A mediados de los noventa del siglo pasado, es muy difícil que no hubieses escuchado el exitoso De akí a Ketama (1995), que tendrá su recorrido en los aniversarios del año que viene. También habrá tiempo para Está muy bien eso del cariño (1995), segunda etapa de un Kiko Veneno renacido tras Échate un cantecito (1992), clásico de la música popular española. Raimundo Amador lograba una gran visibilidad y, en una escala superior, Enrique Morente y Lagartija Nick habían reventado las costuras de todo con Omega (1996). Fue el punto de inflexión de la eclosión del «Nuevo Flamenco» y/o «Jóvenes Flamencos» que se basó en el mestizaje del Flamenco con otras músicas, desde el Rock al Jazz, pasando por la Psicodelia, los ritmos africanos y cubanos, el Soul, etc. El mestizaje entre el Flamenco y otros estilos le dotó de una nueva perspectiva y abrió su base de oyentes y seguidores. Lamentablemente, a partir de esos años centrales de los noventa todo fue a peor. Como suele ocurrir, la cosa se banalizó y se acuñaron nuevos términos como «flamenquito» para definir un estilo basado en la fusión y el mestizaje. Aquellos años, algunos de los discos que más escuchaba eran los de Kiko Veneno, más escorado a la Rumba, Ketama, Raimundo Amador, a la par que recuperaba a Pata Negra y el debut de Veneno con el homónimo disco, el del chocolate, que Kiko Veneno y Rafael y Raimundo Amador habían publicado en 1977. Casi nada.
Todo esto viene porque mi querido amigo Sergio Pérez de Heredia acertó de lleno al regalarme el libro de Montero Glez La imagen secreta (Pepitas de Calabaza), ganador del premio literario Café Bretón y Bodegas Olarra. Nos encontramos ante un libro diferente y de gran altura, tanto en la forma como en el fondo. Montero Glez ha creado un fresco a base de ciento treinta y ocho instantáneas y esto tiene sentido porque el motor de su obra son el pinto Miquel Barceló y el fotógrafo Alberto García-Alix, autores de alguna de las portadas e imágenes más icónicas de la obra de Camarón de la Isla. Este último podría ser definido como el principal protagonista del libro. Un tercer artista sería Ceesepe, Carlos Sánchez Pérez, mítico pintor e ilustrador de ese periodo, pero falleció en 2o18 y su diálogo con Montero Glez sólo es posible a través de los recuerdos.
Camarón de la Isla y Paco de Lucía son dos figuras centrales en el libro, dos figuras que revolucionan el Flamenco. Son la base de todo lo que vendrá después, incluidos Lole y Manuel. Antes hay espacio para el guitarrista Sabicas que, desde Nueva York, hace los primeros intentos de fusión del Flamenco con el Rock. También para Smash y Las Grecas, reivindicados. Para nuestra generación, Camarón fue un mito, falleció en 1992 y su figura se alarga sobre la música popular. Paco de Lucía era otro genio, pero un genio más distante e inalcanzable. Más teórico, menos popular, pero de un talento descomunal. Paco de Lucía, con sus fusiones con el Jazz y su virtuosismo, era la otra cara.
Montero Glez atrapa en un libro que aborda la Cultura desde el final de las décadas de los setenta a los noventa. Hay una crítica fundamentada a la mercantilización de las manifestaciones artísticas, a la relación del capitalismo con el Arte, y por supuesto a la «Movida», contra la que carga en diferentes momentos, de forma también brillante. Hay otros personajes como Mario Pacheco, fundador de la discográfica Nuevos Medios (ojo al cuñado de Pacheco, que llevaba las cuentas de esta); el productor Ricardo Pachón; o el cineasta Iván Zulueta, icono del underground y director de Arrebato (1980). El libro discurre entre personajes y en una primera persona donde también cobran protagonismo calles y callejones, paredes y carteles, espejos y, en definitiva, el Madrid de esos años tan diferente del actual, con sus comercios, bares, salas de fiestas, etc. Por allí se despliegan Montero Glez y su entorno, en ese contexto de la «Movida» y también mediado por la heroína. Es una mirada a un pasado no tan lejano pero que ya parece olvidado y mitificado.
Ray Heredia, Rafael Amador, etc., aparecen como talentos que se perdieron por el camino. Aunque el protagonista es Camarón de la Isla, Camarón y su obra cumbre, La leyenda del tiempo (1979). Un disco que supone una ruptura, un disco que produce Pachón y por el que pasan Tomatito, Raimundo Amador, el importante percusionista Rubem Dantas, Kiko Veneno con «Volando voy», etc. Camarón de la Isla como icono de un tiempo, como representante de lo que pudo ser, del valor que tuvo que tener para Montero Glez el Flamenco y su mestizaje, desbordado por la «Movida» y sus derivados.
Montero Glez ha creado un libro fascinante, que se lee de una sentada prácticamente. Con Barceló y García-Alix como hilos conductores también, que van contando sus experiencias con Camarón, reconstruye un tiempo diferente, una parte de la Historia de este país desde un prisma diferente