Hace unos días, los responsables del recomendable blog de El País «Muro de Sonido» publicaron un post acerca de la década de 1990: «Los 90: Tan cerca, tan lejos» (http://blogs.elpais.com/muro-de-sonido/2012/03/los-90-la-poca-perspectiva-que-da-la-distancia.html). Xavi Sancho, autor de artículos muy interesantes pero con el que en algunas ocasiones discrepamos, realizaba un extenso repaso a los 90 y a su significación generacional, desde la perspectiva de la inevitable reivindicación nostálgica de esta década ahora que se cumple el 20º aniversario de muchos casos. Para muestra de su análisis: «arrancamos como un trueno, terminamos como una ventosidad». Y sí, algo de eso se da, pero también ocurrieron muchos cambios que iban a suponer el fin de las tendencias musicales como las conocíamos (no sé si esto es bueno o malo), especialmente el rock, y llegarían a presentarnos la fragmentación consustancial a la época de Internet.
En estas páginas vamos a centrarnos en la evolución de los 90 desde diferentes tendencias musicales en general dentro del rock, cómo se sucedieron unas a otras, cómo fueron absorbidas por el mainstream partiendo en algunos casos de la búsqueda de la supuesta «autenticidad», y lo haremos en el ámbito de la música anglosajona. Lo que ocurría en España, lo dejamos para otro día, aunque hasta aquí llegaron los ecos. Este es un relato, por capítulos, de nuestra visión y nuestros recuerdos de los 90, cuando fuimos del «grunge» a una inmensa tierra de nadie. Fue una década que comenzamos con camisas de franela de cuadros y acabamos enganchados a «Friends», y hoy nos preguntamos qué veíamos en aquellos tipos. También fue la década en la que Tarantino dinamitó el cine, pero que nos dejó «Titanic», y de eso no nos hemos repuesto, y menos aún de la canción de Celine Dion.
Y todo ello bajo el paraguas de la «Generación X», esa categorización que englobaba a unos jóvenes desencantados y sin esperanzas (eso es porque no sabíamos todavía lo que se nos venía encima). Incluso tenía una «musa», Wynona Ryder, que amortizó su título saliendo con músicos grunge. Viendo «Reality Bites» se entiende que Ben Stiller apostase por una carrera como director basada en gran medida en el desparrame. Si esta película es el testimonio de una generación…
Existe un elevado acuerdo entre los aficionados a la música rock de categorizar los 80 como un periodo digno de olvidar. Tampoco es eso, los 80 nos dieron discos tremendos como «Appetite for destruction» de Guns ‘N’ Roses, la aparición de REM, la fuerza de Jane´s Addiction, grandes discos de rock duro, U2 y «The Joshua Tree», Bruce Springsteen, Prince…por poner algunos ejemplos, aunque también fue una década para cerrarla por todo el tecno pop, un uso indiscriminado de los sintetizadores, y una estética…
Así, en los comienzos de los 90 la música estaba dominada por grandes dinosaurios o por tendencias emergentes, por ejemplo el rap y el hip hop querían hacerse un hueco; había grupos vocales que retomaban la herencia del soul y el R&B, pero muy lights y empalagosos; y seguía el hair metal, con gente como Bon Jovi, Van Halen, Poison…Pero todo aquello iba a cambiar en 1991 cuando «Nevermind» supuso un punto de inflexión. Se ha escrito tanto y tanto de la escena de Seattle que resulta un poco agotador recordar las inquietudes vitales de estas personas. Sin duda que eran grupos más conectados con los sentimientos de gran parte de los jóvenes del momento, cuando empezábamos a ver que el futuro no era tan bonito como nos lo iban pintando, y que había que exteriorizar el desencanto y la desilusión.
A ver, no eran tipos sonrientes y felices de la vida, sino atormentados, y lo transmitían. Cobain acabó como acabó, Eddie Vedder se enteró años después de fallecer su verdadero padre que el que creía que era su padre no lo era, Layne Staley falleció por sobredosis, y a Chris Cornell todavía se le nota traumatizado por la muerte de Andy Wood. Y esto por poner unos ejemplos. El paraíso de sexo, drogas y rock and roll que ejemplificaban grupos como Motley Crue estaba muy lejos de estas bandas. Musicalmente, la etiqueta «grunge», que se creó para vender, como todas, no hacía sino referencia a un rock duro que bebía de muchas fuentes, no era algo nuevo. Sí lo era esa actitud llevada hasta la estética, que rápidamente fue vampirizada por el mundo de la moda y las tendencias.
El «grunge» rompió con todo y una serie de bandas se colocaron en la primera línea de los grupos más importantes del mundo. Nirvana, Pearl Jam, Soundgarden y Alice In Chains eran los cuatro ases de Seattle. Cuatro grupos tremendos, a los que les seguían otros con trayectorias anteriores como Screaming Trees o Mudhoney, y a los que se unían, aunque separados estilísticamente pero que a los que se etiquetó como «alternativos», Smashing Pumpkies, Rage Against The Machine, entre otros. Entre 1991 y 1994, estos grupos publicaron discos fundamentales, y surgieron una cantidad de bandas incontables, con mejor o peor fortuna: Stone Temple Pilots, infravalorados; Blind Melon, más melódicos pero con un primer disco muy interesante; Collective Soul, Candlebox…¿alguien se acuerda de estas bandas? El propio Beck aparece por aquellos años.
Mucha gente que conozco compró «Nevermind», «MTV Unplugged in New York», «Ten», «Vs.», «Superunknown», «Siamese dream»…pero ya no adquirieron los siguientes. Cuando Kurt Cobain se suicidó el «grunge» como tendencia musical estaba llegando a su fin como fenómeno de masas, aunque habría tiempo para amortizarlo con el multivendido «MTV Unplugged in New York» de Nirvana. Los 90 ya no tenían hueco para una gente tan deprimida y existencialmente insatisfecha. La industria musical giró el foco hacia otro lado. Había que canalizar todo el proceso en otra dirección.
En 1995 los grupos grunge fueron perdiendo mucho fuelle. Obviamente, Nirvana echaron el cierre y Dave Grohl fundó Foo Fighters, alejándose de sus orígenes y convirtiéndose, para sorpresa de todo el mundo, en una de las mejores bandas de los últimos años; Pearl Jam se lanzaron por la vía de la credibilidad, y la ganaron, y ahí siguen; Alice In Chains no pudieron soportar la deriva autodestructiva de Layne Staley, que fallecería en 2002, y volverían a la actualidad hace unos pocos años con nuevo cantante; y Soundgarden se separaron en 1997 tras el infravalorado «Down on the upside» (1996), ingresando años después Matt Cameron en Pearl Jam y fundando Chris Cornell Audioslave con los miembros de Rage Against The Machine. Hace poco Soundgarden se han vuelto a juntar para dar una serie de conciertos.
Pero estoy seguro que, exceptuando a los fanáticos, poca gente se acuerda de estos grupos. Sí, Nirvana sí porque pasó lo que pasó. Pero cuando en algún lugar escucho alguna de esas emisoras nostálgicas, las que más sigue la gente, nunca sale ninguna de estas canciones. Puede que en la memoria colectiva queden «Smells like teen spirit», «Come as you are» y «About a girl» (siempre en la versión acústica), y pare de contar. Tuvieron su momento, éramos jóvenes, y nos marcaron. El mainstream los acogió, los manejó y los derrotó. Irónico destino para una gente tan atormentada.
Nos despedimos de este movimiento que dominó el rock en la primera mitad de los 90 con una de sus mejores canciones: «State of love and trust», de Pearl Jam en la BSO de la película «Singles», aquí en acústico: