Ya hemos comentado alguna vez que nuestra afición por The Jayhawks es tardía; no sabría precisar exactamente la fecha en que comencé a seguirlos, algo que de inmediato se tradujo en una fidelidad que aún perdura, a pesar de que en los últimos años no se hayan esmerado demasiado (ni en cantidad ni en calidad) para conservarla. No creo que este sea un caso excepcional; no conozco (me cuesta imagnar) a nadie que tras escuchar sus primeros discos no se haya rendido a sus melodías.
Lo habitual entre sus seguidores es adorar sobre todo sus dos primeros discos en Def American (sello de Rick Rubin que derivaría en American Recordings), en los que aún contaban con Mark Olson al lado de Gary Louris en las labores compositivas, y añorar el efecto de sus voces a la par, considerar en fin esa primera etapa como la cima de su producción. Y es muy probable que así sea, pero también es cierto que apenas se me ocurren razones para no admirar sus tres discos posteriores a la marcha de Olson, los que grabarían entre 1997 y 2003 antes de iniciar un silencio de ocho años. Tanto la expresión psicodélica y más rockera de «Sound of lies» como la increíble sutileza folk de «Rainy Day Music» son más que admirables, como también lo es, aunque más arriesgada, la apuesta que hicieron con este disco que en mayo cumplirá la veintena.
Además de Louris, junto a Marc Perlman únicos miembros originales, contarían con Karen Grotberg añadiendo teclados y voces, Tim O’Reagan cantando y a la batería, y el guitarrista Kraig Johnson, y desde el principio quedaría claro que «Smile» iba a ser su mayor apuesta por los estribillos pop, los coros y las melodías deslumbrantes, además de una incursión por nuevos terrenos sintéticos que hasta entonces apenas habían transitado. Para ello recurrieron a Bob Ezrin, productor conocido sobre todo por sus trabajos con Pink Floyd, quien junto a otras colaboraciones para orquestaciones y programaciones, perfilaría la presentación sonora.
Personalmente siento debilidad por la preciosidad que abre y da nombre al disco, una pieza con brilantes arreglos orquestales y corales, cuyo vitalizante estribillo me ayudó a sobrellevar algunas momentos difíciles. También rebosa energía positiva I’m Gonna Make You Love Me, muestra de folk redonda y optimista, antes de que la balada What Led Me To This Town añada su melancólica belleza con melodías y coros. ¡Sorpresa! Los ritmos programados llegan con Somewhere In Ohio, explosiva en su segunda parte, a la que sigue A Break In The Clouds con más melancolía y cargada de una emoción que realzan los coros. Queen Of The World es una descarga de frescura y pop mientras que Life Floats By apuesta por el rock eléctrico. Sigue con una intimista Broken Harpoon, sin percusiones pero con teclados, y la más tecnológica y psicodélica Pretty Thing. Con Mr. Wilson parecen revisitar el sonido que les hizo grandes, más acústico y cercano, antes de reconectar los ritmos programados en la pegadiza In My Wildest Dreams. Lenta y emocionante Better Days avanza entre el piano y los coros suaves, para terminar con la épica eléctrica de Baby, Baby, Baby y su cierre pletórico.
Un disco muy completo que en su día levantó ampollas entre algunos de sus seguidores por considerarlo una traición a sus raíces country, pero lo cierto es que les quedó muy bien y, a la postre, tan solo supondría un rodeo por territorios nuevos que nunca volverían a visitar con ese descaro. Al contrario, en su siguiente disco abrazarían de nuevo su sonido original con maravillosos resultados, y sería años más tarde que entregaran sus dos trabajos más flojos antes de con el último («Back Roads and Abandoned Motels», 2018) recuperar el buen pulso con algunas canciones versionadas y otras nuevas que volverían a ilusionar a sus seguidores con retazos de sus más admiradas cualidades, esas de las que es tan difícil liberarse una vez te consiguen atrapar.