxito que había desbordado los límites de la música independiente a la que parecían abocados con un trabajo cocinado a fuego lento, editarían en mayo de 2011 la que sería su complicada continuación. Presentadas físicamente con una originalidad y cuidado casi artesanales, como han hecho con todos sus lanzamientos, las canciones de ‘Mapas’ se enfrentaban a una expectación enorme.

Y con la misma firmeza continuaron en la dirección iniciada con su debut, y es que cuando no dejas de hacer buenas canciones pierden valor conceptos como renovación o experimentación y no queda otra que entregarlas y aprovechar el vigor de la llama creativa. O eso parecieron pensar Vetusta Morla antes de presentar esta suerte de continuación de su anterior disco, un trabajo en el que desarrollaban un sonido y una lírica que ya conocíamos para alcanzar unas semejantes cotas de calidad, es decir, un trabajo excelente y sin desperdicio.

El disco lo abre con sutileza el piano de Los días raros, al que se irán añadiendo guitarras y percusiones hasta desembocar en un épico final. A continuación hacen su aparición las guitarras a todo trapo en Lo que te hace grande, con un bajo que también reclama protagonismo, seguida de En el río, que sería el primer sencillo, rítmico de inicio para ir fortaleciéndose poco a poco sobre las guitarras. Bajan las pulsaciones en Baldosas amarillas, aunque no la intensidad emocional especialmente en su coreable final, al contrario que en Boca en la tierra, eléctrica y potente desde el principio, ni en El hombre del saco, que entre percusiones varias y guitarras profundas alcanza un final contundente.

Con aroma folk se abre y desarrolla Maldita dulzura, una de las más relajadas del conjunto, a la que siguen Cenas ajenas, un medio tiempo también de desarrollo suave que se electrifica en el estribillo, y el rock ligero que da nombre al disco, una Mapas que se va endureciendo según avanza. El trío de cierre lo conforman la maravillosa Canción de vuelta, desnuda, sosegada y marcada por una preciosa línea de piano, una potente Escudo humano que abren los tambores y dominan las guitarras y la bala final de Mi suerte, cuyo ascenso lento alcanza a desatarse en los coros finales.

Más allá de debates estilísticos (influencias, muchas; personalidad, a raudales) o interpretaciones literarias (sus letras son tan brillantes como crípticas), lo cierto es que lo que han logrado estos chicos es más que admirable; con guitarras elaboradas y percusiones increíbles, sin olvidar el carisma vocal de Pucho, entre otros argumentos que no conviene diseccionar pero sí disfrutar, han sabido dignificar la intensidad y justificar la épica con su música hasta el punto de convertirse en una de las bandas con un mejor directo y una mayor capacidad de convocatoria de nuestro país, como ha podido comprobar quien haya experimentado una de sus apabullantes giras. Con ‘Mapas’ asentaron las bases sobre las que no han dejado de crecer y hoy, diez años después de su lanzamiento, aún conserva la fuerza y la capacidad de emocionar, la belleza y la contundencia con que aniquilaron cualquiera de las dudas que conlleva todo segundo disco.