Casi veinticinco años después de su última grabación de estudio (‘Todo lo que vendrá después’ de 1995) y tras la gran acogida de la gira de vuelta a los escenarios que tuvimos el privilegio de inaugurar en Logroño en el Actual con que abríamos el 2016 (a la vez que reeditaban sus cinco primeros discos), para completar el regreso tan solo quedaba por presentar el material nuevo que consumara la resurrección de una banda cuya importancia no ha decrecido durante este largo período de inactividad.
Con una justa repercusión ha levantado estos años Jose Ignacio Lapido una más que consistente y admirable carrera en solitario, también aunque con menor relevancia Jose Antonio García tanto en solitario como en otros proyectos independientes, pero no cabe duda de que en conjunto, junto a Tacho González, Jacinto Ríos y Víctor Lapido, completan una de las formaciones más emblemáticas del rock independiente de este país, con una trayectoria de admirable coherencia. Los cero y el gran éxito parecen haberse esquivado mutuamente durante el largo recorrido de la banda, pero siempre han contado con el reconocimiento de su público y de la crítica.
Firmadas letra y música por Jose Ignacio Lapido, reaparecen con la extraordinaria capacidad lírica a la que nos tenían acostumbrados, si acaso con mayor pericia y cuidado instrumental, con parecidos entusiasmo y convicción vocal de Jose Antonio García y con una mayor relevancia de su faceta folk como complemento de la rockera y urbana. Para ello han contado con el músico francés Frandol en las labores de producción y con la importante aportación de Raúl Bernal en los teclados como un componente más.
Sobre el bajo de Vengo a terminar lo que empecé edifican el rock fresco y clásico que abre el álbum. A continuación templan el ambiente a base de romanticismo y bonitas guitarras en Naves que arden y de los teclados sobre los que ruedan las preciosas palabras de Mañanas de niebla en el corazón. En Leerme el pensamiento aligeran el sonido de las guitarras y suenan americanos y emocionantes, al igual que en Por el camino que vamos con el añadido del sintetizador. Condenado supone un acelerón eléctrico magnífico, efectivo y sin contemplaciones, de lo más contundente del disco junto al estribillo de Al final, sazonada con la armónica, y entre medio bajan el tono y prescinden de la percusión para interpretar Una sombra. El final no tiene desperdicio: sabor a derrota en la velocidad eléctrica de Dejarlo morir (otra extraordinaria letra) y en Soy el rey, magnífico cierre redondeado al piano.
Intactos el pulso melódico y el talento lírico, el rock nacional vuelve a contar con uno de sus principales valores después de tanto tiempo. Veteranos de mil batallas y sobrados de actitud, confiamos en que este trabajo suponga el reinicio de una carrera que, como queda demostrado, décadas después de su inicio aún conserva su espacio y tiene cosas que decir.