Canciones de Amor a Quemarropa, de Nickolas Butler, Libros del Asteroide, 2014.
Nickolas Butler es un autor estadounidense que se crió en la localidad de Eau Claire (Wisconsin). Es un dato necesario para entender el debut literario de Nickolas Butler, Canciones de Amor a Quemarropa. Este libro ha sido saludado como una de las revelaciones de la temporada, una obra que aborda una serie de cuestiones vitales de las personas cuando entran en una madurez que, en tiempos posmodernos, se retrasan cada vez más. No nos encontramos ante una grandísima novela, aunque sí ante una creación más que notable y que te puede atrapar desde la primera página. Señalada su vinculación con la música porque uno de los personajes principles recuerda a Justin Vernon (Bon Iver), que nació en la misma localidad de referencia de Butler, y se indica a Vernon como fuente de inspiración del personaje, sin embargo la música queda en un tercer plano en una novela que tiene su base en la amistad, en su valor e importancia y en cómo se articulan una serie de relaciones entre unos personajes en los que uno de sus pilares de su mundo es esa amistad, esa lealtad incondicional.
Butler describe el escenario de una amistad fraguada desde la infancia entre cuatro personajes: Henry, el hombre que se ha quedado en la granja familiar; Ronny, exjinete de rodeo y con graves consecuencias para su salud por un accidente fruto de su adicción al alcohol; Kid, el triunfador en el mundo de los negocios que vuelve al pueblo desde Chicago; y Lee, músico de fama mundial de cuyo primer disco, Shotgun Lovesongs, toma prestado Butler el título de su novela y que nos dará varias claves de la misma. Junto a todos ellos, Beth, la mujer de Henry, con la que tiene dos hijos. Además, por la novela desfilan otros personajes y uno fundamental, el pueblo imaginario Little Wing, que adquiere un valor en sí mismo. Todos ellos están ligados a este lugar, tienen una lealtad a su comunidad, como la tienen entre ellos. Butler le da voz a los cinco personajes principales, en lo que es uno de los grandes aciertos de la novela, aunque son tres (Henry, Beth y Lee) los que llevan el peso de la historia, la cual en algunos momentos se aplana, pero que sigue una línea poética que no te abandona en ningún momento. Como tampoco lo hace su melancolía, que alcanza sus cimas en muchas de las descripciones de los entornos físicos y emocionales. El territorio va a desempeñar un papel fundamental, unas llanuras que se pierden en la inmensidad y que llegan a pesar sobre los protagonistas. Un territorio que empuja a la contemplación y al ensimismamiento, una de las jugadas más interesantes de Butler.
Canciones de Amor a Quemarropa es un canto a la amistad, en un momento en que la amistad sufre las consecuencias de los tiempos que nos han tocado vivir, para lo bueno y lo malo. Aplicando la máxima de Bauman, la amistad también se ha convertido en algo líquido, se ha quedado fragmentada, en espacios compartimentados. Lejos de considerar a la persona en su conjunto, la amistad ha devenido en un elemento de usar y tirar. En la novela de Butler, los personajes tienen un valor de la amistad en toda su dimensión, y cuando alguno comete un error en esa dirección, es penalizado. Son amistades basadas en una lealtad sin descanso, aunque también estas lealtades se renegocian. Y en esta novela, en la que Butler se centra en Henry, Beth y Lee, encuentras motivos para seguir creyendo en la amistad, pese a lo que pese.
Pero Canciones de Amor a Quemarropa tampoco se entiende sin Little Wing y los lazos comunitarios que defiende. Existe en toda la novela un desencanto por la vida urbana posmoderna y una idealización de la pequeña comunidad, que directa e indirectamente juega el papel determinante en esas relaciones fraternales que aborda el autor. Butler no se esconde en esa idealización, incluso la defiende con vehemencia en las entrevistas, y en su libro reniega de las grandes ciudades y lamenta la pérdida de esa arcadia en la que convierte a la pequeña comunidad. Hay que tener en cuenta las dimensiones de Estados Unidos y que, todo lo que queda entre las dos costas, es un amplísimo espacio con una elevada presencia de las pequeñas comunidades. Butler las sacraliza y dibuja sus espacios públicos, desde la iglesia al bar de veteranos, así como a sus celebraciones, cargados fuertemente de un espíritu comunitario, aunque pasa de puntillas por sus puntos débiles, que también existen.
Pero detrás de todo queda el asidero al que se agarran estos personajes, los cuales entran en el terreno de las dudas, del cambio, de vértigo que supone dar ciertos pasos (casarse, tener hijos, decisiones profesionales y laborales, residenciales, etc.), y ese asidero no es otro que el de la amistad, en el marco de ese entorno reducido. Nickolas Butler ha escrito una de las novelas más emotivas que yo haya leído en los últimos tiempos, una novela emocionante que te remueve y que no te deja indiferente, que te lleva a pensar, a pensar muchas cosas, a pesar de un final un tanto forzado. Y para ello, no podemos dejar de escuchar a Bon Iver, que aunque no sea Lee, su música tampoco se entiende sin ese espacio inmenso de Wisconsin.