Logroño contaba con unas cuantas tiendas de discos en los años noventa. La calle Doctores Castroviejo concentraba unas cuantas, a las que se incorporó Santos Ochoa con sección de discos incluida. Una de las que estaban allí, aunque cerraría en esos años, era La Miscelánea. Estaba casi llegando ya a Avenida Colón y, a diferencia de las tiendas de arriba de la calle, como Disco Club y Discópolis, su estética era muy de tienda de discos, frente a la modernidad ochentera de las otras dos. No recuerdo si su cierre fue en 1996 o 1997, aunque sí que en mi memoria cabe todavía el comprar algún CD en 1996, pero lo cierto es que se adelantó un tiempo al colapso de esos comercios. No éramos muy frecuentes de La Miscelánea, aunque sí que cayeron allí algunos CDs, y uno de ellos fue el que nos ocupa, el King de Belly. Seguramente a muchas personas Belly no les diga nada, y es que no estaban ni mucho menos en la primera línea del «indie» de la época aunque se vieron beneficiados por el arranque de The Breeders, con los que les unía un cierto estilo y el hecho de que Tanya Donelly, la líder de Belly, se integrase en las Breeders con Kim Deal de Pixies desde su formación en 1989, aunque para 1992 Donelly ya estaba fuera. Donelly había sido integrante de otra banda mítica, Throwing Muses, hasta 1991. Cuando comenzó con Belly en 1992, Donelly parecía abocada a liderar un proyecto que comenzó con Star (1993), ensalzado por la crítica y con buenas ventas. Pero, ese mismo año, The Breeders pegaban un golpe en la mesa con la pagadiza «Cannonball», con lo que Belly parecería un poco por detrás de Deal y compañía. Con un sonido alternativo, pero con el toque de Power Pop y otras tonalidades más eclécticas, junto con la cálida voz de Donelly, Belly llegaron a King con Thomas y Chris Gorman a la guitarra y la batería, respectivamente, y con la incorporación de Gail Greenwood al bajo. Para este disco, además, la producción corrió a cargo de un reconocido Glyn Johns. Aunque no alcanzó el nivel de ventas de su debut, King fue reconocido por la crítica.
Comienzan por «Puberty», primero con unas guitarras distorsionadas de la época para luego ir hacia un tono más melódico y con la voz de Donelly como otro aspecto destacado. En «Seal My Fate» inciden en el tono melódico y de Power Pop, con unas guitarras luminosas que también se van a acelerar. En la misma línea, pero más contenidos y siendo un medio tiempo, «Red», a la que le van a aplicar un punto de distorsión. En «Silverfish» inciden en la línea melódica y Pop, aunque Donelly canta con más garra e incluso con un tono dramático. En «Super-Connected» se salen, uno de los puntos altos del disco, melodías distorsionadas y rugosos, así como un tono más oscuro, para una canción sobresaliente. Como contrapunto, «The Bees» que es más minimalista, la voz de Donelly es la clave y la producción igual no está muy ajustada.
La segunda parte comienza con «King», la otra cima del disco, una canción de guitarras poderosas, en la línea de lo «alternativo» de la época y con una sección rítmica que está logradísima. «Now They’ll Sleep» retorna al tono más Pop pero de nuevo con las guitarras potentes. Por su parte, «Untitled and Unsung» es más expansiva, tiene un punto incluso teatral que le resta. Los dos últimos temas del disco son lo más flojo del mismo. Primero, un «L’Il Ennio» que es una canción Pop luminosa que se recupera al final. Y terminan con la extensa, más de cinco minutos, «Judas My Heart», un medio tiempo intenso que, por momentos, parece forzado.
Recuerdo con mucho cariño este disco, de escucharlo mucho en aquel verano-otoño de 1995, todo parecía más fácil. Luego de este trabajo, en 1996, Donelly finiquitó Belly, que no regresarían hasta 2016, publicando disco en 2018, Dove, tras la expectación levantada en su gira de reunión. Por el camino, Donelly se centraría en su carrera en solitario. En fin, una banda Belly que estaba dentro de aquella nómina de formaciones de la primera mitad de los noventa en la que hubo tantas cosas buenas como ellos.
Las cronologías de las bandas suelen estar marcadas por sus ciclos vitales, las relaciones entre sus integrantes y las decisiones de las casas discográficas. Pixies, una de las bandas más relevantes, casi se podría decir que canónica en la definición de los parámetros del «Indie», habían dejado de existir en 1993, solo siete años después de su fundación, cuando la escena que ellos contribuyeron decisivamente a formar, con discos clásicos, con un sonido característico y con una actitud, triunfaba en parte del «mainstream». En 2004, cuando esas generaciones se mezclaban con otras que se abrían a las influencias de sus mayores, Pixies regresaron y lo hicieron con un recopilatorio, que no era el primero, en 1997 salió Death to the Pixies, en un momento en el que la banda ya no estaba en activo. Con los Pixies se plantean algunas cuestiones del momento que vivieron y de la evolución de esas generaciones. La primera, una banda que llegó antes de tiempo seguramente, pero clave para que todo aquello que ocurrió a comienzos de los noventa germinase. En la misma situación se podrían encontrar bandas como Sonic Youth o Dinosaur Jr, entre otras. En segundo lugar, un sonido identificable, guitarrero, ruidista, pero con un poso de intelectualidad, de trascendencia incluso, un salto cualitativo importante para una banda, como otras, que se salía de ciertos cánones y que también se iría haciendo fuerte en los circuitos universitarios, en la etiqueta «college rock». Sin duda alguna, todas aquellas bandas bebían del ejemplo de R.E.M. Y, finalmente, y como consecuencia de todo ello, un capital simbólico acumulado que les hizo ser referentes, y que no lo han ido perdiendo a pesar de que sus discos de regreso hayan sido poco afortunados, además de las tensiones y fricciones entre Black Francis y Kim Deal. Porque, esa es otra.
Pixies están encabezados por Black Francis, cantante y compositor principal, un icono de la música «indie». A su lado, Kim Deal al bajo, que también cantaba, y que sería otro icono de esa escena, no había muchas mujeres en esas bandas, Deal tenía un cierto carisma y se podía unir a Kim Gordon en Sonic Youth, aunque esta iba en otra dirección. Junto a ellos dos, en un segundo plano, o tercero, Joey Santiago como guitarrista principal y Dave Lovering como batería. El caso es que la relación entre Francis y Deal fue clave en el cierre de la trayectoria de la banda en 1993, tras cuatro discos, tres de ellos clásicos, de los que hablaremos posteriormente. Cuando se separaron Francis se lanzaría como Frank Black, no dejando de publicar discos, y Deal consolidaría su proyecto de The Breeders, formado junto a Tanya Donelly (Throwing Muses y Belly, esta banda posteriormente). Aunque el primer disco de The Breeders fue Pod en 1990, sería Last Splash (1993) el que les daría su espaldarazo, aunque aquí no estaba ya Donelly…claro que en 1995 se separaron…y ahora siguen en activo con Kim Deal como cabeza visible, siendo su último disco de 2018.
Pero, volviendo a Pixies, que es lo que nos ocupa. Para los que nos socializamos musicalmente a comienzos de los noventa, y también finales de los ochenta, Pixies no fueron tan preeminentes como otras bandas del periodo. Bueno, habrá gente que sí, pero muchos los conocíamos porque salían como referencia de Nirvana y compañía. Claro que se conocían algunas canciones, pero sus tres grandes discos se habían publicado en la segunda mitad de los ochenta. Surfer Rosa (1988), Doolittle (1989) y Bossanova (1990), fueron hitos. El primero, producido por Steve Albini, más ruidista, los demás por Gil Norton. Guitarras, ruido, pero también sonidos más Pop. Norton también produciría su último disco hasta esa fecha, Trompe le Monde de 1991, cuando ya todo comenzaba a explotar en el sentido de que lo underground iba camino del mainstream. Pero, como hemos comentado, los Pixies quedarían como unos adelantados y unos pioneros, unos referentes sin los cuales no se habría podido llegar a ese proceso. Y la separación no hizo otra cosa que acrecentar esa especie de mística mientras cantábamos «Cannonball» de The Breeders, que gran canción. Luego habrá tiempo de hablar de la etapa actual de Pixies pero vamos con esta recopilación, Wave of Mutilation que salió con su regreso en 2004, como hemos señalado. Un disco generoso que se va a las veintitrés canciones. Hay tres referencias de su EP de debut, Come on Pilgrim (1987); cinco de Surfer Rosa; siete, sí, habéis leído bien, siete de Doolittle, casi la mitad del disco;tres de Bossanova y de Trompe le Monde; y una cara B del single «Here Comes Your Man» y una versión de «Winterlong» de Neil Young que apareció en el single de «Dig for Fire». Prácticamente sigue un orden cronológico y, lo que está claro es que se basan en sus primeros años, quince canciones van del 1987 a 1989.
Comienzan saltándose un poco la norma con «Bone Machine» del Surfer Rosa, furiosas guitarras con un tono Punk pero en el marco de ese «Indie» que contribuyeron a definir. Luego llegan las canciones del Come On Pilgrim, con las que muestran un eclecticismo del que harían gana más adelante. Primero, «Nimrod’s Son», enorme, comienza con la acústica, Black Francis da muestra de su teatralidad y meten un sonido acelerado. «Holiday Song» es más rockera e igual de impactante y en «Caribou» hay un tono «lo-fi», un punto contenida pero también un tanto oscura y de nuevo con una cierta teatralidad, destacando las guitarras. Llega el turno para tres temas del Surfer Rosa y se nota la mano de Albini en el mayor rudismo y aceleración. Un ejemplo, a pesar de ser más Pop Rock, la corta «Broken Face» que se lanza con contundencia. «Gigantic», única canción del recopilatorio en la que participa en la composición Deal, es un clasico, esa cadencia del bajo, cómo asciende y esos ribetes Pop que también están presentes. «Vamos» supera los cuatro minutos, de las más largas, con unas guitarras hirientes y, aunque tiene un punto experimental, no es menos cierto que es de las más potentes con un Black Francis gritando más alto.
Como hemos comentado, a Dolittle le corresponden siete canciones que llegan de un tirón. «Hey» es brutal, la línea de bajo es potente, hay un gusto mayor por la melodía pero no se deja de lado punto histriónico aunque también se advierte una mayor complejidad. «Monkey Gone to Heaven» vuelve a destacar con el bajo de Deal, las guitarras siguen poderosas pero hay un tono más afectado. Y «Debaser», bueno, es uno de sus grandes clásicos, Francis Black vuelve a cantar con furia desatada y siguen apostando por un tono melódico sin dejar de lado la fuerza de las guitarras. En «Gouge Away» la voz va para Deal junto con Black, es un tema oscuro con una influencia clara del Post Punk. «Wave of Mutilation», sin comentarios, canción más del «Indie» con una gran presencia de la sección rítmica u y sorprenden con un punto más del Rock americano. Turno para «Here Comes Your Man», canónica y clásica, melodía fascinante y ese comienzo que refleja una época. Nada que añadir. Cierra el turno del Dolittle una «Tame» que crece en fuerza e intensidad, recordando a canciones anteriores a este disco.
Vuelven al Surfer Rosa con otro clásico, «Where Is My Mind?», contrastando las dos capas de la canción, unas guitarras que crecen y una sección rítmica más acompasada. «Tame» fue Cara B del single «Here Comes Your Man», más experimental aunque sin salirse de las guitarras punzantes y con Deal cantando. Las siguientes tres canciones son de Bossanova, primero la brutal «Velouria» con la que demuestran su evolución, crecen en complejidad e incluso le dotan a las guitarras de un sonido más épico. «Allison» sorprende porque tiene un punto de la «New Wave» que les queda muy bien y «Dig for Fire» se acerca al Funk aunque luego incide en una canción Rock pura y dura. Trompe le Monde es el final de la etapa y aquí comienzan con «U-Mass» que cuenta con una producción más depurada, siguen evolucionando aunque las guitarras se mantienen reconocibles. En «Alec Eiffel» parecen mezclar Punk con Pop Rock aunque se escoran hacia las melodías Pop. Y, la última canción de este disco es para la más guitarrista y ruidista, casi un retorno a los orígenes, «Planet of Sound». El cierre es para una versión del «Wintelong» de Neil Young publicada en Decade, en la que hay un mayor protagonismo de Deal y que la llevan hacia terrenos del Power Pop.
Como recopilación, nada que decir, una pasada. Si alguien no conoce a Pixies, que se busque este disco. Completa y amplia, no sobra nada. El caso es que, en ese 2004 Pixies volvían para gran alegría de la parroquia que esperaban que Pixies volviesen con fuerza pero pronto se vio que el retorno era para lo que era. Sus discos posteriores, también EPs, no estaban a la altura de su leyenda. Pitchfork le dio a Indie City (2014) una nota de 2,5; Head Carrier (2016) llegó al menos al 5,5; y Beneath the Eyre (2019) casi alcanza el notable, con un 6,7. Ojo, que en estos días han estrenado nuevo tema. Sin embargo, la banda en estos años sufrió la baja de Kim Deal en 2013, hace años pude ver el documental loudQUIETloud de 2006 sobre su regreso y era también esclarecedor. Su sustituta fue Kim Shattuck que solo estuvo en 2013 en la banda. Recuerdo que comentaron que fue expulsada por lanzarse al público en un momento de euforia en un concierto, lo cual no debía encajar mucho con la actitud de los Pixies. Bueno, recuerdo que se comentó eso en los medios. Shattuck falleció en 2019. En 2014 había sido sustituida por Paz Lenchantin que había estado vinculada a A Perfect Circle, Zwan y Queens of the Stone Age.
En fin, los Pixies son unos clásicos que merecen siempre regresar a los discos que hicieron, marcando una tendencia y contribuyendo decisivamente a una escena que marcó a varias generaciones.
La editorial Contra publicó el año pasado la traducción de Freak Scene. Los chalados e inconformistas que crearon la música independiente (1975-2005) de Richard King, consagrado al recorrido de los sellos independientes británicos que alumbraron una escena musical que ha marcado a diferentes generaciones. King también fue integrante de la misma, fundó un pequeño sello discográfico, y realiza un extenso y minucioso recorrido basado mayoritariamente en los testimonios de sus protagonistas. El libro es apasionante en varios sentidos, por una parte porque son sellos y artistas que alcanzaron una grandísima notoriedad y éxito y de los que salieron auténticos iconos de la música popular. Pero, por otra parte, no deja tampoco de mostrar las enormes contradicciones en las que incurrieron sus protagonistas, muchas de ellas derivadas de una elevada falta de profesionalidad por algunos de ellos, así como por cuestiones vinculadas a la autenticidad, la independencia y no «caer en las garras de las majors» y dejarse guiar por lo que mandaba el mercado e incluso el querer vender discos. Obviamente, todo ello en un contexto muy determinado, la escena musical británica de las tres décadas contempladas, así como su vinculación desde finales de la década de los ochenta con la escena alternativa norteamericana. Unas páginas que transmiten sonidos de guitarras pero también electrónicos, no hay que olvidar el crecimiento de esa escena desde la segunda mitad de los ochenta.
Freak Scene es un libro bien construido, sus capítulos son coherentes y tienen una evolución lineal, aunque no es menos cierto que por momentos puede ser apabullante por la cantidad de protagonistas que existen, tanto de sellos como de artistas. También en ocasiones es necesario pararse a analizar el proceso de producción y distribución de los discos, lo cual genera situaciones como las de uno de los grandes protagonistas del libro como es el mítico Rough Trade de Geoff Travis. Junto a ellos, la Factory de Tony Wilson, Mute de Daniel Miller, 4AD de Ivo Watts-Russell, Creation de Alan McGee o Domino de Laurence Bell, entre otros muchos. Sellos que, como decíamos, están vinculados a un contexto, en no pocas ocasiones muy local (Manchester, Sheffield, Glasgow y, por supuesto, Londres), y a las peripecias vitales y a las motivaciones, ambiciones, aspiraciones e inquietudes de sus protagonistas. Visionarios muchos de ellos pero también imbuidos en un mundo de excesos. Y sellos y A&R que serían sinónimo de calidad. En este proceso también tendría mucho que ver, especialmente en sus inicios, la filosofía del DIY (Do It Yoursefl / Hazlo tú mismo) heredado del Punk, así como una cierta concepción artística, aunque había de todo.
Un repaso sin concesiones a la historia de la música independiente (sí, ya sé que es una categoría muy vilipendiada) con destacada presencia de bandas como Joy Division, New Order, The Smiths, Cocteau Twins, Echo & The Bunnymen, Depeche Mode, Pixies, The KLF (uno de los mejores momentos sin duda alguna de todo el libro), el BritPop (que sale bastante mal parado, la verdad), Primal Scream, Pulp, The Strokes, The White Stripes, The Libertines, Franz Ferdinand y Arctic Monkeys, momento en el que termina el libro cuando la industria musical ha entrado en una crisis sistémica que se menciona. Y todo ello también con las majors tratando de aprovechar el tirón bien sea a través del fichaje de estos artistas y bandas o bien creando escenas que «inflaban» el mercado. Aunque está crítica también se hace extensiva a las propias indies en algunos momentos, a través de algunas decisiones que tomaron complicadas. Y también se presenta de manera crítica el papel de los medios de comunicación británicos, especialmente revistas como NME o Melody Maker, aunque se pone en valor la figura de John Peel, el mítico DJ de la BBC.
Freak Scene se disfruta bastante y ayuda a entender las luces y sombras de esa escena «indie», al fin y al cabo parte de nuestra socialización musical viene de ese ámbito. Aunque reconoce el valor de la misma, se agradece que King no entre en procesos de mitificación o en lecturas hagiográficas, al contrario.