Hay libros que te atrapan desde las primeras páginas y que luego no puedes dejar de leer, y un ejemplo de ello es ¿Qué me estás cantando? Memoria de un siglo de canciones (Debate) del escritor, periodista y músico Fidel Moreno, que recomiendo para cualquier persona, sea aficionada a la música o no. Moreno ha realizado un voluminoso ensayo sobre las canciones que escuchaban sus abuelos y sus padres, promete un nuevo volumen sobre sus canciones, y nos mete directamente en la nostalgia y en nuestros recuerdos, individuales y colectivos, con aquellas canciones que han sido transmitidas de generación en generación. En ese sentido, y las referencias a Manuel Vázquez Montalbán son continuas, es una memoria sentimental de nuestro país a través de las canciones que sonaban prácticamente la Guerra Civil hasta la transición a la democracia. Moreno construye una obra homogénea y con sentido, mezcla su historia y sus recuerdos, la de sus abuelos y abuelas y sus padres, para llevarnos a través de una banda sonora que te engancha y te cautiva. Pero, por encima de todo, es un tratado sociológico de un país y de una sociedad que vive la tragedia de la Guerra Civil, una larguísima dictadura y la transición a la democracia. Mientras tanto, las canciones que suenan en España nos muestran una imagen de la esa sociedad, las letras transmiten mensajes. Las personas de mi generación, más de cuarenta años, nos sentimos más identificados, y la segunda parte, la de las canciones de sus padres, pasan a una velocidad de vértigo. La primera parte, la de sus abuelos, es una delicia porque aparece la derrota de la Guerra Civil, el «Cara al sol», y el sufrimiento de una durísima posguerra de hambre y miserias, destacando géneros como la Copla y la aparición de iconos de la música española como Lola Flores. También se agradece, en todos los casos, un especial tratamiento de la cuestión de género, atentos y atentas al rol que transmitían de la mujer muchísimas canciones y su presencia minoritaria en las décadas de los sesenta y setenta. Moreno apunta pinceladas biográficas de intérpretes, artistas y compositores, papel fundamental para estos últimos, pero tampoco cae en el morbo o en la anécdota.
Pero, como decíamos, por una cuestión generacional recordamos mejor esas canciones que vivimos porque eran las de nuestros padres, las de nuestra infancia y las que veíamos en aquellas películas de televisión los sábados por la tarde. Es apasionante el relato de una época, la del desarrollismo en la segunda mitad del franquismo, en el que se combina la censura, la protesta soterrada primero y que ser irá haciendo explícita, con una sociedad que se inserta en la sociedad de consumo, una sociedad que mayoritariamente ha sido adormecida y que cuenta con mensajes claros y contundentes, desde la crítica a la transgresión o, tremendas y acertadas lecturas, el papel de la mujer. Ahí están casi todos y todas, hay ausencias que Moreno señala (Julio Iglesias no aparece conscientemente), y no hay miramientos con gente como Raphael o el Dúo Dinámico así como a las cantantes aniñadas de los sesenta y primeros setenta, así como se nota más cercanía, aunque también desde la crítica justificada, con artistas como Joan Manuel Serrat o con Chicho Sánchez Ferrlosio, uno de los mejores capítulos de todo el libro.
También hay que destacar el valor que otorga a la rumba, por ahí pasan desde la seminal y ya señalada Lola Flores hasta Bambino, grandísimo capítulo y un gran descubrimiento «La pared», pasando por Peret, incombustible, Los Chichos, Las Grecas, etc. Es interesante en estos capítulos el reconocer que a la Rumba le faltó un salto para ser una música de carácter global, como el Reggae, y sus limitaciones, por encima de ciertas cuasi sacralizaciones actuales. La Rumba prácticamente se acaba imponiendo en el libro como uno de los principales hilos argumentales, casi a continuación de la canción protesta, y abre nuevas vías de interpretación. Reconozco que son algunos de los capítulos que más he disfrutado.
En el tramo final el libro de desborda. Al reconocimiento a Triana, otro de los grandes olvidados de la música popular española, aborda en un capítulo titulado «Nueva sentimentalidad» donde analiza los cambios en la década de los setenta en los roles entre hombres y mujeres cuando todavía no estaba aprobada la Ley del Divorcio, no llegaría hasta 1981. Mari Trini y, especialmente, José Luis Perales, se alzan como auténticos ejemplos de este proceso, junto al añadido de unos Pimpinela que sí, que todos hemos cantado. La primera, otra gran olvidada, es reconocida por sus letras e interpretaciones. Y Perales, uno artista del que todos nos hemos burlado en aquellos ochenta y noventa, recoge el reconocimiento que merece como un gran compositor de canciones. Sí, Perales no era «cool», pero vaya pedazo de canciones, ya lo decía el gran Juan Carlos Ortega.
Hay una gran frustración con las ansias de cambio y los deseos de revolución que pregonaban muchas canciones. La decepción está ahí, tengo ganas de ver cómo Moreno lo engancha en su siguiente trabajo. La imperfecta transición, denostada a partir de 2011 con su relato cuestionado cuando no negado, no respondió a las expectativas porque, como señala Moreno, la sociedad española iba en otra dirección. La defenestración de los cantautores, de los decisivos Paco Ibáñez, Raimon, Lluis Llach a Aute, y la llegada de la modernidad dará lugar al hundimiento de la canción protesta. La mayor desazón de ese proceso lo constituye «Libertad sin ira» de Jarcha, una canción que se quedó grabada como el icono sonoro de la reconciliación nacional y de la transición pero con una interpretación que comparto con Moreno en sus matices.
El acervo musical de mis abuelos y padres está muy alejado del de la familia de Fidel Moreno. No recuerdo a mis abuelos maternos, con los que tuve más relación, cantar canciones. De mis abuelos paternos, menos todavía. Mi abuela materna cantaba las típicas que aparecen en el libro, «Tengo una vaca lechera» o «Mi casita de papel». Mi madre sí tenía un mayor bagaje musical aunque no le tocó la canción protesta y sí todo el Pop de los sesenta y setenta, aunque también sé que le gustaba Aute, Serrat (aunque ella siempre ha sido más de Víctor Manuel, ay…), incluidos los conformistas Dúo Dinámico y Raphael, sus dos iconos de aquella época. Nunca le gustó Julio Iglesias, y luego derivó en otras direcciones. Pero mi madre sí que cantaba canciones, en las que socializó en un Logroño de los sesenta, en aquellos guateques que hacían, como decía lejos de la protesta de otros lugares. A mí me hacía gracia su pasión por Raphael y el Dúo Dinámico, la verdad. Moreno casi cierra el libro con una cita que quiero reproducir y que suscribo: «Si algo demuestran las canciones es todo lo común que nos une y todas las idioteces que nos separan. Estamos perdidos, sí, pero tenemos música y eso compensa». Y yo también salvaría de la quema de las chicas yeyés españolas a Jeanette y el «Porque te vas» compuesta por Perales.