Directamente emparentado con la trilogía que inauguraba fulgurante su carrera, e incluso del «God Willing & the Creek Don’t Rise» que grabaría a continuación (justo hace diez años y en compañía de su banda The Pariah Dogs), el inconfundible bardo de New Hampshire presenta su nuevo trabajo como si el lapso estilístico que habían significado sus tres últimos discos no hubiera existido, como si no hubiera pasado el tiempo y hubiera sostenido intacta la línea sobre la que se hizo un nombre en la música y nos conquistó hace ya dieciséis años.
Después de experimentar con la mística y la psicodelia con irregulares resultados, más que aceptables en muchos casos aunque alejados de lo que más aprecia la mayoría de su público, repite como productor con excelentes resultados y se encomienda la grabación de todos los instrumentos para obtener una atmósfera íntima y añeja que recuerda a los orígenes del folk más popular, allá por los sesenta. Fiel al centenario sello que ha arropado su carrera entera (RCA) regresa por tanto al sonido que le dio a conocer y lo hace con diez composiciones que transcurren homogéneas, sin perceptibles altibajos pero con un elevado nivel general.
Parece que esperanzado, arranca con una suave acústica en Roll Me Mama, Roll Me, y se pone más romanticón en una I Was Born To Love You en la que la guitarra eléctrica dialoga con su voz a la perfección. Al más puro estilo de la Creedence Clearwater Revival, los ritmos dan un paso al frente y aligeran el ambiente en Strong Enough. De nuevo la intimidad y desnudez envuelven la hermosa melodía de Summer Clouds para continuar en esa línea con una We’ll Make It Through que se acompaña con la harmónica por primera vez. Misty Morning Rain fluye sencilla y ligera desde la guitarra y el bajo, a la que sigue el delicado folk de una Rocky Mountain Healin’ que también es abierta por la harmónica. La última parte del disco la componen las dos bellas voces y el sabor tradicional de las guitarras de Weeping Willow, la íntima intensidad acústica de Morning Comes Wearing Diamonds y el cierre soulero, relajado y emocionante de Highway To the Sun.
Con la innata capacidad de emocionar que supone su particular voz áspera y entonada, abandona los experimentos (en los que insisto había contenidos reivindicables) y vuelve a empaparse de la granja de Massachusetts en la que vive para deleitarnos desde el folk y soul que con tanta profundidad lleva enraizados. Y en ese terreno se mueve como pocos, y quien busca la honestidad y la emoción de esa música puede acercarse tranquilo a este disco porque las encontrará.