Una trayectoria extraña la que ha llevado el cuarteto comandado por Courtney Taylor-Taylor, a quienes el éxito masivo pareció descolocar (que no derrotar) allá por los comienzos de siglo con este disco que recordamos hoy. Y es que todo parecía transcurrir a las mil maravillas en sus primeros años: un apreciable debut en 1995 con «Dandy Rules OK», reconocido rápidamente con la firma con Capitol antes de grabar en 1997 el estupendo «The Dandy Warhols Come Down», con el que aumentarían prestigio, seguidores y unas expectativas de futuro que depositarían en su ambicioso tercer trabajo.
Con la sustitución del batería original Eric Hedfor por Brent DeBoer quedaría conformada la composición que han mantenido hasta hoy junto al guitarrista Peter Holmström y la teclista Zia McCabe, y de ese modo la banda de Portland parecía preparada para llevar su reconocible batiburrillo de estilos a una mayor audiencia. Aparte de en figuras icónicas como Bowie, The Velvet Underground o The Stooges, se miraban en estilos como el power-pop, la psicodelia o el shoegaze, entre otros, para expresarse con desapego en una propuesta que, contra pronóstico, se había abierto paso en las listas norteamericanas y también en las británicas.
Y allá que fueron en el verano del 2000 con su nuevo trabajo, de título y portada esclarecedores, cuya acogida inicial no hacía presagiar el chaparrón que vendría después. Abrían el disco con Godless, una suerte de psicodelia folk de variadas intensidades anudadas por una trompeta lejana, y una Mohammed cantada en falsete que, tras una larga intro, conservaba la densidad de la anterior entre intensas instrumentaciones. Les seguirían la oscura Nietzsche, con dureza en las guitarras y espesura en los teclados, y una Country Leaver más liviana. Luego vendrían Solid y Horse Pills, ambas fraseadas, la primera con un ritmo animado y sintético y un pegadizo ‘parapapapa’, y la segunda similar pero con unas guitarras más duras en el estribillo.
El primer sencillo fue la movida Get Off, de coros morriconianos y guitarras surferas, a la que seguían la narcótica y larga Sleep y la estupenda Cool Scene con sus preciosos juegos de voces y un ánimo que crece hasta estallar en una trompeta épica. Qué decir de Bohemian Like You, una perfecta pieza de potente power-pop con descarados retazos stonianos que los publicistas de una gran compañía de telefonía reclutaron con rapidez y ojo certero para energizar al mundo entero. Terminaban con la insistencia programada de Shakin’ junto a la inicialmente lenta Big Indian y el broche de The Gospel, que responde con pesadez a su título.
Recuerdo que compré este cedé en un hipermercado sin mucha idea de lo que me iba a encontrar, cuando aún no habían saltado a la fama con el dichoso anuncio, y lo escuché sin parar. También recuerdo que Bohemian Like You era un bombazo inmediato y que el resto del disco también era magnífico; con un sonido buenísimo, unas guitarras de lograda precisión y una sorprendente variedad de registros vocales de Taylor-Taylor. Pero tras la sobreexposición parecieron sufrir una especie de crisis de identidad y decidieron reinventarse en su disco de 2003 «Welcome to the Monkey House», con una aumento de los ingredientes electrónicos que no terminó de dar resultado y no sería bien acogido por público ni crítica.
A día de hoy continúan en activo y, aunque con menor repercusión, no han parado de grabar; ya suman diez largos (el último editado el año pasado) con los que no dejan de girar y en sus conciertos siguen sonando canciones de este disco, con un espacio reservado para la contagiosa euforia que parece no haber agotado su canción más emblemática.