Tercer disco del veterano pianista londinense tras el largo hiato que le mantuvo alejado de los estudios, que no de la composición, durante cerca de cuarenta años. Recuperado para el gran público en 2012 por Joshua Henry, productor e inductor de estas tres últimas referencias en el sello Dead Oceans, y avalado por ilustres como Marc Almond o Nick Cave, además de un entusiasta Jeff Tweedy que le ha versionado en varias ocasiones, es difícil no contagiarse de la emoción que transmiten sus melodías cercanas, su voz quebradiza y la profunda serenidad que desprenden sus letras.
No resta intensidad en general el reducido aunque selecto acompañamiento de las interpretaciones, algo más discreto que en ocasiones precedentes, pero cuando se produce se agradece la introducción de cortes más concurridos y de cuerdas o vientos que matizan el conjunto. Se trata de un trabajo íntimo y acogedor este que presenta a sus setentaysiete años y tras casi cinco desde el anterior, sabio a la manera del Johnny Cash rescatado en los noventa, y lindante con sensibilidades como las de ilustres como Leon Russell o Van Morrison.
Las canciones que interpreta solo al piano son una especie de lapsos trascendentes, como la tímida apertura de In Human Hands o la calmada y poética I Will Remain Here. También íntimo, aunque algo más arropado por el órgano y el chelo, How Long, How Long desprende emoción folk. Destacan las preciosas Your Little Face y Filled With Wonder Once Again, ambas a lomos de las guitarras, emocionante y densa la primera, más acústica la segunda. Salt Of The Earth mantiene la intensidad con apenas piano y teclados y tanto Time’s Going Nowhere como Countless Branches se templan al chelo para resultar cálidas y de una belleza simple pero suficiente. La delicada Love Will Remain es de lo mejor del disco, de emoción sustentada en la trompeta y la guitarra acústica de su viejo colaborador Ray Russell, al igual que la postrera One Life lo hace sobre el piano y el harmonio.
A falta de conocer sus discos de los setenta, remasterizados en 1998 cuando comenzaba a ser reivindicado como artista de culto, lo cierto es que sus últimos tres trabajos de estudio conforman una reaparición de inusual altura, de canciones directas y pletóricas en su modestia, románticas y filosóficas a partes iguales, como pequeñas ráfagas de emoción sosegada que no conceden otra alternativa que la calma y el disfrute.