En 2010 Josh Ritter había grabado discos tan maravillosos como «The Animal Years» o «Hello Starling», además de tres más sin desperdicio, y acababa de cumplir su primera década de carrera musical. Estudioso del folk y excelente guitarrista, ya había destacado en todos sus trabajos por su gusto literario, intercalando referencias en algunos de sus textos y dotándolos de evidente pulso lírico. Y de estas dotes hizo especial uso en el disco que nos ocupa desde su título «So Runs The World Away», extraído de unos versos de «Hamlet», además de otras referencias a Poe o destellos de la imaginería de Mark Twain. Precisamente en 2011 también publicaría su primera y única novela hasta el momento («Bright’s Passage», inédita en España).
Editado con una semana de antelación en Irlanda, país en el que es muy apreciado desde sus inicios cuando fue introducido por Glen Hansard, sería el 4 de mayo de de 2010 cuando fue lanzado mundialmente. Era su disco más elaborado y diverso, compuesto por algunas piezas de puro folk (como no podía ser menos) además de pequeños elementos sintéticos y variedad de teclados y vientos que delineaban un efecto intenso y emocionante. Para la grabación repitió en los estudios de que Sam Kassirer dispone en Maine, a quien volvió a encomendar la producción y gran parte de los teclados.
Y tras Curtains, breve instrumental introductoria, se inicia con dos de los mayores aciertos del disco: una Change Of Time que crece desde la guitarra acústica hasta desbordar emoción (ya con los coros de su entonces esposa Dawn Landes) y la maravillosa fluidez sobre el piano de The Curse, a la que relumbran las trompetas en la segunda parte. Después de este potente inicio llegan Southern Pacifica, más centrada en las percusiones y los teclados, con una profunda y destacada parte final, y la dramática Rattling Locks, que añade el bajo y algún sintetizador a la variedad de tambores. En el centro del disco destaca Folk Bloodbathes, lograda adaptación de una canción tradicional de Mississippi John Hurt, que crece sin parar a lomos de banda y coros, y el folk ligero y más clásico, con cierto aire a Paul Simon, de Lark.
Otra pieza ligera que crece sobre órgano y guitarra eléctrica hasta una intensidad grande es Lantern para remontar a continuación la oscuridad de The Remnant a base contundencia en la percusión y los teclados. Con sutileza e intimidad se desarrolla la casi ceremonial See How Man Was Made, parecido a una Another New World que gana enteros con los vientos del precioso final. Para terminar se destapan los tambores y las guitarras en una pletórica Orbital y cierra con la folkie y optimista Long Shadows.
Un disco de letras profusas, de gran profundidad sonora, inspirado e inagotable, a veces animado y otras triste, pero siempre intenso. Una joya de la discografía del de Idaho, poco antes de un divorcio que daría lugar a otra maravilla como el «The Beast In Its Tracks» de 2013, y de unas continuaciones hasta el «Fever Breaks» de hace justo un año en una producción regular y constante que hasta ahora no ha defraudado.