Ahora que los poemarios de cantantes pop invaden los estantes antes dedicados en exclusiva a los poetas y que la televisión y la prensa ligera parecen los medios más directos y efectivos para alcanzar el éxito tanto en literatura como en música, es especialmente bienvenido este ejercicio reposado de creación que revaloriza la hermandad entre poetas y músicos. Ciertamente no es un disco al uso de Quique González, aunque el madrileño afincado en Cantabria siempre ha cuidado con mimo sus letras y puede considerarse un excelente letrista, ni es una adaptación de poemas previos del granadino Luis García Montero, como ocurriera en 1998 cuando Quique adaptó para Enrique Urquijo su poema ‘Aunque tú no lo sepas’, sino que se trata de un proyecto común y original, iniciado hace cuatro años, en el que cada parte ha creado nuevo material en su parcela para luego fusionarlo en estas nuevas canciones.
Sería difícil señalar un protagonismo entre las letras y las notas, si acaso esa es la mayor diferencia con respecto a otros trabajos de Quique, es decir, ambos componentes lo comparten en un equilibrio que pretende resaltar la belleza de las palabras con una cuidada orquestación que las acompaña discretamente. Podría equipararse al trabajo de un cantautor que musicara artesanalmente y con especial cuidado unas letras creadas para la ocasión o de un poeta que escribiera para un músico cuya obra previa conoce y admira y utiliza como referencia.
En lo musical podría definirse como un trabajo de folk clásico que destaca por la íntima calidez y la pausa de las interpretaciones, como en el inicio de La nave de los locos, una de las mejores piezas que va ganando empaque a medida que progresa. Bienvenida (dedicada a la hija de Quique) también brilla en su delicado desarrollo y en Canción con orquesta destaca la calidez que aportan la calma y calidez de la mandolina y el violín. Más ligera y sonora El pasajero está estupendamente resuelta, al igual que el medio tiempo suave de Mi todavía. Guitarra, piano y voz completan la desnudez de Qué más puedo pedirte y Canción del pistolero muerto es folk en crudo sin apenas percusión. Las nuevas palabras, con sabor a salón, va ascendiendo emocionalmente y la lenta Todo se acaba es la más triste y oscura antes de recuperar la calidez acústica de las guitarras en el breve cierre de Seis cuerdas.
En un recíproco servicio letra y música se complementan en este ejercicio que no abunda en el panorama cultural actual y completan un escaparate de canciones sencillas que no necesitan de requiebros melódicos para considerarse completas. Se me ocurren paralelismos con discos en solitario de maestros como Bruce Springsteen o Jeff Tweedy, que a veces se apartan de su banda para dedicarse a proyectos más personales o desarrollar un espacio más propio, como el que en este caso comparte Quique con su buen amigo, que resulta ser uno de los mejores poetas de la actualidad. Un lapso en la carrera de ambos, quizás contracorriente, quizás arriesgado, pero igualmente afortunado y bello.