Si en la cantidad está la variedad y en la variedad el gusto, hay mucho de esto último en lo nuevo de The Magnetic Fields, algo que no sorprende en una banda como la bostoniana, acostumbrada a estructurar sus discos a partir de conceptos de lo más originales y a esquivar los formatos más normalizados en sus canciones. En esta ocasión Stephin Merritt se puso un límite de dos minutos y poco de duración por cada corte y le salieron veintiocho. Lejos de su desmesurada obra magna «69 Love Songs» o de su también generosa obra anterior «50 Song Memoir», con estas limitadas nuevas canciones le basta para volver a demostrar su enorme capacidad melódica, su originalidad sonora y una ironía y mordacidad en sus breves y desprejuiciados mensajes que también son seña de sus trabajos y que vuelven a robarnos alguna mueca de complicidad.
Alternando voz con Claudia Gonson y Shirley Simms, Merritt recurre a su infinito repertorio de instrumentos, entre los que brilla la ausencia casi absoluta de percusiones, para volver a sonar barroco unas veces, tradicional otras. Arpas, banjos, melotrones, acordeones… además de teclados, vientos y cuerdas, identifican cada canción sin que se eche en falta un mayor protagonismo de otros instrumentos más habituales del pop. Además de las mencionadas voces femeninas también cuenta con la participación de los habituales John Woo y Sam Davol junto a otros instrumentistas como Chriss Ewen, Benny Grotto, Daniel Handler o Pinky Weitzman para manejar las muchas veces peculiares herramientas sonoras que utilizan.
Aunque en algún caso se echa de menos un mayor desarrollo, en general la brevedad de las canciones es más que suficiente para redondear el disco, como cortos pasos dentro de un recorrido sonoro de bien resuelta austeridad y marcado carácter artesano. Títulos como The Day the Politicians Died, Kill a Man Week o I Wish I Were a Prostitute Again dan una idea de su perfil más irónico y libre, y otras muchas como The Biggest Tits in History, Kraftwerk in a Blackout o When She Plays the Toy Piano son muestra de la consistencia que puede alcanzar una capacidad melódica como la de Merritt con unos pocos elementos acertadamente utilizados. Un ejercicio de contención creativa, variado y fugaz, que supone un aparte en sus creaciones más importantes e intensas y que en general entrega un buen número de canciones más que disfrutables.