Es Chuck Klosterman uno de esos autores que mezclan su vida con lo que cuenta en algunos de sus libros, analizando e interpretando el objeto de su publicación con sus situaciones personales, en parte las amorosas. Klosterman es muy consciente de ello, y al final de este Matarse para vivir (85% de una historia real) (Es Pop) lo reconoce e ironiza sobre ello. A Klosterman lo descubrimos hace unos años con el imprescindible y memorístico Fargo Rock City (Es Pop, 2012). Aquel libro era una locura, empatizabas con el autor a pesar de la lejanía que te producía esa vida de los ochenta y primeros noventa en Dakota del Norte. Sin embargo, la brillantez con la que describía todo el proceso del Heavy Metal y el Hair Metal era una delicia. Desde entonces, aunque no le habíamos perdido la pista, no habíamos leído nada más de Klosterman y ahora Es Pop recupera este Matarse para vivir (85% de una historia real) que Klosterman publicó en 2005. Es un libro que se lee casi de un tirón, con momentos divertidos y otros un poco más espesos, y aunque te atrapa no consigue llegarte tanto como el Fargo Rock City. Aunque la prosa de Klosterman es ágil, irónica y sarcástica, no deja de caer en ciertos lugares comunes propios de nuestra generación (nació en 1972). Las referencias culturales y las ironías que jalonan el libro pueden ser cuestionadas, aunque no es menos cierto que Klosterman no se las toma en serio y que carga contra algunos estereotipos basados en la «modernidad» y los «indies» de aquella primera mitad del siglo XXI. En este sentido, Klosterman adelanta la autenticidad de lo popular en algunos fogonazos.
Es un libro de viajes ya que, como redactor de la revista Spin, Klosterman parte en coche alquilado a recorrer Norteamerica de costa a costa para encontrar algunos puntos determinantes de las tragedias y fallecimientos de iconos, o no tanto, del Rock. Realmente, no acaban siendo tantos los que visita y su contextualización pasa por momentos de puntillas. Sí, nos queda el final con Kurt Cobain y su suicidio en Seattle o el comienzo con el asesinato de Nancy Spungen a cargo de Sid Vicious en el Hotel Chelsea de Nueva York. Por el camino, la tragedia de Great White en el Station Club de Rhode Island donde fallecieron cien personas, o el lugar donde se estrelló el avión en el que viajaban Buddy Holly, Ritchie Valens y The Big Popper en un campo de cultivo de Iowa.
Pero el verdadero leitmotiv del libro es la desordenada y convulsa vida sentimental de un Klosterman que se debate entre el amor de Quincy, Lenore y Diane. A lo largo de su viaje y sus reflexiones asistimos a un intento de ordenar sus sentimientos mientras recuerda el pasado y analiza su vida, especialmente la sentimental, a través de canciones y grupos musicales. Fleetwood Mac, Rod Stewart, Led Zeppelin o KISS, delirante el apartado dedicado a esta formación, sirven de «marco teórico» para tal propósito, entre otros.
En definitiva, Klosterman aporta un libro divertido y ameno, completamente autorreferencial en el que el viaje y su propósito, son una mera escusa para hacer autoterapia. Eso sí, una prosa ágil y directa, divertida e ingeniosa, que te levanta en más de una ocasión una sonrisa. Y con música, muchísima música.