No ha tardado mucho en grabar un nuevo disco el inquieto artista irlandés que, apenas un año después de su disco más americano ‘Between Two Shores’ (con el que completaba una fantástica trilogía junto a ‘Rhythm and Repose’ y ‘Didn’t He Ramble’), sorprende con esta agitadora reaparición plena de nuevos y exigentes sonidos, de origen étnico en ocasiones, clásico o contemporáneo en otras.
De la mano de un viejo conocido, el productor David Odlum que fuera miembro fundador junto al propio Hansard de The Frames allá por 1990, el resultado es un trabajo que aporta y exige calma, algo irregular y por momentos lineal, que en todo caso contiene una fantástica primera parte que abre I’ll Be You, Be Me, inicialmente denso y primario en su base rítmica (extraída del Cool Cat de Queen) para ir ganando intensidad a base de orquestación y coros. A continuación otros dos temazos como la preciosa Don’t Settle, ligera al piano y de ascendente carga emocional sostenida sobre todo en los vientos finales, y la delicada Fool’s Game, suavemente cantada en compañía de un piano discreto que quiebra al final un estruendo emocional hasta perderse en el íntimo cierre. Los elementos exóticos aparecen en Race to the Bottom, susurrada en compañía de la guitarra española de Javier Mas (veterano guitarrista zaragozano que acompañara a Leonard Cohen en sus últimas giras), y el toque oriental de The Closing Door, profunda al piano y las cuerdas. La mitad inicial la completa con brillantez Brother’s Keeper, a la que guitarra y piano aportan calidez, y en cuyos coros colabora Marketa Irglova (su excompañera en The Swell Season).
También con rasgos étnicos, Mary puede resultar monocorde en su suave crecimiento, aunque contiene bella instrumentación, y el piano de Threading Water introduce, sin excesos, algo de variedad. La voz musitada protagoniza Weight of the World, apenas en compañía del piano, y Who’s Gonna Be your Baby Now, cálida a las cuerdas. Aporta emoción la banda recuperada para el final con la exótica Good Life of Song, también tradicional como Leave a Light, de íntimo sabor irlandés para acabar.
Muestra Glen Hansard con este trabajo una nueva cara que, menos amable y rítmica y con pasajes de apreciable calma y de una emoción mayormente contenida, puede sorprender por su aparente monotonía (especialmente en su segunda parte), pero que cuenta igualmente con algunos cortes de gran belleza que podrían haber ganado relevancia de estar incluidos en un menor minutaje. De mérito en cualquier caso este arriesgado ejercicio de renovación cuyos aciertos funcionan lo suficiente como para recuperarlo y volver a saborearlo con calma.