Referencia ineludible de nuestro pop, el trío catalán va con todo en su décima referencia de estudio. Aunque ambición y pop no sean términos que casen demasiado bien, lo cierto es que con este trabajo abarcan más terreno que nunca y lo hacen con el mismo tino con que lo han hecho en sus mejores obras.
Concebido a partir de la novela homónima de Marc Ros, además de las referencias a personajes y escenarios, sus sesentayocho minutos dan para mucho más, como significativos pasajes confesionales, reafirmaciones vitales y reivindicaciones sociales entre los habituales escarceos estilísticos y referencias varias que son ya parte de su marca. A pesar de que el inicio de la pandemia les sorprendió en plena grabación, fueron capaces de sortear los inconvenientes hasta publicarlo el pasado octubre y darnos una alegría en este infausto otoño. Nunca han sido dados a la pesadumbre, pero en esta ocasión se muestran más positivos que nunca, en una especie de ajuste de cuentas vital a partir del que continuar su trayectoria con mayor liviandad, y lo hacen con la generosidad de quienes ponen todos sus recursos a disposición del disfrute.
Irrumpen las guitarras de Me llamo Abba tras la apertura del sonido de las olas, con el bajo agitado también al frente junto a la voz de Kimberley Tell, en un comienzo que a continuación sorprende con la tecno-cumbia Mi guerra, incursión en ritmos que transitan menos pero solventan con acierto. Mi vida es la música podría considerarse pieza principal del disco, en colaboración con el dúo Delaporte alterna las bases suaves con la contundencia guitarrera del estribillo para acompañar el repaso vital de Marc, que baja el tono para cantar Abba y Mathieu, una canción más tibia y llena de emoción y nostalgia antes del primer interludio instrumental de Cadaqués. Con ínfulas tecno-ochenteras suena en catalán Portlligat, extendida en Cap de Creus, antes de que llegue la euforia hippy de Verano del amor en una comunión rítmica y coral que contagia. La buñueliana Hugo del desierto avanza contenida hasta el potente estribillo y da paso a la versión de Gracias a la vida de Mercedes Sosa, un infalible que solventan con un toque ingenuo en compañía de la voz de Miri Ros. La más potente Ritmo de huesos, cantada por Jes Senra, hace honor a su título con unas percusiones en primer plano acompañadas de instrumentación básica antes de dar paso a la más bailable Televisores rotos, eficiente fusión tecno-funk con la que dan por terminada la primera parte.
A continuación, y tras un corto ejercicio al piano, aciertan con el estribillo y reintroducen los ritmos latinos en Ragatón, prolongando la fiesta con la psicodelia de la más sencilla Nirvana internacional. Voces y teclados dan paso a un diálogo de la novela, en las voces de Clara Segura y Bruna Cusí, para seguir con el nuevo y beateliano agradecimiento, en esta ocasión breve pero realmente bello, Gracias y con la emocionante recreación del sonido de The Beach Boys Buenas vibraciones. Con más energía y guitarras tocan L. S. Domenech tras la que van echando el cierre con la urgencia rockera de Ataque de ansiedad antes de concluir, de nuevo junto a Miri Ros, con los relajados silbidos y tarareos satisfechos de Melodía para «El regreso de Abba».
Logran mantener el alto nivel a lo largo de todo el disco, con estribillos fantásticos y constantes logros melódicos en un conjunto más variado que nunca. Con la positividad y la energía como señas, insisten en extraer perlas a partir de la «sencillez» básica del pop, y se confirman como afortunados poseedores de esa extraña y generosa habilidad que reparte punzadas de sensación con los mimbres de una tradición inagotable que en sus manos revive una y otra vez.