Sin demasiadas variaciones con respecto a la dirección emprendida con el fantástico anterior trabajo junto a su banda (‘Gargoyle’, 2017), si acaso un mayor uso de las programaciones rítmicas, el sombrío barítono norteamericano, inquieto superviviente del Seattle noventero, entrega un extenso trabajo para el que se rodea de habituales como el productor chileno-estadounidense Alain Johannes y el joven guitarrista británico Rob Marshall, principal descubrimiento de su anterior disco y que pronto debutará en solitario y con colaboraciones ilustres. Se aleja del sonido tradicional de alguno de sus primeros trabajos (como el brillante y lejano ‘Bubblegum’) y prosigue su incursión por territorios electrónicos mayormente apoyado en músicos europeos como el mencionado Marshall o el multinstrumentista holandés Sietse Van Gorkom entre otros. Ni que decir tiene afirmar que la voz de Lanegan vuelve a ser condicionante protagonista en un trabajo a la altura de lo mejor de una trayectoria que en solitario ya supera la decena y que ha transitado irregularmente por variados sonidos antes de alcanzar el nivel de sus últimas entregas.
La presentación corre a cargo de una enérgica Disbelief Suspension, que combina guitarras y sintetizadores, para aumentar el componente programado en una Letter Never Sent en la que colabora otro habitual como Greg Dully. Night Flight to Kabul es un oscuro híbrido electrónico y en Dark Disco se ralentiza el ritmo con programaciones y guitarras densas. En Gazing From the Shore resuena con fuerza la electricidad de las guitarras, como en el acelerón rock de Stitch It Up. Con estribillo oriental Playing Nero hace de balsa sintética para dar paso a la lograda incursión dance de Penthouse High. Antes de las guitarras oscuras y el ritmo industrial de Name And Number aparecen en Paper Hat residuos de un sabor americano más convencional que continúa en el pesado desarrollo de War Horse y en el rock ligero de guitarras que es Radio Silence. Cierran emocionantes las guitarras de She Loved You y los teclados de Two Bells Ringing at Once.
Con un sonido algo menos guitarrero y más programado, pero portador de la misma oscura intensidad marca de sus mejores trabajos, Lanegan y banda vuelven a cantar en sus letras a la decadencia y la derrota en un disco que también reserva espacio para otros pasajes menos truculentos hasta componer un conjunto de homogénea variedad. Más que indicada para estas frías y oscuras fechas, la profundidad y aspereza vocal de Lanegan así como su alternancia de pausa y dureza, aciertan con la tecla que les mantiene a bordo del carro de los tiempos y demuestran que aún saben lo que hacer para no ser apeados.