Ni The Rolling Stones, ni The Beatles, ni Neil Young, ni Led Zeppelin…ni nadie, el primer clásico al que me adscribí fueron The Doors (con permiso de Queen, pero esa es una historia muy diferente). Y no fue durante mucho tiempo, aunque no sea por la calidad de Morrison y compañía. The Doors es una de las bandas más expuestas de la historia del Rock, más explotadas (recopilatorios, directos, etc.), para una banda que publicó seis discos en cinco años, de 1967 a 1971. Y con unas canciones que son ya clásicos como ‘Break on Throught’, ‘The End’, ‘L.A. Woman’, ‘Riders on the Storm’, ‘Light my Fire’, ‘When the Music’s Over’…Y no podía faltar el icónico Jim Morrison, un tipo excesivo que se convertiría en uno de los martires más relevantes del Rock, junto a sus coetáneos Jimi Hendrix y Janis Joplin, e integrante del tristemente ‘club de los 27’, con los ya mencionados y Brian Jones, Kurt Cobain, Amy Winehouse…Morrison añadió el punto mítico a una banda con un sonido característico con el órgano de Ray Manzarek, junto a la guitarra de Robby Krieger y la batería de John Densmore, junto con la ausencia del bajo. Las crípticas letras de Morrison, los escándalos que acompañaban a sus conciertos, y su breve carrera los elevaron a los altares del Rock.
Y para muchos, fue el cine el que nos descubrió a The Doors. En 1991, Oliver Stone dirigió una película sobre la banda, basándose en la figura de Morrison, con Val Kilmer en el papel del ‘Rey Lagarto’, como era conocido Jim Morrison, y con una improbable Meg Ryan en papel de novia hippie de Morrison. Hace más de veinte años que no veo esa película pero recuerdo el impacto que me causó. Fue un shock que nos ponía en contacto, de aquellas maneras, con la contracultura y nos descubría una música adictiva, monolítica en algunos momentos, que bebía del Rock, de la Psicodelia, del Blues, y se expresaba en texturas instrumentales que fueron su marca de identidad, con Morrison sobrevolando el escenario con su presencia y sus textos.
Allí estábamos, con la película de Oliver Stone en la cabeza y con la BSO de la misma. En aquellos años, comenzábamos a descubrir la Serie Media, aquellos discos que ya iban quedando relegados y cuyo precio se reducía notablemente. Los discos no eran baratos, en ocasiones superaban las 3.000 pesetas de la época, descendían si los ponían de oferta, y la Serie Media se situaba en poco menos de 1.000. Warner tenía un grandísimo catálogo y sus discos en esa situación tenían una pequeña pegatina amarilla con una exclamación, que hoy parece una horterada inmensa pero que no puedo dejar de mirar de forma entrañable. Entre esos discos, que se acumulaban en las secciones de Serie Media, estaban los de The Doors. Y los primeros que me compré fueron el inicio y el final: The Doors (1967) y L.A. Woman (1971).
Como decía anteriormente, sólo cinco años y seis discos, y los dos más icónicos eran ellos. El debut porque reunía lo mejor de The Doors, un disco muy bueno con tres temas eternos como ‘Break on Through’, ‘Light my Fire’ y ‘The End’, y otros menos conocidos pero relevantes, de ‘Soul Kitchen’ a ‘Alabama Song (Whisky Bar)’. Casi nada. En cuanto a L.A. Woman, con un Morrison crepuscular y perjudicado por los excesos, la mística se la llevaban ‘Riders on the Storm’ y ‘L.A. Woman’, aunque en disco no llegaba a la altura de su debut.
Los otros discos cayeron en tandas de dos. Los siguientes, todavía en 1993, fueron Strange Days (1967) y Waiting for the Sun (1968). Desde el inicio, Strange Days me pareció el mejor de los seis, y siempre que he vuelto a The Doors, pocas veces, ha sido a este disco. No es que quiera minusvalorar a The Doors, ni mucho menos, pero sacar en el mismo año dos discos como los que estamos señalando…una barbaridad. Strange Days sólo contaba con ‘When the Music’s Over’ como gran clásico, pero el resto de temas estaban entre lo mejor de The Doors, desde ese inicio con ‘Strange Days’, siguiendo con ‘You’re Lost Little Girl’, ‘Love Me Two Times’ y ‘Unhappy Girl’, con ‘Moonlight Drive’ y ‘People Are Strange’ o ‘My Eyes Have Seen You’. Para mí, en este disco está lo mejor de The Doors, una banda que sonaba urgente, con unas canciones menos épicas, salvo el final con ‘When the Music’s Over’, canciones cortas que se encadenaban en una línea de continuidad, con Rock, Psicodelia, Pop, Blues..una locura.
Waiting for the Sun me llegó mucho menos, lógicamente estaba por debajo de los dos primeros discos de The Doors, aunque siempre recordaré la deliciosa ‘Love Street’, una canción maravillosa. Los últimos en llegar fueron The Soft Parade (1969) y Morrison Hotel (1970), en ese afán completista que tenemos. Mientras que el segundo, con toques de Blues potentes y para ejemplo ‘Roadhouse Blues’, se salva, el primero es el peor disco de los seis, un trabajo en el que habían perdido toda la garra e inspiración, salvando la adictiva ‘Touche Me’, y poco más.
La historia de The Doors es de sobra conocida. Tras el fallecimiento de Morrison, el resto publicó en 1971 Other Voices, título que vendría a ser una declaración de principios, y en 1972 sacarían Full Circle, ni que decir tiene que aquellos discos no tuvieron repercusión. En 1978, sobre varios poemas recitados por Morrison, el resto del grupo puso la música y llegó An American Prayer. La figura de Morrison crecía y el resto de la banda tendría tiempo para alguna reunión ocasional. Lo más sonado, y estable en el tiempo, fue el experimento de Manzarek y Krieger que llevó a Densmore a litigar contra ellos por el uso del nombre de The Doors. El organista y el guitarrista fundaron The Doors of the 21st Century, que funcionó de 2002 a 2013, recreando el cancionero de la banda y en la que militaron por algún tiempo gente como Ian Atsbury (The Cult) o Stewart Copeland (The Police), entre otros, y que también se llamaron D21C, Riders on the Storm o directamente Manzarek-Krieger, por las cuitas legales con Densmore. Para los fans más acérrimos de la banda ver a Atsbury asumir el papel de Morrison era casi una herejía. En 2013 fallecería Manzarek, lo que cerraba esa revisitación de The Doors.
Aquella década de los 90 y los primeros años del siglo XXI fueron prolijos en el material de The Doors que iba apareciendo, desde los recopilatorios al uso hasta directos y más directos. Todo aquello no me interesó, hacía mucho tiempo que había pasado mi idilio con The Doors. A medida que iba abriendo nuevos horizontes musicales, los angelinos iban desapareciendo de mi mapa musical, cada vez más relegados a un tercer o cuarto plano. Su música me parecía en algunos momentos monótona y sobredimensionada, especialmente en comparación con otros estilos en los que iba profundizando. Sin embargo, The Doors siempre ocuparán un pequeño lugar en mi cultura musical, en mi socialización primaria en el mundo del Rock, fue el primer gran clásico que me ‘apropié’, aunque no vuelvo nunca a ellos. Sí, a veces suena Strange Days y siempre que veo Apocalypse Now de Francis Ford Coppola, cuando suena ‘The End’…los pelos como escarpias.