Jóvenes aunque no absolutamente nuevos en el negocio, el debut del cuarteto californiano cumple diez productivos años en los que han tenido tiempo de editar hasta seis discos de estudio. Provenían de Simon Dawes, efímera banda formada en Malibu por dos futuras luminarias de la nueva música estadounidense como Taylor Goldsmith y su amigo del instituto Blake Mills, que solo editaría un disco antes de disolverse en 2007. Al bajista Wylie Gelber, ya componente de esa banda seminal, se unirían Griffin Goldsmith (hermano menor de Taylor) a la batería y el teclista Tay Strathairn (único instrumento que ha ido variando de titular en estos años) cuando, tras el abandono de Mills para dedicarse a producir y componer en solitario, pasaron a denominarse Dawes (segundo nombre de Taylor Goldsmith, al igual que Simon lo era de Blake Mills) a secas.
Dados sus orígenes de la costa californiana a nadie puede extrañar su deuda con el hervidero de talento musical que fue el barrio de Laurel Canyon en el Los Angeles de los sesenta y setenta (Jackson Browne, Joni Mitchell, The Mamas & the Papas, The Byrds…), así como con otros clásicos de la música norteamericana como Neil Young, Gram Parsons o The Band. También por la influencia de su productor Jonathan Wilson en cuyo estudio, localizado en dichas colinas de Hollywood, hicieron sus primeras sesiones y en el cual crearon la añeja atmósfera sonora de este «North Hills» con el que debutaban hace exactamente diez años.
Puede que no sea su mejor disco, ni el que les proporcionó el reconocimiento general que más bien recabarían con los dos o tres siguientes, pero se trata de un trabajo delicioso que sentó las bases de los que serían sus mejores años. Y puede que a veces peque de una excesiva calma que se ve agravada por la extensión de sus canciones, pero sin duda contiene varias composiciones excelentes que han quedado sólidamente grabadas en el imaginario de sus seguidores.
Grabado a modo de sesión conjunta y en analógico en los estudios antes citados, y asistidos por el virtuoso multiinstrumentista Pat Sansone (Wilco), las canciones son largas en parte por sus copiosas letras como también por algunos extensos y fantásticos pasajes instrumentales. Se abre con las reminiscencias soul de That Western Skyline, que introduce los teclados y coros que caracterizan algunas de las canciones, y continúa con la delicadeza algo más ligera de Love Is All I Am, regida por el bajo y con más melodía. En When You Call My Name conceden el protagonismo a las guitarras y suena más rítmica y Give Me Time es una bella e íntima muestra de sensibilidad vocal y folk ascendente.
En When My Time Comes elevan comedidamente la rabia vocal y emparejan la sección rítmica y las guitarras para certificar uno de los puntos álgidos del álbum. Le siguen la también soulera y muestra de clasicismo al piano que es God Rest My Soul y la virtuosa mesura y austeridad de la más desnuda Bedside Manner. My Girl To Me cuenta con la bonita conjunción de una original línea de bajo y una guitarra bluesera y la sencilla Take Me Out Of the City peca algo de laxitud a pesar de sus bonitos juegos de voces. También lenta, aunque algo más sonora, If You Let Me Be Your Anchor avanza el emocionante cierre de Peace In the Valley y su sugerente culminación instrumental.
Fundamental en su discografía, con este disco abrían una prometedora carrera que ha ido añadiendo en los siguientes años hasta cinco referencias en las que han ganado contundencia e inmediatez y que también contiene vaivenes y experimentos de desigual resultado. Capacitados de sobra para la excelencia, como bien han demostrado en la mayoría de sus trabajos, quizá en los dos últimos no hayan andado sobrados de inspiración (no tanto en «We’re All Gonna Die» de 2016 como en «Passwords» de 2018), pero sigue siendo una gozada recuperar discos como este y sus sucesores con los que se han ganado el reconocimiento de la escena del folk-rock norteamericano actual y que esperamos aún deparen grandes momentos.